Tom y Hannah son amigos desde hace años. Tanto que, cuando Hannah decide casarse con un duque escocés, le pide a Tom que sea su dama de honor. El problema es que él piensa que ella es la mujer de su vida y tratará de impedir la boda.
Sobre bodas equivocadas que se salvan -o no- in extremis y dilemas entre el amigo desastre y el novio ejemplar hay una obra de arte, Historias de Filadelfia (George Cukor, 1940). El resto son simples imitaciones y esta desde luego no es de las mejores. Paul Weiland, que dirigió hace casi diez años Por amor a Rosanna (mucho más original), se apoya en unos cuantos tópicos simplistas -a veces muy burdamente mostrados- para dibujar a sus personajes: ellos son mujeriegos, ellas suspiran por las cajas con lazos, y todos quieren que las cosas acaben como tienen que acabar.
La película es previsible desde el minuto uno pero, a pesar de todo, le salva la “historia universal” en la que se basa, el gusto -también casi universal- del público por las comedias (y la nostalgia de encontrarlas) y una pareja protagonista que no desentona; siempre y cuando no se espere que el protagonista de Anatomía de Grey, Patrick Dempsey, y la apañada Michelle Monaghan sean Cary Grant y Katherine Hepburn.