Hanna, de 16 años, ha sido criada por su padre Erik, ex agente de la CIA, en las heladas tierras de Finlandia. Su progenitor le ha dado una educación muy particular, desarrollando su instinto de supervivencia, de modo que es algo muy parecido a una máquina de matar. Sin contacto con la civilización hasta ahora, ha llegado el momento de dar a conocer su paradero a la fría agente de la CIA Marissa Wiegler.

Intrigante película de espías, no se parece a ninguna otra del género, pese a la acción trepidante y el suspense. Sorprende que tras la cámara esté Joe Wright, cineasta más abonado al drama, como demuestran Orgullo y prejuicio o Expiación. Aquí sale airoso del reto de sacar adelante una trama elemental, apoyado en ritmo, talento visual y personajes sólidos. Wright concibe el film como un cuento de hadas, y algo irreal lo emparenta con ese tipo de relatos: Marissa se asemeja a una bruja, su secuaz a un ogro maligno, y lugares como el puerto con sus contenedores o el parque de atracciones son sitios de ensueño.

Curiosamente, el elemento más real, la familia de turistas que acoge a Hanna, también tiene su parte de irrealidad. Su idea de independencia personal, la fascinación de la chica por la cirugía estética o los ligues de ocasión, son botones de muestra de un estilo de vida frívolo, alejado de lo que de verdad importa.

Los actores están muy bien, aunque sus personajes sean arquetípicos. Sobresale Saoirse Ronan, que combina en Hanna la fría determinación con que se defiende de sus enemigos con la fragilidad de una niña.

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