Hana-Bi (Flores de fuego)

TÍTULO ORIGINAL Hana-Bi

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director y guionista: Takeshi Kitano. Intérpretes: Beat Takeshi, Kayoko Kishimoto, Ren Osugi, Susumu Terajima, Tetsu Watanabe, Yasuel Yakushiji. 103 min. Adultos.

Hana-Bi ganó el León de Oro en el Festival de Venecia 1997. Antes de ésta, el director japonés Takeshi Kitano ha realizado media docena de películas -Violent Cop (1989), Sonatine (1993), Kids Return (1996)-, tan japonesas como modernas. Hay en ellas algo semejante al espíritu del escritor Yukio Mishima: veneración por su tierra y costumbres, seducción por la muerte, unida a una visión traumática del sexo, y una desesperación latente, curiosamente ligada a un ansia de pureza y perfección; una genialidad de tipo neurótico, turbadora, infantil, exhibicionista. Actor (bajo el seudónimo de Beat Takeshi), Kitano fue internacionalmente conocido en Feliz Navidad, Mr. Lawrence (1983), de Nagisa Oshima, con David Bowie, y últimamente en Johnny Mnemonic (1994), de Robert Longo, entre las más conocidas.

No es accidental para las características de su estilo narrativo y temática su amplia gama de aptitudes: pintor y dibujante, escritor y columnista, director y guionista de telebasura… Tanta actividad desconcertada y desbordante dice algo de su… estabilidad inestable; y ése es el rasgo de fondo de su personaje en Hana-Bi: un inspector de policía hermético, hierático y brutal hasta el exceso, y al mismo tiempo amigo ejemplar, tierno y delicado en el amor, amante de la belleza, y desesperado. Quizá el argumento es secundario frente al aliento que lo recorre: el inspector protagonista, que ha perdido a su hijo, va a perder a su mujer, enferma de cáncer. Falto de dinero y lleno de deudas, no teme infringir las leyes, pues, en su desesperación tranquila, se muestra impasible ante la muerte…

Hana-Bi es, en su enfoque poético existencial, en su exposición de la vida y su sentido, un como resumen de lo dicho parcialmente en los seis films anteriores de Kitano. Y esa desesperación antes aludida es en buena parte también -como en Mishima- una amarga crítica contra la creciente tecnificación y racionalismo occidentales en su país.

En la película se alternan, con mágica armonía, escenas de violencia criminal (sin buscar para ellas una justificación policial) con pasajes familiares y de amistad que rezuman lo auténtico, y unas contemplativas secuencias de paisajes y flores (él es también director de fotografía). Integrada en el argumento, hay una constante muestra de cuadros orientales, naïve (pintados por Joe Hisaishi), que dan a su obra fílmica esa vertiente anhelante de perfección y belleza…, frustradas por la seca muerte. ¿Nihilismo tal vez? Sin embargo, hay otra constante enriquecedora, el tono de humor, y frecuentes situaciones cómicas.

Hay una extraña seguridad expositiva (el mismo Kitano interviene en el montaje de su película), con una gran economía de medios, distinta y magistral; se trata de un cine de autor, de un autor maduro, que sabe lo que dice y adónde va, con mundo propio, una personalidad fuerte y sincera: sinceridad y verdad inusuales en el cine de hoy, que parece tener como único criterio la taquilla.

Dije al principio que su cine es muy japonés y muy moderno: y eso es debido a su sencillez, a la valoración de lo cotidiano y ordinario, del detalle, nada más alejado del barroquismo ampuloso de sus maestros del cine clásico japonés.

Pedro Antonio Urbina

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