La variedad de géneros es uno de los síntomas de la vitalidad de una cinematografía. Por eso es lógico que el pujante cine francés produzca también películas destinadas a toda la familia. Es el caso de Érase una vez…, ambiciosa, extraña y fallida versión hiperrealista del cuento clásico Pulgarcito, de Charles Perrault. Con ella se ha dado a conocer internacionalmente el joven director francés Olivier Dahan, autor de varios cortos, dos largos poco conocidos fuera de Francia y numerosos videoclips muy populares.
Como es bien conocido, Pulgarcito es el más pequeño, inteligente y sufrido de los hijos de un matrimonio pobre que malvive en un país medieval devastado por las guerras y hambrunas. Después del saqueo de la granja familiar, los padres toman una decisión desesperada: abandonar a sus hijos en un bosque cercano, habitado por lobos, crueles mercenarios y un temible ogro, devorador de niños. Pulgarcito demostrará su valía en esas terribles circunstancias.
Rodada casi íntegramente en estudio, con apabullante despliegue de decorados barrocos y con una esmerada iluminación expresionista, la película discurre en una atmósfera de pesadilla algo teatral pero muy imaginativa. Además, Olivier Dahan dirige bien al excelente reparto y ofrece una realización ágil y vibrante, que brilla a gran altura en la angustiosa persecución de los lobos. Sin embargo, ni el guión ni la puesta en escena aciertan con el tono adecuado, y fluctúan del infantilismo más ingenuo a la violencia más brutal, expuesta incluso con cierta crueldad. Esto ralentiza el ritmo, diluye las moralejas positivas del relato y provoca que la película resulte excesivamente truculenta para los niños y demasiado pueril para los adultos. En fin, parece más una versión infantil de Vidocq o El pacto de los lobos, que de Amelie.