Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 48/14

En 1921, dos hermanas polacas huyen de la dura posguerra buscando una nueva vida en Estados Unidos. Una de ellas enferma de tuberculosis y la otra tendrá que ganarse la vida ejerciendo la prostitución. Ya en la potente y oscura Two Lovers el joven cineasta estadounidense James Gray demostró su buena mano con el melodrama. En aquel caso, se inspiró en un cuento de Dostoievski (Noches blancas) y aquí lo hace –de manera muy libre– en una historia real que le oyó contar a su abuelo, inmigrante ruso-judío que entró en Estados Unidos por el puerto de Ellis.

La cinta arranca muy bien, con una cuidadísima ambientación, un par de elogiables elipsis que, lejos de desdramatizar, refuerzan la fatalidad eludiendo el morbo fácil, y un buen ritmo para marcar las cartas del conflicto y sus principales personajes. A esto ayuda además contar con un buen plantel de actores encabezados por el siempre intenso Joaquin Phoenix, una bellísima y sufriente Marion Cotillard (hablando en perfecto polaco, por cierto, cosa que dicen que le costó sangre) y el eficaz Jeremy Renner.

El problema es que la película, después de recorrer su primer tramo en un prometedor in crescendo, pronto se estanca. La historia se congela, el ritmo se enlentece y la cuidada puesta en escena que he alabado en el párrafo anterior se va convirtiendo en un frío academicismo que resta emoción a una historia que prometía mucha. Hasta el apasionante –sobre el papel– triángulo amoroso tiene poca fuerza.

Con todo, en ningún caso se puede hablar de que estemos ante una mala película. Además de los valores de producción y las solventes interpretaciones, la historia plantea duros dilemas que resuelve con aliento épico –el sacrificio por amor– pero frío. Es una cinta notable que arranca como una obra maestra y después –misterios de la vida– se congela y no estalla. Que es lo que hacen las obras maestras.

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