Los hermanos Dardenne -Jean-Pierre, 59 años, y Luc, 56- son unos belgas que empezaron haciendo documentales en 1978. Su primer largometraje de ficción es de 1987 y desde mediados de los años 90 del siglo pasado, siempre que van al festival de Cannes se vuelven con varios premios gordos debajo del brazo.
Sus películas (La promesa, Rosetta, El hijo, El niño) son retratos de gente que sufre en los márgenes de la sociedad occidental, por lo general relatos sencillos e intensos, duros y secos, siempre muy bien interpretados, a veces sórdidos, rodados con un aire realista sin concesiones ni adornos, en los que los conflictos de conciencia son muy duros y hay comportamientos de todo tipo, unos previsibles y otros inesperados.
Esta vez, con El silencio de Lorna ganaron el premio al mejor guión del prestigioso certamen francés con la historia de una chica albanesa que para lograr el dinero que le permita montar un pequeño negocio en Lieja, se presta a los manejos de una mafia que se lucra casando a emigrantes con residentes. A Lorna la han casado con un drogadicto y el plan es quitarlo de en medio en cuanto Lorna consiga la nacionalidad, para luego casarla con un ruso. Trágica, parca, a ratos casi mecánica: es una película típica de gran festival, demasiado parecida a las anteriores cintas de los Dardenne, con pocos alicientes para atraer a un espectador no especialmente interesado en el cine de autor europeo.