Desde niño, P. Tinto quiso tener muchos hijos . Se casó para ello con el amor de su infancia: Olivia, una ciega. Los niños no han venido, porque los esposos tienen una idea equivocada de lo que llaman hacer el «tralarí, tralarí». Así que adoptan a unos marcianos y a un tipo que lleva siempre consigo una bombona de butano.
Tras sus celebrados cortos Aquel ritmillo y El sedcleto de la tlompeta, Javier Fesser debuta en el largo con una historia de tintes surrealistas. El despliegue visual es apabullante: las referencias van desde el expresionismo alemán hasta los dibujos animados de Correcaminos, pasando por el cine de los franceses Marc Caro y Jean-Pierre Jeunet y del británico Terry Gilliam, el E.T de Spielberg, las historietas de Tintín…
Donde se equivocan los hermanos Fesser, Javier y Guillermo, es en el guión. El esqueleto narrativo resulta insuficiente para sostener y dar unidad a los continuos gags, unas veces ocurrentes, otras no tanto. Algunos están próximos a la irreverencia y al mal gusto. Parece existir una decisión consciente de los Fesser de moverse en el filo de la navaja, evitando caer en lo claramente ofensivo. Sobre si lo logran o no, seguro que habrá división de opiniones.
José María Aresté