El último gran héroe

Intérpretes: Arnold Schwarzenegger, Austin O'Brian, Art Carney.

TÍTULO ORIGINAL The Last Action Hero

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Danny (Austin O’Brian) tiene 11 años, vive en Nueva York y es adicto al cine de acción. Su gran ídolo es Jack Slater (Arnold Schwarzenegger), un heterodoxo policía de Los Ángeles. Un día, gracias a una entrada mágica, Danny se ve transportado a una de sus películas. Allí luchará junto a su héroe contra unos malvados mafiosos. Los problemas surgen cuando uno de los villanos roba la entrada mágica y salta desde Los Ángeles de la pantalla al Nueva York de la vida real. Danny y Slater siguen sus pasos. Pero las cosas son ahora muy distintas: Slater deja de ser invulnerable -ya no le sostiene la magia del cine- y, además, en este mundo real los malos sí pueden ganar.

El paso de personajes de la pantalla a la vida real ya lo empleó Woody Allen en La rosa púrpura de El Cairo. Lo realmente original -y lo más atractivo- del guión de Zak Penn y Adam Leff es que usa este recurso para parodiar, en un tono cómico y desmitificador, el cine de acción y, por extensión, la propia industria cinematográfica. Esto se desarrolla a través de multitud de referencias, guiños y gags en torno al séptimo arte, casi siempre eficaces. Hasta Schwarzenegger se ríe de sí mismo y del tipo de cine que suele protagonizar.

A esto se añade la gran calidad de la producción, de la música de Michael Kamen -que incluye numerosas canciones actuales de todos los estilos-, de las interpretaciones, de los efectos especiales, de la fotografía de Dean Semler… Además, John McTiernan (Jungla de cristal, Depredador, La caza del Octubre Rojo, Los últimos días del edén) es todo un especialista en no dar respiro al espectador.

¿Por qué entonces el público está respondiendo a esta película sin mucho entusiasmo? Quizá porque al desvelar en la primera mitad los entresijos y recursos del cine de acción, la película corta de raíz el posible dramatismo de su segunda parte. Al espectador le cuesta vibrar y asombrarse pues ya le ha visto las tripas al juguete fílmico que tiene delante. En el fondo, a todo el mundo le gusta reír, llorar, suspirar, angustiarse, exultar… con lo que sale en una película. Y para que esto suceda ha de olvidarse de que todo es un puro artificio, convencerse de que las imágenes son jirones de la vida misma. Desvelado su misterio -que el cine no es la vida-, pierde interés a marchas forzadas.

Otra contradicción. Parece que la película arremete contra las superficialidades del moderno cine de acción. Y, por contraste, hasta ofrece un curioso homenaje a obras maestras como El séptimo sello de Ingmar Bergman o el Hamlet de Laurence Olivier. Pero, en realidad, late en ella una cierta hipocresía, pues cae en todo lo que parece criticar: violencia a mansalva -eso sí, sin baños de hemoglobina-, sexo tonto, groserías, chistes malos, estereotipos sin hondura… Ciertamente, los héroes son héroes y los villanos, villanos, y se aprecia un esfuerzo por no ahuyentar a la audiencia familiar. También hay destellos de humanidad y apuntes sugestivos: lo real y lo aparente, la entidad de las criaturas de ficción, la posible influencia negativa del cine, el poder de la taquilla, la muerte… Pero solamente son eso: destellos y apuntes.

Quizá sus autores tan sólo han querido hacer una buena película de acción, entretenida y simpática, para un público amplio, y sin más pretensiones. Desde luego, eso lo han conseguido plenamente. Pero que nadie crea que El último gran héroe hace una gran revisión a mejor del moderno género de acción, ni que avanza mucho por la senda del Cine con mayúscula. Su singular ironía no da para tanto. Hollywood es Hollywood, aun cuando se burla de sí mismo.

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