El crisol

TÍTULO ORIGINAL The Crucible

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director: Nicholas Hytner. Guión: Arthur Miller. Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Winona Ryder, Paul Scofield, Joan Allen, Bruce Davidson, Rob Campbell, Jeffrey Jones. 123 min.

Tal vez la lectura que se hizo en su día de la obra teatral de Arthur Miller Las brujas de Salem (1953), como un soterrado ataque al maccarthismo y su caza de brujas comunistas, ha desvirtuado la realidad de este drama, trasunto de un hecho real sucedido en Massachusetts en el siglo XVII, en un clima de rigorismo puritano. Esa fue entonces la intención de Miller; pero hoy él mismo advierte su mayor y universal alcance.

No es pues la obra teatral ni su versión-creación cinematográfica, El crisol, un alegato contra la intolerancia, como quieren interpretar ciertos críticos o señala la propaganda. ¿Qué habría que tolerar? ¿Que unas jovencitas hagan conjuros y brujería, más o menos en serio? ¿Acaso el adulterio, o la hipocresía o la mentira y el odio? El Diablo sin duda se alía a la intolerancia, y a la tolerancia y negación del pecado. En todo caso, hay hechos intolerables, criminales. La víctima tiene derecho a no tolerarlos.

El Crisol de Nicholas Hytner (La locura del Rey Jorge) tiene una gran ambientación, mantiene el interés por esos personajes campesinos, destruidos por la venganza de una joven despechada, adúltera y embaucadora, y por la cerrazón rigorista de un juez y unas autoridades menos rectas e incapaces, y de una sociedad rural -verdugos y víctimas- atenazada por el miedo y la hipocresía.

La presentación y el nudo de la cuestión son eficaces y contundentes; el desarrollo, quizá excesivo, adolece de una verbosidad y un enredo literarios muy propios de un teatro más intelectual que dramático. Winona Ryder, en su papel de la embaucadora Abigail Williams, no alcanza el vértigo demoníaco que requeriría. Sin embargo, el desenlace, centrado en su principal víctima, el matrimonio protagonista (Daniel Day-Lewis y Joan Allen), adquiere la grandeza trágica de las mejores piezas clásicas, sobrecogedora, lo mejor del film, junto con la estólida presencia del juez (Paul Scofield).

Pedro Antonio Urbina

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