El arpa de hierba

TÍTULO ORIGINAL The Grass Harp

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Director: Charles Matthau. Guión: Stirling Silliphant y Kirk Ellis. Intérpretes: Piper Laurie, Edward Furlong, Walter Matthau, Jack Lemmon, Sissy Spacek, Nell Carter, Mary Steenburgen, Sean Patrick Flanery, Roddy McDowall, Mia Kirschner. 107 min. Jóvenes.

Cabe considerar a Truman Capote (1924-1984) como uno de los mejores narradores norteamericanos del siglo XX. Conocido sobre todo como antecesor inmediato del Nuevo Periodismo -a través de sus poderosas crónicas en la revista The New Yorker y de sus duras novelas-reportaje, como A sangre fría-, Capote cultivó también la narración sofisticada de carácter urbano -como Desayuno en Tiffany’s- y la novela poética, de tono romántico y ambientación rural. A este último género pertenece El arpa de hierba (1951), una de sus obras más autobiográficas.

La acción transcurre en un pueblo de Alabama durante los años treinta. Tras la muerte natural de su madre y el suicidio de su padre, a dicho pueblo llega Collin Fenwink (Edward Furlong), un joven tímido, trasunto del propio Capote y narrador de la historia. Collin vivirá en casa de sus tías, las hermanas Talbo, dos solteronas muy distintas entre sí. Verena (Sissy Spacek), rica y amargada, es la auténtica matriarca de la familia y de todo el pueblo, aunque es la menor. Por el contrario, Dolly (Piper Laurie), es una mujer encantadora y sensible, que disfruta preparando dulces y fabricando un remedio casero contra la hidropesía. Collin se enamora platónicamente de ella.

La situación da un giro inesperado cuando Verena, con la ayuda de un ingeniero químico (Jack Lemmon), intenta comercializar la exitosa medicina de Dolly. Ésta se rebela contra la tiranía de Verena y se va a vivir a una tosca cabaña en lo alto de un árbol, en compañía de Collin y de una divertida y oronda criada negra (Nell Carter). A ellos se van uniendo diversos personajes singulares -un enamoradizo juez retirado (Walter Matthau), un joven rebelde (Sean Patrick Flanery), una predicadora protestante con quince hijos (Mary Steenburgen)…- que ponen en vilo la aburrida tranquilidad del pueblo. Estos episodios tragicómicos marcarán el paso de la adolescencia a la madurez de Collin, y decidirán su incipiente vocación literaria.

Con este espléndido material literario -transformado brillantemente en guión por Stirling Silliphant y Kirk Ellis-, Charles Matthau (Doin’ Time On Planet Earth), hijo de Walter Matthau, sólo necesitaba un mínimo de talento en la realización y un buen reparto para lograr una película de nivel. En cuanto al reparto, ha contado con un grupo de magníficos actores, metidos hasta los tuétanos en sus personajes. Afortunadamente, tambien el joven director -30 años- consigue una serena y fluida puesta en escena, de gran belleza visual, que recrea con detallismo y elegancia los numerosos matices dramáticos de la obra de Capote. La música de Patrick Williams y la fotografía de John A. Alonzo redondean el conjunto.

El arpa de hierba se parece a Tomates verdes fritos, aunque este último film, quizá de menor valor literario, tiene una mayor hondura moral y religiosa. En El arpa de hierba, Capote adopta muchos elementos de Mark Twain, sobre todo a nivel formal: espontaneidad narrativa, frescura de las descripciones, enfrentamiento civilización-vida natural… Sin embargo, en su tratamiento de fondo, El arpa de hierba más bien actualiza el naturalismo, nostálgico y bienintencionado, de los trascendentalistas norteamericanos del XIX, como Emerson o Thoreau. Esta inspiración da sentido, entre otras cosas, al propio título de la obra, metáfora del sonido del viento al cortarse en la hierba: «Ese arpa de voces que cuentan historias y que algún día contarán también las nuestras».

Pero Capote se queda en el trascendentalismo y no llega a la trascendencia. De modo que su humanismo -fascinante sin duda por la sobresaliente calidad de su pluma- alcanza el nivel de los buenos sentimientos pero carece de fundamento sólido. Esto debilita un poco sus certeras críticas al materialismo y su estimable elogio de la rebeldía, la solidaridad, el amor desinteresado y la ecología. En todo caso, es tal la amabilidad y la capacidad de instrospección de su mirada que la historia se lee -se ve- con creciente interés.

Jerónimo José Martín

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