Drácula

Guion: Bram Stoker, James V. Hart

Intérpretes: Gary Oldman, Winona Ryder, Anthony Hopkins.

128 min.

TÍTULO ORIGINAL Bram Stoker’s Dracula

GÉNEROS

Son conocidas las dificultades económicas de Coppola por el fracaso de algunos de sus proyectos más ambiciosos. Esto le ha llevado a dirigir historias que no eran suyas, pero que ha asumido dándoles un enfoque muy personal. Ahora lo vuelve a hacer en Drácula, convirtiendo a su protagonista en un ser oscuro y atormentado.

En el siglo XIV el príncipe Vlad de Rumania (Gary Oldman) está en guerra con los turcos. Al volver a casa, se entera de que su esposa se ha suicidado al creerle muerto en el campo de batalla. Ante la pérdida de la amada, Vlad-Drácula se desespera, reniega de su fe y vende su alma al diablo, que le concede la inmortalidad. Cuatrocientos años más tarde, en la Inglaterra victoriana, Drácula descubre a Mina (Winona Ryder), una mujer idéntica a su querida esposa, y trata de hacerla suya.

Drácula no comprende cómo él, que está luchando contra el infiel por Dios, ha podido sufrir la pérdida de su amada. Se trata de un sentimiento fatalista que suele impregnar los films de Coppola, como El padrino III, donde son inútiles y demasiado dolorosos los esfuerzos de Michael Corleone por lograr la redención de sus pecados. Coppola lo ha dicho sin ambages: «Personajes como Drácula expresan esta frustración que tenemos con Dios por no recibir clara indicación de lo que tenemos que hacer».

Al no poder amar a su esposa, Drácula se ve arrastrado por un desbocado apetito sexual por el que convierte a las mujeres objeto de su deseo en nuevos vampiros. De modo que se muestran los excesos en que puede caer una persona atrapada en el deseo carnal: no sólo el caso de Drácula -que es un poseso-, sino el de Lucy, amiga íntima de Mina, que se deja llevar de sus fantasías sexuales. Esta insistencia en lo erótico es clara y se aleja de la novela de Bram Stoker, pese a lo que declaran Coppola y el guionista Jim V. Hart. La crudeza de algunas imágenes es un evidente reclamo comercial. De hecho, la impresionante promoción publicitaria del film se ha basado precisamente en el erotismo y en el terror, y ha dejado en segundo plano lo principal de la historia: el romanticismo de un amor imposible, la bella y la bestia en clave muy, muy oscura.

Los actores, jóvenes a excepción del gran Hopkins, saben dar hondura a sus personajes, aunque a veces se vean apabullados por el complicado espectáculo organizado por Coppola para contar la historia. Pues la perfección técnica del film es abrumadora. Un montaje preciso imprime a la narración un ritmo trepidante, casi enloquecido: fragmentos de cartas y diarios sirven para enlazar diferentes episodios, o unir las historias que transcurren paralelas en Londres y Transilvania. El habitual recurso de Coppola al montaje paralelo tiene un momento clave en el relato de la boda de Mina con Harker mientras Drácula asalta a su amiga Lucy. La apuesta estética es atrevida: fondos oscuros en los que destaca el vestuario de los personajes -diseñado por la japonesa Eiko Ishioka-, resolución de batallas con sombras al estilo Kagemusha de Kurosawa, expresionismo del Nosferatu de Murnau, trucos de los inicios del cine, un perfecto maquillaje, rodaje en estudio…

Un impresionante despliegue para una historia romántica en la que Coppola quiere huir de la mediocridad. «No es una película de terror al uso», dice. Y es cierto, aunque no dejan de ser lamentables algunos de los malabarismos que hace para que el público vaya a verla.

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