En los últimos años, películas como En el nombre del padre, The Boxer, En el nombre del hijo o Titanic Town han mostrado el conflicto de Irlanda del Norte desde una perspectiva realista y ponderada. En esta tendencia ha sido fundamental el irlandés Jim Sheridan, director y guionista de las dos primeras películas, y productor y guionista de la tercera. Ahora ha participado como productor ejecutivo en Domingo sangriento, escrita y dirigida por Paul Greengrass, prestigioso documentalista inglés que debutó en el cine con Extraña petición. El año pasado, Domingo sangriento ganó el Oso de Oro en la Berlinale –ex aequo con El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki– y el premio a la mejor película en el Festival de Sundance.

Tomando como modelo La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, y con un vigoroso estilo hiperrealista, de factura casi documental, Domingo sangriento recrea los terribles sucesos acaecidos en Derry (Irlanda del Norte) el 30 de enero de 1972. Ese día, paracaidistas ingleses mataron a 13 irlandeses desarmados e hirieron a otros 14 durante una manifestación legal contra los internamientos preventivos sin juicio. La primera investigación oficial exculpó a los soldados ingleses; pero el caso fue reabierto en 1999 con la aprobación de Tony Blair.

Greengrass perfila a todos los personajes, de uno y otro bando, de un modo equilibrado y rico en matices. Esto permite a los actores unas interpretaciones sensacionales y enriquece enormemente el discurso dramático, político y moral de la angustiosa puesta en escena. Ésta entrecruza las diversas subtramas a través de un uso magistral de la cámara en mano, los efectos de montaje y la banda sonora, que culmina con la famosa canción de U2 sobre este suceso. Se ofrece de este modo un vigoroso fresco de aquella trágica jornada, detonante de tres décadas de violencia en el Ulster, y en la que fueron desgraciadamente decisivas la irresponsabilidad de unos cuantos jóvenes violentos, la falta de previsión de los políticos y el nerviosismo de unos soldados de gatillo fácil, alentados por la torpeza de sus mandos y por un odio ancestral.

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