Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 56/14

La película comienza con Hazel, una adolescente de aspecto normal, hablando a la cámara; oiremos su voz en off alguna vez más a lo largo de esta historia. Al final, Hazel vuelve a mirar a la cámara y nos cuenta lo que ha aprendido de su romance con Gus, un joven de 18 años que, al igual que ella, tiene cáncer. Hazel y Gus son alegres y animosos, aunque nunca olvidan que la muerte está cerca. Se conocen en el grupo de terapia de la iglesia episcopaliana al que Hazel acude por complacer a su madre, y Gus por acompañar a un amigo. El flechazo fue casi instantáneo, juntos leen la novela Un dolor imperial, de Peter Van Houten, que les ilumina porque habla de sus propias experiencias, y sueñan con viajar a Holanda para conocer al autor.

La primera película de Josh Boone, Un invierno en la playa, también hablaba de situaciones de la vida cotidiana, no tan dramáticas, de gente normal. Bajo la misma estrella, adaptación de un best-seller, revela a un autor interesado por contar historias humanas, y por tratar de cosas que importan de veras, en el caso presente nada menos que el dolor, la muerte y el sentido de la vida.

No es una película perfecta: en primer lugar, el director y su guionista dan tanto protagonismo a Hazel y Gus que el tratamiento de sus padres roza la caricatura; y en segundo lugar, el romance es excesivamente azucarado. Está claro que el director juega la baza del romance para que el espectador acepte el resto: el compromiso, el dolor, la trascendencia, el sacrificio. Las figuras de Peter Van Houten, escritor amargado, y de Ana Frank, positiva ante la adversidad, ofrecen modelo y contrapunto adecuados.

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