Un joven mira ausente la televisión, un concurso, en concreto. A su lado está el cadáver de una mujer. Llega la policía. La mujer es la madre del chico y ha muerto por sobredosis. El joven llama a su abuela: no sabe lo que hay que hacer, ni qué papeles rellenar, ni cómo se organiza un funeral. La abuela le acoge en su casa, y a partir de ese momento entrará en una especie de clan familiar mafioso ultraviolento que vive del tráfico de drogas.

Esta cinta australiana ganó el premio del Jurado en la pasada edición del festival de Sundance (en la categoría de film internacional). Un premio que solo se entiende si lo que se alaba en un festival de cine independiente es que una cinta tenga ese corte de película pequeña, escasa de presupuesto, con pocos decorados, algo de fondo y, si es posible, ambientada en la marginalidad. Todo esto lo tiene Animal Kingdom.

Lo que no tiene la película de David Michôd es originalidad. La historia la hemos visto mil veces, mejor contada, con más ritmo, con más fuerza y con personajes mejor dibujados. Es cierto que la cinta tiene un arranque poderoso, un punto de giro potente a mitad de metraje y un final sorprendente y rápido. La pregunta es si esto es suficiente para hacer una gran película.

Animal Kingdom se suma a otro buen puñado de cintas recientes (NEDS, Twelve, que llegará en una semanas a la cartelera, Cruzando el límite), que no acaban de convencer, sobre jóvenes en entornos violentos. Algo pasa con este subgénero, que ha dado títulos memorables.

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