Con un retraso que, a película vista, se comprende bien, llega esta obra del veterano director de Carros de fuego, ganadora de cuatro Oscar en 1982. Hudson, que cumple en breve 80 años, ha contado con un equipo de primera, medios más que suficientes (la productora ejecutiva es Lucrecia Botín, y la Fundación Botín y varias administraciones públicas españolas respaldan el proyecto) y el bellísimo retrato de Cantabria fotografiada por el maestro José Luis Alcaine.
La historia del descubrimiento en 1879 de una cueva a un par de kilómetros de la localidad de Santillana del Mar, en un prado dentro de una finca propiedad de Marcelino Sanz de Sautuola, era una mar de atractivas posibilidades, pero el guion del documentalista López-Linares y de Olivia Hetreed (La Joven de la perla) lo encierra en una pobre caricatura melodramática. Hay sobredosis de villano de opereta personificando el pretendido oscurantismo clerical ante las pinturas prehistóricas y un relato de los hechos plano, elemental y maniqueo.
Son atractivas la condición de aficionado a la paleontología del antepasado de los Botín y la intervención de su hija de ocho años, María; también las suspicacias y la controversia que levanta el descubrimiento en la comunidad científica internacional y en las fuerzas vivas de la España de la época. Pero el desafortunado tratamiento de la historia propicia unas interpretaciones esdrújulas y un academicismo acartonado, con problemas de ritmo y falta de fluidez.