Tras el acuerdo con la Santa Sede, China no abre la mano con los católicos

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Entrar a una iglesia en China y encontrar, flanqueando la cruz central, enormes fotos del “Gran Timonel” Mao Zedong y del “Líder Central”, el presidente Xi Jinping, puede ser cuando menos inquietante. Si se conoce, sin embargo, que para el gobierno comunista la Iglesia –la comunidad de fieles y sus templos– “pertenece” en última instancia al Estado, entonces al menos se verá un poco de coherencia.

Las imágenes mencionadas tampoco deberían estar en los altares de las casas de los creyentes. Pero están. Y es que la total injerencia del Estado chino en la organización interna de la Iglesia e incluso en la vida personal de los católicos, no parece haberse corregido demasiado desde que hace un año Pekín y la Santa Sede anunciaron haber suscrito un acuerdo provisional por el que el Papa admitía a la comunión con Roma a ocho obispos consagrados sin su consentimiento, y a su vez era reconocido como cabeza de la Iglesia católica.

La idea era acabar con la duplicidad de jerarquías y ayudar a sanar la división entre los creyentes chinos: unos, fieles a la denominada “Iglesia patriótica”, controlada por el régimen, y otros que no quieren plegarse y prefieren vivir su fe en la clandestinidad.

 

Los jerarcas del PCCh creen que la sociedad civil y la religión no fueron suficientemente controladas en Europa oriental, y “no quieren repetir el mismo error”

 

El problema respecto al acuerdo es que nadie, fuera del Ejecutivo chino y de la Santa Sede, conoce qué dice exactamente el texto. En una conferencia sobre el tema, el director de AsiaNews, Bernardo Cervellera, ha hecho balance del año transcurrido y ha revelado un dato de interés: “Según habría expresado el Papa a un obispo subterráneo (Mons. Guo Xijin), si no se firmaba el acuerdo, China amenazaba con ordenar a 45 obispos ilícitos e ‘independientes’ de la Santa Sede, creando las bases para un auténtico cisma. De modo que el acuerdo fue, lisa y llanamente, una extorsión”.

Presiones a los sacerdotes y cruces derribadas

Según explica Cervellera, el acuerdo no ha alterado el modo en que las autoridades tratan a las comunidades cristianas. No mucho después de la firma, representantes de la Asociación Patriótica (la Iglesia oficial) y el Frente Unido (un grupo de organizaciones nominalmente autónomas, pero dependientes del Partido Comunista, PCCh) se reunieron con sacerdotes y obispos para decirles que el plan seguía siendo impulsar una Iglesia netamente china, sin nexos pastorales con Roma.

Así, en junio de este año la Santa Sede tuvo que emitir unas Orientaciones pastorales sobre el registro civil del clero en China, en las que pedía que a los sacerdotes no se les obligara a registrarse. Dicho registro incluye la firma de un documento en que el interesado manifiesta estar de acuerdo con el principio de “independencia” de la Iglesia china. El documento vaticano solicitaba además que no se ejercieran “presiones intimidatorias contra las comunidades católicas ‘no oficiales’, como, desafortunadamente, ya ha ocurrido”.

De igual modo, la destrucción de los sitios de culto –ya se trate de los templos levantados sin permiso gubernamental o de otros con las autorizaciones en regla– continuaron como hasta el momento de la firma del acuerdo. Lo esperable era que los destrozos de imágenes, el desmantelamiento de cruces, la demolición de iglesias, la profanación de tumbas de ministros cristianos, etc., correspondientes a tiempos previos al pacto, cesaran tras este, pero no ha ocurrido así.

 

Los cristianos chinos no pueden llevar a sus hijos menores a la Iglesia, y catequizarlos en el hogar es también ilegal

 

Solo dos ejemplos: el 28 de abril de este año, las autoridades de la ciudad de Weihui retiraron las cruces de hierro que remataban los dos campanarios de una iglesia. Mientras los operarios ejecutaban la orden, los fieles, abajo, entonaban cantos y rezaban, impedidos de hacer físicamente nada para detener el ultraje.

Unos días después, en Shen Liu, similar procedimiento contra otra iglesia: con una grúa se retiró la cruz que dominaba el edificio, y se informó a los afectados que lo próximo sería demoler todo el templo, a pesar de que había sido levantado con licencia de la Oficina de Asuntos Religiosos. La justificación de la administración local fue que tanto la iglesia como la cruz eran “‘demasiado visibles’ desde la autopista cercana, y que los automóviles que pasan por el lugar se distraen por la presencia del símbolo cristiano y del edificio”.

“Libertad” bajo supervisión

Estos y otros casos de ensañamiento muestran que Pekín ha otorgado bastante libertad a funcionarios de los distintos niveles de la administración para decidir sobre las actividades religiosas, siempre que sea para coartarlas.

En la web del Consejo de Estado chino, por ejemplo, a tenor de unas nuevas normas en vigor desde 2018, se subraya que “los ciudadanos gozan del derecho a la libertad religiosa”, para, apenas unos párrafos más abajo, advertir que los sitios de culto deben “aceptar la guía, la supervisión y la inspección de los gobiernos locales”.

Este “acompañamiento” no solicitado por las comunidades de creyentes se traduce, por ejemplo, en la instalación de entre seis y ocho videocámaras en las iglesias, en ocasiones incluso desde los púlpitos, para chequear quiénes asisten al culto. Si alguno de los que entran es un menor de edad, ya puede darse por clausurado el templo.

Otra idea de aplicación local es la de fomentar las delaciones. En la provincia de Guangdong se ofrece una compensación monetaria a quienes informen sobre la presencia de extranjeros en las iglesias (660 euros), y a quienes colaboren activamente con la policía (1.300 euros).

Pero también se premia a quien denuncie a un tercero que se dedique a enseñar el catecismo a sus hijos en casa. Como se ha dicho, los menores no pueden poner un pie en la iglesia, y catequizarlos en la vivienda particular es también ilegal. Según las normas en vigor, se puede confiscar el local donde se efectúen actividades religiosas ilegales, por lo que la familia que se atreva a hacerlo se arriesga a quedarse sin hogar.

El régimen se cura en salud

La ojeriza del régimen chino hacia la Iglesia católica y otras denominaciones cristianas está bien asentada desde hace décadas, cuando Mao llamaba “perros falderos del capitalismo” a los seguidores de la Cruz.

 

No bien firmado el acuerdo con la Santa Sede, funcionarios chinos se reunieron con sacerdotes y obispos para decirles que el plan seguía siendo impulsar una Iglesia “independiente” de Roma

 

¿Por qué Pekín arremete contra los católicos? A fin de cuentas, se trata de creyentes que, ante el abusivo destrozo de sus lugares de culto; ante los arrestos y expulsiones de que son víctimas, no llaman a tomar las armas para derrocar el régimen. No tendrían, pues, por qué estar en la mirilla de las autoridades.

La persecución en China, en sus diferentes variantes, “está mayormente motivada por el poder y el control”, explica a MercatorNet el investigador italiano Massimo Introvigne, experto en sociología de las religiones.

“El Partido Comunista –añade– cree que la sociedad civil, y específicamente la religión, quedó sin control en Europa oriental, y que esto fue lo que causó allí el colapso del comunismo. Ellos no quieren repetir el mismo error. Para algunos líderes del PCCh, el poder implica mantener su lujoso estilo de vida, pero otros, militantes verdaderos, están persuadidos de que, al preservar el poder del PCCh, la genuina fortaleza del marxismo, están salvando el mundo”.

Mientras los jerarcas del régimen –tanto los acomodados como los convencidos– adviertan el peligro del mensaje de la salvación, presumiblemente los buldóceres seguirán demoliendo templos y, de paso, cualquier intento de acuerdo medianamente respetable y verificable.

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