¿Tecnopaganismo o una espiritualidad de la red?

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Ha sido una de las películas más taquilleras de 1999. Para algunos, un simple cómic de acción futurista. Para otros, una parábola de profunda simbología religiosa. El caso es que The Matrix ha desencadenado un torbellino de discusiones en revistas, en Internet e incluso ¡en la Universidad! Con independencia de su valor intrínseco, el interés que suscita este tipo de creaciones revela nuevas visiones culturales que se están extendiendo.

Una virtud de toda buena película es prestarse a lecturas de varios niveles para que cada cual se instale en el que le resulte más cómodo: quien en el nivel del puro entretenimiento, quien en el filosófico, quien en el religioso. The Matrix permite, en este sentido, un buen número de paralelismos con la historia de la salvación cristiana (ver cuadro); y los hermanos Wachowski, autores del guión y directores de la película, han confesado que esas referencias son intencionadas.

No es la primera vez. En otras fábulas futuristas ya habían aparecido simbolismos semejantes (2001: una odisea del espacio, ET y la tetralogía de George Lucas). La soteriología propuesta por cada una de estas historias difiere en pequeños matices. En 2001… se postula una salvación sobrenatural, pero mediada por un elemento natural (el monolito). En La guerra de las galaxias, por el contrario, «la fuerza» representa una divinidad abstracta, ausente y de tipo dualista. En The Matrix se propone una soteriología encarnacionista.

Cada vez más, el cine sugiere nuevas imágenes sobre la salvación. Y cada vez más, esta salvación está ligada a la tecnología. La pregunta es si todas estas historias influyen o no en las creencias del público que las acoge con entusiasmo. Es posible que, en sí mismos considerados, estos celuloides no tengan gran trascendencia doctrinal. Pero si los vemos como heraldos de visiones culturales que se están extendiendo, entonces hay motivos para pensar que la cosa va en serio. Al final, el cine es solo un medio de difusión de ideas que llevan tiempo circulando en los ambientes intelectuales y que se han gestado años atrás en la literatura (A.C. Clark, G. Orwell, etc.) y la filosofía (ver reseña de La religión de la tecnología).

Religión virtual

Por lo general, las personas maduras no se toman demasiado en serio las imágenes futuristas de la humanidad. Pero estas hacen mella en la imaginación de los adolescentes y canalizan su tendencia a vivir en otro mundo. Ponen en marcha un mecanismo que los psicólogos llaman «identificación». Hoy día, además, ha entrado en la vida juvenil otro factor que parece decisivo: la realidad virtual.

Conviene distinguir lo imaginario de lo virtual. Internet permite la creación de verdaderas comunidades (que se llaman «virtuales», porque no son físicas, pero son reales). La red es cauce para otro deseo también imperioso en la etapa adolescente: el deseo de comunidad. Cuando uno se sienta ante la pantalla, este deseo se potencia. La catedrática Rosanne Stone habla de «apetito cibernético» (cyborg envy): el ímpetu natural, inarticulado de penetrar el interface y fundirse con el sistema (1). Este deseo de «comunidad virtual» tiene, para algunos, el mismo origen que el deseo religioso de «comunidad espiritual», de comunión, el famoso cor inquietum. Comienza así a abrirse paso la idea de una religiosidad de tipo ciborgánico.

Bien mirada, esta propuesta de nueva espiritualidad es típicamente moderno- individualista: personajes solitarios que participan desde su habitación en la co-creación del ciberespacio a través de la agencia The Matrix (nombre dado hace años por el analista John Quarterman a Internet, en el que se basa la película [2]).

Para muchos, entre los usuarios de la red se está produciendo una fusión entre creencias religiosas y conocimientos científicos. Una «espiritualidad de la red», por utilizar la expresión de John Lebkowsky en The Cyborganic Path. Ciertamente, en Internet no hay una visión espiritual unitaria. Pero es indudable que tanto su carácter global como la juventud de sus usuarios aceleran el proceso de depreciación postmoderna del sistema de «creencias serias», tradicionalmente vinculado a comunidades que podían ejercer un gran control sobre la ortodoxia (la familia, la Iglesia, etc.).

«Gran misterio» en la red

¿Hacia dónde conduce esta convergencia de tecnología y (verdadero) deseo espiritual? Algunos dicen que lleva directamente hacia la noosfera, la conciencia universal unitaria, el punto Omega de llegada de la evolución transbiológica (idea tomada del teólogo católico Teilhard de Chardin). El punto Omega sería el estadio final de salvación colectiva. En nuestro caso, una salvación tecnológicamente mediada.

Otros, en cambio, piensan que este mix de espiritualidad y tecnología debería llamarse tecnopaganismo (término, un tanto despectivo, acuñado por Erik Davis en un artículo de la revista Wired). Davis habla de paganismo y no de ateísmo, porque en la red hay un mundo de creencias propiamente religiosas, aunque estas sean muy diversas y tengan por objeto divinidades menores. Tecnopagano sería, en este sentido, quien piensa que la salvación del mundo no tendrá la forma de una recapitulación (Omega, Cristo), sino de una diversificación cada vez mayor (idea difícilmente compatible con la fe cristiana).

En este sentido, la red proporcionaría una experiencia de lo sagrado de características inéditas. Por una parte, como bien dice Lebkowsky, cuando uno navega descubre que no hay presencias absolutas: nada es completamente verdad y todo está permitido. Y sin embargo, también se tiene la impresión de habitar en el interior de un «Gran misterio», una presencia inmanente a la multiplicidad de experiencias. Pero una presencia que no impone ningún contenido concreto. Y esto se compagina muy bien con la espiritualidad postmoderna: libertad para hacerse un menú personal a partir del «Gran misterio». La unidad de la experiencia de la red como «Gran misterio» es puramente funcional, y no presupone la idea metafísica de una verdad única (y mucho menos cognoscible). Permite sumisión religiosa al mundo sin exigencias de conocimiento sobre sus causas.

Digo «sumisión religiosa al mundo» porque nadie niega que las creaciones ciborgánicas sean creaciones naturales. Pero en ciertos ambientes se les da el valor simbólico de representación de lo divino, y por lo tanto, de lugares sagrados. El espíritu del mundo habita en la red.

Espiritualidad oriental

Puede sonar un poco panteísta. Pero, en Occidente, esta confluencia entre religiosidad y tecnología es hoy posible porque el concepto de espiritualidad oriental lleva años roturando el campo. Para la mentalidad oriental, la espiritualidad no es otra cosa que un tipo de tecnología psicológica («técnicas» de meditación, de control mental, de elevación hacia lo divino, etc.). Y así, la tecnología espiritual, centrada en lo interior (Oriente), sale al encuentro de la tecnología científica, centrada en los objetos del mundo exterior (Occidente), y se unen en la llamada realidad virtual. ¿Cómo van ser los hijos de esta singular unión?

De momento, lo que podemos decir es que ya existen muchas comunidades virtuales, que en ellas hay una gran preocupación por lo religioso, y que producen respetables frutos espirituales, de solidaridad o, como dice Steve Case, el joven presidente de AOL, de e-philanthropy (3). El problema es si llegaremos a ver todo lo que nuestra imaginación utópica crea. Desde que las profecías de Julio Verne sobre el viaje a la Luna se cumplieron, parece como si la realización de cualquier visión futurista fuera solo cuestión de tiempo. ¿Hay que tomarse tan en serio la ciencia- ficción? Quizá no del todo; aunque tampoco es algo que se pueda rechazar a la ligera.

El ciberespacio representa, filosóficamente, un nuevo modo de construir la identidad que no está limitado por barreras físicas y geográficas. Esto parece una superación de la naturaleza humana. Y quizá también, como dice Hans-Dieter Mutschler, llevará a un cambio en nuestro modo de concebir a Dios (4). Hay, sin embargo, otros elementos de la naturaleza que contribuyen igualmente a modelar nuestros espíritus y que no han cambiado: amor y odio, unión y división, paz y tregua, afirmación y negación, sexo y deseo de trascendencia.Al final, tanto la comunidad física como la virtual construyen sobre un núcleo de naturaleza humana que no parece haber cambiado mucho en los últimos diez mil años.

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(1) «Virtual Systems», en Incorporations, ed. by Jonathan Crary and Sanford Kwinter.
(2) The Matrix: Computer Networks and Conferencing Systems Worldwide, Digital Press, Bedford, 1990.
(3) «E-Philanthropy in the Internet Century», discurso pronunciado recientemente en la Casa Blanca.
(4) Die Gottmaschine. Das Schicksal Gottes im Zeitalter der Technik, Pattloch, 1998.

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