La nueva disidencia de izquierdas

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La nueva disidencia de izquierdas

Poco a poco, va tomando cuerpo en las filas de la izquierda anglosajona la contestación a la censura políticamente correcta en nombre de la diversidad, una crisis que comenzó en las universidades y que, con el auge del movimiento Black Lives Matter (BLM), ha tomado fuerza en las redacciones de los diarios.

La desafección lleva tiempo gestándose. Varios analistas sitúan el punto de inflexión a mediados de la década de 2010. Fue entonces, explica el periodista Andrew Sullivan, cuando los grandes medios empezaron a popularizar términos de la teoría crítica, la doctrina de corte marxista en que se apoya la ideología woke: no binario, masculinidad tóxica, supremacismo blanco, queer, transfobia, etc. Desde entonces, dice en otro artículo, Estados Unidos ha pasado a vivir en un campus universitario.

De momento, el fruto más concreto de la nueva revuelta izquierdista contra el iliberalismo woke es la carta publicada en la revista Harper’s, en la que 153 intelectuales denunciaron la intolerancia de quienes exigen que todo el mundo piense y diga lo mismo en los debates relacionados con la raza, el sexo o la identidad sexual.

A esta iniciativa siguió la Declaración de Filadelfia, otro manifiesto contra la “cultura de la cancelación”, esta vez con mayoría de firmantes conservadores. Pero, en un momento en que casi todo lo que viene de este flanco se considera ultra, puede resultar más eficaz la contestación surgida en las propias filas de la izquierda.

Muchos de estos disidentes siguen apoyando las causas del progresismo cultural. Pero no quieren rodillos ideológicos, y son capaces de tomar distancia de lo que se lleva en su propia tribu. Un ejemplo: en una entrevista al historiador de las ideas Mark Lilla, muy crítico con la fiebre identitaria y uno de los impulsores de la carta de Harper’s, la periodista le hace notar que muchos consideran que la misiva hace el juego a Donald Trump. Y Lilla responde: “Ellos siempre dirán que al hablar y decir la verdad estás beneficiando al otro lado. Pero la verdad nunca es enemiga de la causa”. Una actitud que bien podrían imitar los derechistas que evitan toda autocrítica para no beneficiar a la izquierda.

Activistas de la diversidad

El desencadenante inmediato de la carta fue el despido, a principios de junio, del jefe de opinión del New York Times, James Bennet, por haber publicado el artículo de un senador que pedía una respuesta militar a los disturbios que siguieron a la muerte de George Floyd.

La dirección del periódico, que en un principio salió en defensa del libre debate, terminó alegando que el artículo no cumplía los estándares habituales. Pero los críticos con la decisión se fijan en el hecho de que Bennet cayó por las quejas de sus compañeros de trabajo, quienes salieron a decir públicamente en Twitter que el artículo “ponía en riesgo a los empleados negros” del periódico.

No es la primera vez que los redactores del New York Times echan un pulso a la dirección por este tema. Un año antes, el director del diario, Dean Baquet –el primer afroamericano en el cargo– les pidió que evitaran los epítetos fáciles y que no usaran el término “racista” como arma política, por mucho que les desagradaran las políticas de Trump. Pero el mensaje no gustó a una redacción que se ve a sí misma embarcada en una cruzada moral.

“No tengo ni idea de qué versión del conservadurismo estarían dispuestos a tolerar”

El Times no es un caso aislado. Recientemente, el periodista Lionel Barber, quien ha dirigido el Financial Times entre 2005 y 2020, lanzaba un velado reproche al gremio, al que no pocas veces acecha la tentación de activismo: “Hoy existen nuevas fuerzas en juego, como el movimiento MeToo o el Black Lives Matter. (…) La diversidad es muy importante, pero no puede ser nuestro principio organizador. Nuestro principio debe ser informar con autoridad, presentar hechos concretos. Porque eso es lo que somos y no todo lo vamos a contemplar bajo el prisma de la diversidad”.

Otras veces, los medios sobreactúan con soluciones expeditivas para dejar claro en qué lado de la historia se encuentran. Así ocurrió con el redactor jefe del Philadelphia Inquirer, Stan Wischnowski, forzado a dimitir –tras 20 años en el periódico– por el descontento de la plantilla ante el titular que puso a una columna que denunciaba el vandalismo: “Buildings Matter, Too” (los edificios también importan), en respuesta al eslogan de BLM.

Se puede discutir la oportunidad de un titular que, según sus críticos, ponía al mismo nivel las vidas y los edificios, pese a que el cuerpo del artículo no insinuaba esa equivalencia. Lo que preocupa es la solución tan drástica que se adoptó. Casos como este son un ejemplo del tipo de “castigos precipitados y desproporcionados” que lamentaba la carta de Harper’s.

Practicar mejor el liberalismo

Pocos días después de publicarse la carta en Harper’s, Andrew Sullivan dejó por voluntad propia New York Magazine. En su artículo de despedida explica que se va por sus desavenencias con la dirección y con sus colegas: no entiende que estos puedan sentirse heridos cada vez que él critica la teoría crítica de la raza.

Aunque a Sullivan se le tiene por “conservador” (él mismo se presenta así), fue uno de los impulsores del matrimonio entre personas del mismo sexo, defiende el consumo de marihuana, reclama una mayor redistribución de la riqueza, apoyó a Obama y ahora a Biden, etc. “Creo que si este conservadurismo es tan repugnante que muchos de mis compañeros se avergüenzan de trabajar en la misma revista, entonces no tengo ni idea de qué versión del conservadurismo estarían dispuestos a tolerar”.

El hartazgo de Sullivan le ha llevado a retomar su propio proyecto editorial: The Weekly Dish, un boletín semanal de pago que incluye un artículo de análisis, otros dos más breves, un podcast, un foro de debate… Esta newsletter, distribuida a través de la plataforma Substack, le permitirá escribir “sin estar a la defensiva” frente a unos lectores con los que ha tenido frecuentes encontronazos en Twitter. No evitará el debate (de hecho, el foro de su boletín es para eso), pero tampoco tolerará faltas de respeto: quiere “un espacio intelectual verdaderamente libre”, donde los lectores puedan llevarle “a cambiar de opinión (o no) por pura lógica o testimonio personal”, no por linchamiento.

Se podría objetar a Sullivan que, con esa newsletter, sus ideas no tendrán el mismo alcance. Pero parece que su reacción es una respuesta adaptativa a un contexto muy bronco: “Twitter ha sido malo para mí; es imposible responder con el mismo cuidado y matiz que ponía en el Dish [el blog que le hizo famoso, antecedente de su actual newsletter]. Si queremos defender lo que queda de la democracia liberal, no es suficiente con exponer y criticar el modelo actual. Necesitamos idear y practicar mejor la democracia liberal”.

Otro heterodoxo que ha empezado su propia newsletter en Substack es Matthew Yglesias, cofundador de la web de análisis Vox y uno de los firmantes de la carta de Harper’s. Su caso es uno de los más representativos de lo que Ben Domenech y Emily Jashinsky han llamado “The New Contras”, una especie de fuerza contrarrevolucionaria del pensamiento, formada por “periodistas de centroizquierda cuya voluntad de criticar los excesos del izquierdismo les ha empujado de publicaciones destacadas a las emergentes plataformas de autopublicación”, como la propia Substack, Patreon o YouTube.

Feministas “canceladas”

Dentro de este fenómeno cabe englobar también los foros organizados por feministas que buscan distanciarse de la agenda queer, las llamadas despectivamente “trans-exclusionary radical feminists” (TERF). El objetivo de estas feministas es evitar que el borrado del sexo biólogico conduzca a la invisibilidad de las discriminaciones que afectan a las mujeres, pero a menudo se las despacha con la acusación de estar incitando al odio contra las “mujeres trans”. De ahí que hayan terminado refugiándose en plataformas de corte libertario.

Desde un medio mainstream como The Atlantic, Kaitlyn Tiffany las acusa de vivir en burbujas informativas, ajenas al mundo real. Pero ¿no podrían decir lo mismo las TERF sobre los medios woke? Y tampoco hay que olvidar que si no se las hubiera expulsado del espacio público de todos, no necesitarían esconderse en burbujas.

La izquierda ya no puede dar por supuesto el apoyo del feminismo

En el Reino Unido, el hostigamiento antiTERF ya ha alcanzado a personajes tan mediáticos como la escritora J.K. Rowling, o a feministas de toda la vida, como la excolumnista de The Guardian Suzanne Moore o la historiadora Selina Todd.

Ante estos casos, la columnista de UnHerd Sarah Ditum critica que la izquierda haya traicionado al feminismo y se haya vendido al activismo trans, por no dejarlas cuestionar que la autoidentificación de género sea suficiente para tener acceso a las instalaciones reservadas a mujeres, como los baños o los vestuarios. El resultado no puede ser más paradójico: se impide hablar con libertad a las mujeres sobre “cuestiones que afectan directamente a sus derechos”.

Y también es extraño que un único tema se haya convertido en la piedra de toque del progresismo. Ya puedes ser una ferviente defensora de la redistribución, los sindicatos o los servicios públicos, dice Ditum, que si no relativizas la importancia del sexo biológico terminarás excluido del “pensamiento aceptable de la izquierda”.

Ditum concluye su artículo con un aviso: la izquierda ya no puede dar por supuesto el apoyo del feminismo. De hecho, ella –que se declara proaborto– reconoce que en esta discusión coincide mucho más con Ross Douthat, un columnista conservador del New York Times que es provida. “Las viejas fronteras y expectativas ya no funcionan”.

Un bombero contra la “quema” de libros

Otro izquierdista que cuestiona las rígidas divisiones ideológicas es Paul Embery, bombero, sindicalista y partidario del “laborismo azul”, una corriente del Partido Laborista británico que subraya la importancia de la familia y la religión. Embery lleva tiempo advirtiendo a los suyos que la política identitaria ha alejado al socialismo de la clase obrera. A principios de 2021 publicará un libro en el que sintetiza su visión, Despised: Why the Modern Left Loathes the Working Class. Y antes de que vea la luz, ya ha recibido la acusación de “fascista”, según cuenta él mismo.

La histeria preventiva es un buen ejemplo del clima tan enrarecido que hoy domina las discusiones públicas: “Parece que la izquierda ya no está interesada en ganar los corazones y las mentes, o en reconciliar intereses contrapuestos. En cambio, cada debate se ve como una batalla entre el bien y el mal, entre progresistas ilustrados y fanáticos reaccionarios, entre tolerancia e intolerancia. Y uno llega a preguntarse por qué si estas personas están tan en lo cierto, sienten una necesidad constante de blandir horcas y de maltratar a sus oponentes en vez de intentar ganárselos a través del poder de la persuasión”.

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