Corazón de consumo

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Consumismo
Foto: Pexels

Las críticas a la “sociedad de consumo” están archivadas ya en los ficheros marchitos e incoloros que guardan los tópicos circulados a partir de los años sesenta. Nadie tomó esa decisión de archivarlas. Ha sido un fenómeno impersonal, económico, de mercado.

Cuando se hace una crítica caben dos posibilidades: que sea un mero ejercicio intelectual en el vacío o que se tome en serio y la crítica arrastre hacia una determinada conducta, en este caso más sobria. Esto último no ha sucedido. Los mismos críticos de la sociedad de consumo consumían acríticamente. Ha habido un consenso general o casi: entre consumir todo lo que se pueda o consumir con una pizca de austeridad, ha ganado lo primero.

¿Por qué se ha impuesto casi generalmente un corazón de consumo? Quizá porque el bienestar material se ha convertido en el nuevo becerro de oro económico, ante el que se ha postrado la derecha, la izquierda, el crítico marxista y el anarquista, el populista venido a más, el capitalista de toda la vida y el de nueva extracción.

Para evitar ese corazón de consumo hay un modo eficaz: saber prescindir de lo que fácilmente se podría obtener. Prescindir de lo que no se puede conseguir es gratuito. Lo deseable es, no una austeridad impuesta por una política económica, sino la sobriedad elegida como estilo de vida. Para saber prescindir hay que esperar una utilidad marginal, pero no económica. Esa utilidad es real. Lo que se consigue sabiendo prescindir de lo que fácilmente se puede obtener es paz, una indiferencia positiva hacia cosas que mucha gente desea con un frenesí nervioso. Se consigue ser dueño de uno mismo y el señorío sin apego sobre las cosas que tenemos y sobre las que no tenemos.

Estas ideas me vinieron a la cabeza tras la enésima lectura de Camino de perfección, de santa Teresa de Ávila. “¿Qué se me da a mí de los reyes y señores, si no quiero sus rentas, ni de tenerlos contentos, si un tantito se atraviesa haber de descontentar en algo por ellos a Dios? ¿Ni qué se me da de sus honras, si tengo entendido en lo que está ser muy honrado un pobre, que es en ser verdaderamente pobre?” Teresa, quizá, no sabía mucho del estoicismo teórico, pero pone un ejemplo que habría entusiasmado a Marco Aurelio: “Y conocí a un caballero que, en porfiando sobre medio real, le mataron; mira si se sujetó a miserable precio”.

Se dirá que no tiene sentido criticar el consumo porque es el motor de la economía, la demanda. Siempre existirá gente con tanto dinero que puede comprarse cualquier capricho. El otro día, en el frutero, vi que las cerezas estaban a 21 euros el kilo. El frutero me dijo que cuando empezaron a venir estaban a 100. “¿Quién compra eso?, le dije; al fin y al cabo solo son cerezas” “Pues las compran, claro que sí, a cualquier precio”.

No recuerdo ahora quién era el hijo de un político que tenía una colección de más de veinte coches de alta gama. O aquel otro que tenía una pintura que valía millones en el cuarto de baño, cercano al inodoro. Hace años una rica presumía de su abrigo de chinchilla, por el módico precio de 13.000 euros y la vida de unas doscientas chinchillas.

Siempre habrá ricos y no hay que exterminarlos por el hecho de serlo, como piensan algunos. Pero sería un beneficio general que hubiera más ricos con ese espíritu que se leía en la inscripción funeraria de un cristiano de los primeros siglos: Pauper sibi, dives aliis, pobre para sí mismo, rico para los demás.

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