Tavistock, o el patinazo trans con los menores

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La clínica londinense Tavistock, que –según sus propios directivos– ha venido ofreciendo un servicio de primer nivel en el diagnóstico y tratamiento de la disforia de género (DG) en menores de edad, se perfila como candidata a ocupar el banquillo de los acusados en una causa que le están preparando unos mil pacientes, y que llevará adelante el bufete Pogust Goodhead.

Según un representante de la firma de abogados, la demanda versaría sobre la “eficacia de los tratamientos prescritos” en el centro, terapias que habrían provocado en antiguos pacientes “heridas físicas y psicológicas que perdurarán por el resto de sus vidas”.

Para las autoridades de la clínica, la anterior no es sino una más de las malas noticias que le ha traído el verano. El 28 de julio, el Sistema Nacional de Salud (NHS) británico anunció que la instalación cerrará sus puertas antes de la primavera de 2023. La decisión gubernamental es consecuencia de las cada vez más frecuentes quejas sobre el reductivo enfoque con que se ha estado tratando allí a menores de edad con diversos trastornos, y de las irregularidades detectadas en los procesos de diagnóstico y tratamiento por una investigadora externa, la pediatra Hilary Cass.

“Diagnóstico: disforia de género (sin liarnos mucho)”

El informe Cass revela problemas graves en los procedimientos de la clínica. Primeramente, cita la presión a que se somete al personal médico para que adopte un “incuestionable enfoque afirmativo” ante los casos de presunta disforia –si un niño decía “sentirse” niña, no había que dudar: lo era, y el camino a los bloqueadores hormonales de la pubertad quedaba despejado–. Esto, señala la experta, es contrario al proceso estándar de evaluación clínica y diagnóstico para el que han sido formados los médicos.

La doctora coincide así con una observación hecha por el Grupo de Revisión Multiprofesional – encargado por el NHS de supervisar la implementación de los procedimientos de evaluación y obtención del consentimiento informado–, el cual había detectado en Tavistock un predominio del “enfoque afirmativo, no exploratorio, a menudo guiado por las expectativas del menor y de sus padres” y por “el grado de transición social [al otro sexo] que se ha alcanzado debido a la demora en la prestación del servicio”.

Los menores de edad diagnosticados en la clínica estaban, según la autora del informe, a merced de una suerte de “lotería clínica”

Cabe añadir aquí, aunque no lo menciona Cass, que las presiones también llegan de lobbies LGTB, como Pink News, Gendered Intelligence y Mermaids, que en ocasiones se “adelantan” al médico en diagnosticar DG, y que de hecho imponen su veredicto. Sue Evans, exenfermera de Psiquiatría en ese centro, lo pudo atestiguar (ver recuadro).

La afirmación indiscriminada en el “género deseado” conlleva, además, el peligro de que padecimientos psiquiátricos reales queden solapados –y desatendidos– por el brochazo gordo de la DG. “Una vez que se establece que (los menores) experimentan sufrimientos relacionados con el género, otros asuntos de salud importantes que normalmente se gestionarían en los servicios locales quedan subsumidos bajo la etiqueta de disforia de género”, observa la investigadora.

Por otra parte, Cass percibió, en el equipo médico de la clínica, “una falta de acuerdo y, en muchos casos, una ausencia de discusión abierta sobre el grado en que la incongruencia de género en la infancia y la adolescencia puede ser un fenómeno inherente e inmutable para el que la mejor opción (…)  es la transición” al sexo opuesto. Los menores estaban, en palabras de la autora, a merced de una suerte de “lotería clínica”.

Los bloqueadores hormonales, nada inocuos

El informe dedica espacio igualmente a los bloqueadores de la pubertad (hormonas liberadoras de gonadotropina), que se suministran para evitar la aparición de los caracteres sexuales secundarios en la adolescencia. La idea es poner “en pausa” esos rasgos externos para dar tiempo al menor a que, una vez alcanzados los 18 años, decida si se somete a una terapia con hormonas del sexo opuesto y a intervenciones quirúrgicas.

“La pregunta más difícil –advierte Cass– es si los bloqueadores de la pubertad realmente les brindan un tiempo valioso a los niños y a los jóvenes para que consideren sus opciones, o si efectivamente los ‘encierran’ en una vía de tratamiento que culmina en la progresión hacia las hormonas feminizantes/masculinizantes, al impedir el proceso habitual de desarrollo de la orientación sexual y la identidad de género”.

La abultada lista de remisiones aboca a los equipos médicos a no dedicar el tiempo necesario al diagnóstico de sus pacientes y a acelerar su proceso de “transición”

Lo que sí está bastante más claro para la doctora es que esa supresión de la pubertad puede incidir negativamente en la maduración cerebral, con efectos que define como “impactos desconocidos en el desarrollo, la maduración y la cognición si un niño o joven no está expuesto a los cambios físicos, psicológicos, fisiológicos, neuroquímicos y sexuales que acompañan a los aumentos repentinos de hormonas en la adolescencia”.

Por último, la pediatra incluye observaciones críticas al modelo centralizado de una institución que ha pasado de atender a 50 pacientes al año en 2009 a 2.500 en 2020 (y 4.600 en lista de espera). El problema, sin embargo, no es tanto la prolongada espera de los pacientes, sino que –según especialistas que han trabajado en la clínica– esto aboca a los equipos médicos a no detenerse lo suficiente en el examen de cada caso, a emitir diagnósticos de DG de modo más expedito y a colocar al paciente en el carril hacia los bloqueadores hormonales y los tratamientos posteriores.

Según Cass, el modelo Tavistock no es “un opción segura ni viable a largo plazo, a la luz de las preocupaciones sobre la ausencia de supervisión” por parte de otros médicos “ni en cuanto a capacidad para responder a la creciente demanda”.

¿Alguien rendirá cuentas?

Con el informe en la mano, el NHS ha hecho suya la sugerencia de la experta de descentralizar la atención. Cass apuesta por centros regionales dirigidos por “proveedores experimentados de atención pediátrica” y en los que los profesionales “mantengan una perspectiva clínica amplia para integrar la atención de niños y jóvenes con incertidumbre de género dentro de un contexto de salud infantil y adolescente más amplio”.

El NHS ha decidido, pues, crear centros regionales que atiendan los casos de presunta disforia y que estén conectados a los servicios de salud mental y a la atención primaria. También ha anunciado que, de conjunto con el Instituto Nacional de Investigación en Salud, diseñará y pondrá en funcionamiento la infraestructura necesaria para investigar a fondo los efectos de los bloqueadores de la pubertad.

En este nuevo marco, los lobbies promotores de la causa trans han salido públicamente a acoger las recomendaciones de Cass y la decisión del NHS como una “victoria”, porque la descentralización ayudará a acortar las extensas listas de espera, un fenómeno del que son responsables precisamente estos grupos por sus presiones a los equipos médicos para que diagnostiquen de modo expedito –y erróneo– como “disforia” las complejidades psicológicas de niños y adolescentes.

En cambio, para la filósofa Heather Brunskell-Evans, activista a favor de los derechos de los menores de edad frente a las políticas identitarias de género, hay razones para celebrar, pero por motivos diferentes: “Es un triunfo para nuestros hijos, nuestros nietos y para las generaciones futuras, así como para los padres que antes estaban indefensos ante la locura de la identidad de género. (…). Tavistock y el enfoque en el que fue pionera han estallado ante nuestros propios ojos. Lo que me deja pensando es si ahora se le pedirán cuentas a alguien por todo el daño que han ocasionado”.

La respuesta es que al menos ya un bufete de abogados y mil afectados están calentando motores para hacerlo.

 

“Finalmente el gobierno está escuchando”

Sue Evans, coautora del libro Gender Dysphoria: A Therapeutic Model for Working with Children, Adolescents and Young Adults, formó parte del equipo médico de Tavistock que prescribía –“de modo imprudente”– bloqueadores de la pubertad y hormonas de sexo opuesto a los chicos (testosterona a ellas, estrógenos a ellos).

En repetidas ocasiones se quejó de la manera expedita en que se ponía a los jóvenes en el camino de la transición hormonal y quirúrgica. En 2005 pasó veladamente información sobre esto a las autoridades de salud y en 2007 renunció a su puesto en la clínica. Posteriormente, acompañó a la joven Keira Bell en su demanda contra Tavistock por haberle prescrito tratamientos irreversibles cuando, por su falta de madurez psicológica, no estaba en posición de dar un auténtico consentimiento informado.

Ahora, en un artículo sobre la decisión del NHS, se felicita por que “finalmente el gobierno está escuchando” su reclamo y el de otros expertos que trabajaron en la clínica acerca de la irregularidad de sus procedimientos. “Si mis acciones de hace tantos años han contribuido a esto, me siento orgullosa”, afirma.

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