Los alumnos de origen inmigrante parten con desventaja en las aulas. Esto se debe a varios factores. Por norma, están por debajo de la media en renta familiar y nivel de estudios de los padres; además, con mayor frecuencia viven en barrios segregados, hablan en casa una lengua distinta a la de instrucción y sus padres están menos implicados en las asociaciones familiares de la escuela. Pero el panorama es muy distinto según los países, como también el efecto de estas circunstancias en lo académico.
Las principales bases de datos educativos (provenientes de las pruebas internacionales más conocidas: PISA, TIMSS, PIRLS, PIAAC) constatan que la condición de inmigrante se relaciona, en general, con un peor rendimiento en las destrezas fundamentales. Sin embargo, en este panorama general cabe hacer importantes matices: los resultados no son los mismos según el origen étnico, el nivel socio-económico, si el alumno ha nacido en el país donde se examina o es inmigrante de primera generación, o si cursa Primaria o Secundaria. Por otro lado, no todos los sistemas educativos parecen ofrecer las mismas oportunidades a estos estudiantes.
Los hijos de inmigrantes destacan en Estados Unidos
Un reciente artículo del Institute for Family Studies (IFS), con sede en Estados Unidos, apunta al éxito de los inmigrantes de segunda generación en este país. Por ejemplo, los estudiantes de padres extranjeros, pero nacidos en Norteamérica, suelen copar los primeros puestos en distintos concursos nacionales tanto en disciplinas “de letras” como científicas. Este dato, que puede tomarse por anecdótico, resulta ser solo la punta del iceberg. Si se observan los resultados de los alumnos en los doce cursos de educación primaria y secundaria (hasta el final de Bachillerato o similar), aparece claramente la llamada “paradoja educativa de los inmigrantes”: a pesar de la teórica desventaja de inicio, estos estudiantes obtienen mejores notas que sus compañeros nacionales.
En cuanto al origen étnico, destacan especialmente los estudiantes de padres asiáticos, especialmente en la segunda generación, aunque también los latinoamericanos estarían por encima de los estadounidenses “de pura cepa” si se descontara el efecto del estrato socio-económico de las familias. Entre los de origen africano y europeo, en cambio, consiguen mejores resultados los de primera generación que los de segunda. Por otro lado, la ventaja de los hijos de inmigrantes es más abultada en los chicos que en las chicas, y en los estudiantes de secundaria que en los de primaria, donde solo obtienen valores positivos los asiáticos.
Además, los alumnos de padres extranjeros no solo aventajan a sus compañeros nacionales en las notas. También lo hacen en algunos indicadores sociales: se sienten más “implicados” en la escuela, tienen menos problemas de disciplina y una tasa más baja de trastornos educativos, incurren con menor frecuencia en conductas criminales y desarrollan menos cuadros de ansiedad asociada a la educación.
Familias más fuertes, cultura más respetuosa
Según Leonard Sax, sociólogo experto en educación diferenciada y familia y autor del mencionado artículo del IFS, la aparente paradoja relativa al éxito de los estudiantes de origen extranjero se explica por tres factores. Por un lado, una vez la familia ha echado raíces en el país, estos alumnos tienen un trato más frecuente con tíos, abuelos, etc., lo que parece favorecer el desempeño escolar. Además, con mayor frecuencia viven en hogares con matrimonios intactos, lo que está relacionado con una mejor salud mental y rendimiento académico de los menores, como han demostrado algunos estudios. Por otro, estas familias, por sus nexos con los de su propia etnia, participan en menor medida de la cultura popular estadounidense, que –según Sax– se caracteriza por la frivolidad, el cinismo y la tolerancia o incluso la promoción de conductas irrespetuosas. Por último, el estilo de crianza en estas familias suele ser más estricto y menos permisivo que en las autóctonas. Así, la concentración de muchos estudiantes extranjeros en “barrios gueto” puede estar teniendo un efecto más positivo que negativo, al reforzar una cultura familiar asociada al éxito educativo.
Otro estudio del IFS permite poner cifras a la “paradoja de los alumnos inmigrantes” en algunos de los aspectos no estrictamente académicos antes mencionados: tienen menor tasa de expulsiones y sufren con menos frecuencia problemas de comportamiento o retrasos educativos. En cambio, consiguen una nota media alta en mayor proporción que sus compañeros.
No obstante, lo más interesante de la investigación es la clara relación que muestra entre la estructura familiar (matrimonios intactos frente a otro tipo de familias) y las puntuaciones de los estudiantes en esos mismos indicadores: son mejores las de quienes viven en un hogar del primer tipo, algo más habitual entre los de origen extranjero (dos de cada tres) que entre los autóctonos (un poco más de la mitad). También es más frecuente entre aquellos que la madre sea “ama de casa”, o que al menos uno de los cónyuges trabaje a tiempo parcial. Por otro lado, aunque el nivel de estudios de los padres inmigrantes sea menor que el de los estadounidenses –salvo el de los orientales–, un porcentaje más alto de ellos espera que sus hijos alcancen la universidad, lo que puede plasmarse en una mayor exigencia.
El tipo de inmigración importa más en Europa
Por desgracia, no existen estudios tan detallados sobre los alumnos de origen inmigrante que estudian en Europa, de manera que no es posible conocer el efecto de la estructura familiar o de otros factores. No obstante, sí se pueden comparar los datos “brutos”; es decir, las notas de estos alumnos en las pruebas internacionales, respecto a las de sus compañeros.
Puede encontrarse esta información, por ejemplo, en distintos informes de la OCDE referidos a las últimas pruebas PISA (2018, 2015, 2012), o en otro de la Comisión Europea que utiliza datos de PISA 2012. Aunque un poco antiguo, este último estudio permite observar con claridad que el tipo de inmigración que recibe cada país, más o menos cualificada, importa mucho en los resultados de los estudiantes de origen extranjero.
En global, las calificaciones obtenidas por los inmigrantes de segunda generación son peores que las de sus compañeros autóctonos. No obstante, esta diferencia no existe –o es muy pequeña– en Inglaterra o Irlanda, donde las familias que emigran tienen un alto nivel de cualificación. En cambio, en España, Italia, Francia, Alemania o Suecia, los inmigrantes de segunda generación sacan peores notas, aunque más altas que los de primera, lo que indica una cierta asimilación con el tiempo. Más preocupante es el caso de Austria, Bélgica, Holanda, Dinamarca o Finlandia, donde los resultados de los estudiantes de familia extranjera pero nacidos en el país son tan malos como los de quienes han nacido fuera, y donde la distancia con respecto a los autóctonos sigue siendo importante incluso descontando el efecto del factor socio-económico.
La prueba de lectura en PISA es un indicador especialmente relevante, pues la comprensión de textos en la lengua del país de acogida es crucial para un buen desempeño escolar. En general, los alumnos de origen extranjero obtienen peores resultados. La diferencia es especialmente abultada en Finlandia, Bélgica, Francia, Suiza o Dinamarca.
Idioma, escuelas gueto y educación superior
Algunos factores pueden explicar esta desventaja. Uno de ellos es si los inmigrantes de segunda generación hablan en casa la lengua de instrucción o no. De los países de la OCDE, el porcentaje es alto en Irlanda y Reino Unido, pero también en Portugal (70% o más), y muy bajo en Austria (menos del 25%), Suiza, Finlandia, Bélgica o Suiza (en torno al 40%). Además, en Austria y Bélgica la cifra no es mucho menor que la de los inmigrantes de primera generación, lo que puede indicar un problema de arraigo.
Otro factor a tener en cuenta es la concentración de estudiantes de origen extranjero en “escuelas gueto”. El llamado “índice de aislamiento” es especialmente alto en algunos de los países donde los inmigrantes no prosperan en las aulas, como los ya mencionados Finlandia o Dinamarca u Holanda, pero también en otros donde su desempeño relativo es bueno, como Reino Unido o Estados Unidos.
En lo que sí coincide la realidad de los alumnos de origen extranjero a uno y otro lado del Atlántico es en su mayor expectativa de alcanzar estudios superiores, expresada cuando tienen 15 años. Otra cosa es que efectivamente se cumpla. Así ocurre efectivamente con la segunda generación de inmigrantes en Reino Unido, Francia o Grecia, pero no en Bélgica, Eslovenia o España. En España, no obstante, se observa una clara diferencia entre los inmigrantes de origen europeo, que sí avanzan más en sus estudios, y los no europeos, que no tanto.
Esta misma brecha se ve también en otro indicador relevante: la proporción de alumnos inmigrantes de segunda generación que abandonan tempranamente los estudios. Aun así, en este punto España está en la media europea, y mucho mejor que Austria o Eslovenia. Eslovenia repite entre los peores países, junto a Francia, en la proporción de inmigrantes de segunda generación “ninis”; es decir, que no trabajan ni estudian entre los 30 y los 34 años. En cambio, en los países del sur de Europa y Reino Unido los jóvenes autóctonos tienen más probabilidad de encontrarse en esta situación.
En resumen, si hubiera que hacer un ranking global, se podría decir que los países donde los alumnos de origen inmigrante, incluso los nacidos en el territorio, no prosperan demasiado en las aulas son Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia o Eslovenia. En cambio, Reino Unido, Irlanda o Italia parecen ofrecer más posibilidades a este colectivo.
Cómo atajar el problema
Un informe de 2016 publicado por el think tank RAND Europe proponía algunas medidas para mejorar la situación de los estudiantes de origen extranjero, citando experiencias exitosas en algunos países. Entre otras, se mencionaba la necesidad de evitar la segregación de tipo residencial, que acaba reflejándose en las aulas. También se proponía crear “mentores” que sigan a estos estudiantes, sobre todo en los primeros años, lo que ha dado buen resultado en Alemania.
Además, los autores recomiendan aumentar la financiación de la educación infantil para familias inmigrantes, y reforzar la enseñanza de la lectura en los primeros cursos, contratando ayudantes específicamente cualificados para ello.