Más pruebas del poder tóxico de las redes: disolvente para la atención, gasolina para la polarización

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DURACIÓN LECTURA: 9min.

Mucho se ha hablado del efecto negativo que pueden tener las redes sociales para la salud individual y la que podríamos llamar “social”. Sin embargo, por la naturaleza multifactorial de ambas realidades, no resulta fácil establecer relaciones causales que demuestren a las claras estos perjuicios. Al menos, no de forma científica o experimental.

Dos estudios recientes, sin embargo, ofrecen este tipo de evidencia al debate, y confirman las sospechas. Ambos, además, aportan un valor añadido. El primero, referido a los efectos del consumo de vídeos cortos en las capacidades cognitivas y la salud psicológica, porque se trata de un metaanálisis de otros 70 estudios previos, y por tanto ayuda a distinguir la tendencia general o mayoritaria entre la maraña de resultados individuales, con frecuencia divergentes o incluso contradictorios en algunos puntos.

El segundo, que analiza cómo varía la polarización afectiva de una persona (los sentimientos hacia las de tendencia política opuesta) en función de qué tipo de contenidos vea en su feed, porque supone el primer experimento “en tiempo real” que se hace manipulando el algoritmo de las plataformas sin contar con la colaboración de estas.

Los dos llegan a conclusiones preocupantes: reconocen –como es justo hacer– que el usuario tiene gran parte de la culpa de los efectos negativos que las redes puedan tener en él; pero sugieren –el segundo de manera más clara– que las redes los fomentan por la manera en que están diseñadas.

Los vídeos cortos y el círculo viciosos de la dopamina

El primer estudio, llevado a cabo por investigadores de la Griffith University (Australia) y publicado en la revista Psychological Bulletin de la Asociación Americana de Psicología, analiza 70 investigaciones en busca de la respuesta a una pregunta: ¿cómo afecta el consumo intensivo de vídeos cortos a la capacidad cognitiva de una persona y a la probabilidad de que sufra depresión, ansiedad, estrés o soledad, entre otras afecciones psicológicas?

Este tipo de vídeos ha ido copando cada vez más espacio en las distintas redes sociales. Aunque la primera en ofrecerlos fue Vine en 2012, el punto de inflexión llegó con TikTok. Después, y seguramente con la intención de poder competir contra esta red, llegaron los reels de Instagram y, más recientemente, los shorts de YouTube.

Los estudios que se han publicado sobre su efecto en el cerebro señalan mayoritariamente una influencia negativa. No obstante, comentan los autores del metaanálisis, la literatura sobre el tema muestra inconsistencias en las conclusiones y algunas limitaciones importantes: han prestado mucha atención a unos indicadores en concreto (por ejemplo, cómo sufre la capacidad para controlar los impulsos con el consumo de este tipo de vídeos) y poca a otros (la relación con el estrés o la ansiedad), o se han centrado casi exclusivamente en TikTok y en los usuarios adolescentes.

El metaanálisis se propone rellenar estas lagunas. ¿A qué conclusiones llegan los autores? En cuanto a la capacidad cognitiva, señalan que el consumo intensivo de vídeos cortos guarda una relación significativa con un empeoramiento en la capacidad de atención y con el control de los impulsos; también, aunque la correlación es menos fuerte, con un menor desarrollo del lenguaje y de la llamada “memoria ejecutiva” o “de trabajo”, la que permite almacenar a corto plazo la información necesaria para desarrollar tareas complejas.

La investigación ha hallado una correlación moderada entre el consumo intensivo de vídeos cortos y la probabilidad de sufrir ansiedad y estrés

Esto corrobora la teoría del “círculo vicioso de la dopamina”: ver estos vídeos uno tras otro, en un scroll continuo, desentrena la capacidad para esfuerzos intelectuales prolongados, mientras que incrementa la sensibilidad y la impulsividad ante estímulos gratificantes. Esta hipótesis cuadra con lo que también han observado algunos estudios neurológicos: los cerebros acostumbrados al consumo intensivo de vídeos cortos muestran una menor actividad neuronal que los demás en tareas que requieren atención.

No solo TikTok, ni solo los jóvenes

Como era de esperar, el metaanálisis concluye que no existe diferencia entre el efecto que producen estos vídeos según la plataforma; da igual que sean tiktoks, reels o shorts: lo definitivo parece el formato y el diseño de scroll infinito. Sorprende más que el estudio tampoco encuentra diferencias por edad. Los perjuicios se dan, y con intensidad similar, tanto en adolescentes como en adultos. Es decir, al menos en este campo, la menor neuroplasticidad de los cerebros más viejos no parece ser una barrera que proteja de los efectos negativos.

En cuanto a la salud mental, el estudio confirma una correlación “moderada” (en una escala de fuerte-moderada-leve-nula) entre el consumo intensivo de vídeos cortos y la probabilidad de sufrir ansiedad y estrés, y “leve”, pero también significativa, con respecto a la depresión, la soledad y la calidad del sueño.

Lo que los autores no pueden aclarar –y por ello piden más investigación– es la direccionalidad de los efectos; es decir, en qué medida es el consumo de estos vídeos lo que produce los perjuicios o, por el contrario, ocurre que las personas con problemas cognitivos o psicológicos de base (por ejemplo, déficit de atención o tendencia a la ansiedad) son más proclives a consumirlos.

Los autores consideran probable, aunque señalan que no existe suficiente investigación para confirmarlo, que parte de los perjuicios en la salud mental se deban a un cierto “efecto contagio”. Por ejemplo, comentan un estudio que observó cómo jóvenes que veían varios vídeos sobre el síndrome de Tourette (un trastorno neurológico que produce tics) eran más propensos a desarrollar esos mismos tics que quienes veían otros contenidos. Algo parecido podría estar pasando con los vídeos sobre la ansiedad y otras afecciones psicológicas, bastante frecuentes en determinadas “madrigueras” de internet.

En relación con esto, los autores también consideran probable que el contenido de los vídeos y las características personales de los usuarios sean tanto o más determinantes de los efectos que la frecuencia de visualización de estos vídeos. Como ejemplo, mencionan un estudio que mostraba que, entre los jóvenes con hábitos deportivos, el mayor consumo de redes sociales se asociaba a más ejercicio físico –probablemente porque verían muchos vídeos que promocionaban este estilo de vida–, mientras que lo contrario ocurría entre los que no tenían esos hábitos.

Algoritmos que polarizan… o despolarizan

El segundo de los estudios recientes sobre el efecto de las redes se centra en cómo el tipo de contenidos que aparecen en el feed (en concreto, de la red social X) produce un tipo de emociones u otras en el usuario, y puede aumentar o rebajar la llamada “polarización afectiva”; es decir, el sentimiento de distancia y hostilidad respecto a los que tienen una opción política opuesta a la propia.

Si el otro estudio analizaba muchas investigaciones, este se basa en un solo experimento, con una muestra de 1.300 personas, todas estadounidenses; pero las conclusiones resultan muy interesantes.

Los autores, pertenecientes a distintas universidades estadounidenses, utilizaban una IA para identificar y clasificar una serie de contenidos según expresaran más o menos “actitudes antidemocráticas y animosidad partidista”; o sea, según tuvieran más o menos potencial polarizador. Tras ello, empleaban un plugin, creado ad hoc para este experimento, que al insertarse en el buscador de los usuarios permitía “manipular” su feed de X (antes Twitter) sin necesidad de tocar el algoritmo de la red social. Así, crearon varios grupos: a los miembros de uno de ellos les aparecían muchos contenidos “inflamables” en los primeros puestos del feed; a los de otro se los escondieron. Por su parte, en el grupo de control no se había “retocado” nada. A lo largo del tiempo que duró el experimento, una semana, y también días después, los voluntarios tuvieron que contestar a varios cuestionarios para medir el impacto.

Lo de que el experimento se desarrollara sin la cooperación de la red social afectada no es baladí. En 2023 se llevó a cabo otro, similar en el diseño, pero en el que la manipulación del feed se producía por la modificación del algoritmo, de la que se encargaban ingenieros de la propia red social (en ese caso, Facebook e Instagram).

Cuando el algoritmo selecciona mensajes políticos airados, aumenta en los usuarios los sentimientos de rechazo a los de posturas contrarias

Las conclusiones de uno y otro estudio son radicalmente opuestas. Mientras que el de 2023 no hallaba ningún efecto en la manipulación del feed, el que se ha publicado ahora, en la revista Science, sí lo hace.

En concreto, los autores encuentran que el grupo al que se “polarizó” artificialmente el feed desarrolló más sentimientos negativos (rabia, tristeza) y hostilidad hacia los de tendencias políticas contrarias que antes. En los del grupo opuesto sucedió lo contrario: mostraban más calma y más apertura hacia los “rivales ideológicos”.

Una vía para desintoxicar las redes

Es cierto que los efectos, tanto en un grupo como en otro, no fueron de gran magnitud (dos puntos y medio en una escala “emocional” de 100). No obstante, como recuerdan los autores, esto equivale al aumento de polarización que se ha producido en la sociedad estadounidense en los últimos tres años. El estudio tiene otras limitaciones: por un lado, se llevó a cabo apenas tres meses antes de las últimas elecciones, un momento de especial “temperatura política” en el país; por otro, los participantes voluntariamente aceptaron que se “trucaran” sus feeds, lo que quizás excluyera a los más radicales.

En cualquier caso, y como han hecho notar varios expertos en el tema, el estudio resulta muy interesante por varias razones. En primer lugar, porque señala una forma de “experimentar” con las redes sociales de manera similar a como lo hace el algoritmo, solo que sin necesidad de contar con la anuencia de las redes. Esto abre la puerta a que se pueda replicar el experimento en otras plataformas, en otros países y con distintos grupos de población.

En segundo lugar, porque la investigación demuestra –aunque no era el objetivo principal– que los contenidos más polarizados generan un uso más intensivo de las redes, por lo que es plausible suponer que estas plataformas tienen un incentivo económico en promocionarlos.

Un aspecto positivo de este estudio, que también se puede aplicar al de los vídeos cortos, es que, precisamente al señalar el daño que puede causar un cierto uso de las redes, ofrece también un camino para dar marcha atrás, es decir, para volverlas menos tóxicas. Eso sí, a la vista de los resultados, parece que tendrá que ser a través de la legislación, porque no parece que las propias plataformas estén muy interesadas en hacerlo.

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