La industria del espectáculo censura la violencia

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Contrapunto

Junto a otros muchos cambios, los atentados terroristas del 11 de septiembre han actuado como un «chip antiviolencia» en las pantallas de EE.UU. No solo los informativos han evitado al público las imágenes sangrientas de las víctimas de la tragedia. Bajo la sacudida de la violencia real, también la ficción se ha replanteado de repente la representación de la violencia.

El lanzamiento de films de «contenido sensible» ha sido aplazado o anulado. Así, films como Collateral Damage, en el que el personaje de Arnold Schwarzenegger pierde a su familia en un atentado terrorista y quiere vengarse, o Big Trouble, una comedia cuya historia incluye terroristas y una bomba en un avión, han sido aplazados sine die. Los guiones de otras producciones están siendo reformados o abandonados. Después de años de aprovechar la violencia como gancho, las televisiones están purgando sus series de ficción de escenas violentas. Si antes el anuncio de que algunas escenas «pueden herir la sensibilidad del público» podía funcionar como reclamo morboso, ahora es suficiente para quitarlas.

La idea de poner coto a la violencia en la pantalla se ha debatido también ante otros acontecimientos luctuosos, como cuando en 1999 unos adolescentes hicieron una matanza disparando contra profesores y estudiantes en una escuela secundaria de Colorado. En esos casos se debatía si la violencia representada en los medios contribuía a fomentarla en la realidad, por un efecto mimético o por hacer al público más insensible ante la violencia real. La industria cinematográfica se parapetaba tras las invocaciones rituales a la libertad de expresión y aseguraba que se limitaba a ser un espejo de la violencia real, no un cristal de aumento. Un debate siempre abierto y siempre inconcluyente.

Pero, tras el 11 de septiembre, la industria cinematográfica no ha necesitado que nadie le anime a cerrar la espita de la violencia. Como escriben John Leland y Peter Marks en The New York Times, «la industria que había defendido enérgicamente la descripción de matanzas sin sentido y escenas degradantes para las mujeres, de repente está poniendo límites de un modo que parece arbitrario, y quitando incluso referencias incidentales al World Trade Center». Y es que cuando los dueños de los estudios ven el riesgo de que el público se retraiga, se olvidan de la Primera Enmienda y se vuelven más quisquillosos que cualquier censor.

Si en otros momentos la industria alegaba que se limitaba a reflejar la violencia que hay en la sociedad, ahora se trata precisamente de evitar todo lo que pueda acercarse a la violencia trágica de los atentados. Ni aviones secuestrados, ni edificios en llamas, ni bombas terroristas.

¿Quiere esto decir que el público va a dar la espalda a ciertas formas de violencia o que van a cambiar los ingredientes de los films de acción? Ciertamente la violencia está presente en la sociedad, y no hay por qué ocultarla. Pero esta es una buena oportunidad para replantearse el contexto en que se presenta.

El propio Peter Griffith, guionista de Collateral Damage, reconoce que «la violencia está presente en el mundo, pero si nos limitamos a reflejarla, sin verdaderamente examinarla más a fondo, no expresamos nada». Sí, el problema de muchas escenas de violencia no es de libertad de expresión, sino de inanidad de expresión.

La violencia en la pantalla -y lo mismo puede decirse del sexo- tiene sentido colocada en un contexto que ilumine algún aspecto de la condición humana, con una función dramática que justifique su presencia, sin eludir una connotación moral. De lo contrario, la violencia o el sexo gratuitos se convierten en puro voyeurismo.

Ante el horror de la violencia real, con sus cuerpos mutilados y sus explosiones de verdad, utilizar la violencia como reclamo comercial en la pantalla parece ahora no solo de mal gusto sino irresponsable. Cuando la violencia real es espectacular, el espectáculo de la violencia resulta molesto. Quizá Hollywood ha hecho solo un parón, a la espera de comprobar qué es lo que el público está dispuesto a aceptar. Pero el hecho de que la industria cinematográfica se replantee dónde hay que poner los límites, puede favorecer un tipo de cine más creativo y menos inhumano.

Ignacio Aréchaga

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