Un reportaje publicado hace un par de meses en El Confidencial señalaba que cada vez más jóvenes se sienten desencantados con el trabajo. Los que allí opinaban renegaban de la idea de que el empleo fuera una fuente de sentido, de identidad, de valor para la vida. Todo eso les parecía “un cuento”, un engaño ideado para engrasar la rueda de dientes de sierra de la –falsa– meritocracia. Su visión del trabajo era puramente pragmática: una mera transacción de esfuerzo por dinero. Y como, por lo general, les pagaban poco y las condiciones laborales eran precarias, no se sentían en la necesidad de realizarlo con especial diligencia.
No es fácil saber en qué medida los jóvenes que desfilaban por el reportaje representan la opinión y las circunstan…
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