El peligro de una sociedad “crónicamente online”

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El peligro de una sociedad “crónicamente online”
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Una de las consecuencias más negativas de pasar mucho tiempo en internet es que los acontecimientos y las personas del mundo físico dejan de “impactarnos”, y acabamos por simplificar la realidad y a nosotros mismos según las etiquetas y los ritmos propios de lo virtual.

Sucedió el primer lunes de mayo. Mientras Israel empezaba su ofensiva militar en la ciudad de Rafah, cientos de celebridades y socialités se reunieron para celebrar la gala MET, la noche más importante del año en el mundo de la moda. Durante al menos una semana, las redes sociales se llenaron de fotos y videos de gente hermosa con sombreros de flores, vestidos hechos de arena y de cristal. Pero el más comentado fue uno que mostraba a Kayley Halil (una influencer conocida en redes como haleyybaylee) con un traje de flores inspirado en María Antonieta, que miraba directamente a la cámara y decía “let them eat cake” (que coman pastel).

Para entender el revuelo que causó hay que saber que, según cuenta una leyenda (discutida por los historiadores), esa frase la habría pronunciado la Maria Antonieta real cuando le comunicaron que los campesinos franceses no tenían pan que echarse a la boca (como expresando un cierto desdén hacia el sufrimiento de los más débiles). Que la dijera Halil mientras, al otro lado del mundo, Israel avanzaba en Rafah, a muchos usuarios de redes les pareció, como mínimo, una frivolidad. Y así es como en cuestión de días se organizó la campaña “#Blockout2024”, que, con una retórica de “momento histórico”, animaba a bloquear a todas las celebridades e influencers que no se hubieran pronunciado sobre la guerra en Gaza, para que perdieran seguidores y dinero por publicidad. Según la web del movimiento, lograron que Kim Kardashian perdiera 3 millones de seguidores en una noche.

Si uno habita en internet, le parece que bloquear a un famoso en redes tiene una consecuencia política real

“We’ll give you the Marie Antoinette treatment” (“Os daremos el mismo trato que a María Antonieta”) señalaba uno de los comentarios del tiktok en el que Halil pedía disculpas. Y así como cualquiera se preguntaría cómo fue posible que a Halil le pareciera buena idea decir “que coman pastel” mientras iba vestida de Maria Antonieta a un evento al que la entrada costaba 75.000l dólares, vale preguntarse también por qué los organizadores del “#Blockout2024” creían que cancelar masivamente a celebridades en redes equivalía a la revolución francesa. La respuesta a ambas preguntas es la misma: porque viven en internet.

Esconderse detrás de la etiqueta

Para ellos, las barreras entre lo virtual y lo real se han difuminado; Internet ya no es algo a lo que se accede a través de una pantalla, sino el mundo mismo. Si uno habita en internet, no se le ocurre que esa frase de Maria Antonieta pueda molestar u ofender a alguien que no tenga para pagar la renta. Si uno habita en internet, le parece que darle al botón de bloquear equivale a una consecuencia política real, y que quienes deben pronunciarse y hacer algo por la guerra son los protagonistas de ese mundo virtual: los influencers, y no los políticos.

Al final del día, a nadie le va a importar cuántos seguidores perdió Kim Kardashian en una noche. El problema real viene cuando, por acostumbrarse a las dinámicas del mundo virtual, las cosas –y las personas– pierden su complejidad y cobran un carácter de blanco y negro. Cuando se vuelve difícil entenderse a uno mismo, y se ve como única solución el aferrarse como dé lugar a una etiqueta que nos defina y nos dicte cómo actuar.

Esto explica, en parte, el creciente interés por las identidades generales, como las zodiacales (¿de qué signo eres?), las generacionales (soy millenial, entonces me pasa esto o lo otro…), o los tipos de personalidad (dictados por diferentes tests, como el de Myers Briggs).    Lo mismo está pasando últimamente con etiquetas ligadas a la psiquiatría. Usuarios con distintos diagnósticos crean comunidades (por ejemplo, subreddit r/BPD, que reúne a 284 mil personas con trastorno límite de la personalidad); unas comunidades que con frecuencia son lideradas por supuestos “gurús” de la psicología, muchos de ellos no profesionales.

Cuando se vive en internet, es fácil olvidar que se está interactuando con otras personas y no con el vacío

Y, aunque nadie niega que merece la pena hablar de la salud mental y crear conciencia sobre el tema, varios expertos han mostrado su preocupación por que este tipo de contenido en internet pueda perjudicar a quienes padecen estas enfermedades, así como a aquellos que se las autodiagnostican según lo que leen online. Alexander Kriss, psicoterapeuta y profesor de psicología en la Universidad de Fordham, señala en declaraciones al New Yorker que este tipo de comunidades facilitan que los trastornos se conviertan en una parte predominante de la identidad de la persona, y pueden servir para justificar malas conductas.

Olvidarse de que el otro es persona

El espacio virtual es anónimo. No hay forma de ver la cara de quien está detrás de la pantalla, o de conocer qué expresión tenía cuando escribió el tuit que ahora se ve en el timeline. Y, si se pasa suficiente tiempo así, es fácil olvidar que se está interactuando con otras personas y no con el vacío. Entonces, se vuelve normal grabar a alguien en la calle sin su consentimiento o conocimiento, para crear contenido. Puede ser a una persona mayor que esté comiendo sola, o a cualquier extraño en el autobús. Lo que sea para conseguir clics y visualizaciones.

Este tipo de invasión de la privacidad no es nuevo, pero cada vez se hace más común. En los últimos años se ha puesto un foco especial en las familias que comparten su día a día online; esos padres que cuelgan la vida de sus hijos desde el momento mismo en que llegan al mundo. Algunos de ellos lo hacen para ganar dinero. Cómo no, si los videos de Youtube donde aparecen niños tenían de media 3 veces más vistas que los que no, según un estudio del Pew Research Center.

No obstante, no hace falta ser influencer para querer mostrar a los hijos en redes. A muchos padres simplemente les parece inconcebible no compartir en redes lo más importante para ellos, sus hijos. En Inglaterra, el 48% de los padres cuelgan fotos de sus bebés en internet; en Italia, el porcentaje sube al 68%. La práctica, conocida como sharenting, ha levantado un debate sobre el derecho a la privacidad de los niños, que no pueden consentir ser fotografiados.

Te estamos viendo desde el distrito 12

En un artículo para The Guardian, Hannah Nwoko contaba que solo dejó de subir contenido de su hijo después de preguntarse seriamente a sí misma por qué lo hacía. La respuesta no llegó, precisamente porque estaba en la forma misma en la que ella entendía su vida, una que se desarrollaba paralelamente en el mundo real y en el virtual.

Y ahí está la clave. Cuando se vive en internet se pierde la capacidad de enfrentarse a la realidad sin la mediación de lo virtual. Escribe Megan Garber en The Atlantic que la característica principal de un mundo que está “crónicamente online” es la falta de distinción entre ficción y realidad, marcada por la búsqueda constante de entretenimiento. Las noticias dejan de ser noticias, y pasan a ser material de inspiración para ficciones que estarán disponibles para el público en menos de dos años. Los crímenes y las tragedias familiares, a la mano de todos para consumir y jugar a detectives en los True Crimes.

De mano de la campaña “#Blockout2024”, en Tiktok cada vez más usuarios están utilizando secuencias de Los juegos del hambre para concienciar sobre la guerra en Gaza. Como si no fuera posible entender y sentir algo por lo que está actualmente sucediendo en el Medio Oriente, a menos que se compare con una situación ficticia que ya se ha visto en pantalla. Así, la ficción se pone por encima de los acontecimientos reales. Y las cosas dejan de ser cosas, las personas dejan de ser personas, el tiempo deja de ser la medida de la vida. Y la conexión con el mundo se va debilitando.

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