El hombre de la máscara de hierro

TÍTULO ORIGINAL The Man in the Iron Mask

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director y guionista: Randall Wallace. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Jeremy Irons, Gabriel Byrne, Gérard Depardieu, John Malkovich. 117 min. Jóvenes.

En 1698, un misterioso prisionero ingresó en La Bastilla. Ocultaba su rostro tras una máscara. Falleció en 1703. La leyenda imaginó un malvado Luis XIV, que habría mantenido a su hermano gemelo entre rejas, con una máscara de hierro. Casi todas las versiones cinematográficas se han inspirado en Alejandro Dumas: Allan Dwan, en 1929, o James Whale, en 1939, firman dos de ellas. Ahora llega, bastante libre, la de Randall Wallace, guionista de Braveheart, que debuta en la dirección.

El film muestra cuatro mosqueteros crepusculares. D’Artagnan se debe al rey Luis, pese a su evidente tiranía; algo irracional, que sus antiguos compañeros de armas no entienden. Aramis, hombre de Dios, se ve llamado a la acción por amor a Francia. Porthos, libertino y mujeriego, ve cómo su vigor se va; y aunque sea a través de un humor demasiado zafio, da qué pensar este hombre abocado al suicidio cuando le faltan los deleites carnales. Finalmente está Athos, que sufre la pérdida de un hijo, de la que culpa a D’Artagnan.

Wallace ha elaborado el guión con habilidad. Por supuesto, se beneficia de unos magníficos actores. Pero además, con apenas algunos trazos, empareja a los mosqueteros dos a dos, dando solidez a la historia: Aramis se acerca al mundo -la acción-, Porthos recupera los ideales grandes -Francia-; de D’Artagnan y Athos, antagonistas a la fuerza, se descubre un común y fuerte sentido paternal. Igualmente sabe recurrir al relato bíblico del rey David para describir cómo el rey trata de satisfacer su lujuria. Leonardo DiCaprio está espléndido en su doble papel de rey y su gemelo: el primero cruel, el segundo noble y desconcertado.

Si Wallace acierta a tramar bien su historia, dosificando la sorpresa final, más titubeante se muestra en la puesta en escena. Le faltan tablas, lo que es patente en los momentos de acción, con cámara y planificación demasiado estáticas. No obstante, se muestra inspirado en la escena del baile y en el intenso desenlace.

José María Aresté

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