Está claro que Confucio merece una película, y también que la primera no puede ser perfecta, pero había que intentarlo y es lo que ha hecho la directora Mei Hu: un gran retrato, realizado con buenos actores, para rescatar la figura del maestro y recordar algunos de sus principios. Pero en Occidente Confucio es poco más que un nombre, y resulta difícil ubicarlo y entender su tiempo y su novedad. En aquella época China estaba dividida en siete reinos que no dejaron de luchar entre sí hasta dos siglos después de la muerte del filósofo. La ignorancia, la venalidad y el caos reinaban por doquier, y el prestigio de Confucio como maestro y pensador le llevaron a ocupar cargos políticos.
Mei Hu comienza dando un par de pinceladas que muestran la agudeza del maestro, y luego expone su llamada a palacio. Una carrera política coronada por el éxito le conduce al exilio: envidias, rencillas y corrupción serán sus enemigos. En el exilio huye de la política y del caos que generan las ambiciones de los hombres.
Mei Hu ha realizado un gran fresco, en el que se ve la influencia de títulos como Acantilado rojo. Pero con todo su empaque, la historia es desigual, esquemática, y anecdótica, como un cuento ilustrado; mantiene el interés durante la primera parte, pero decae en la segunda, contando un largo exilio que se hace tedioso. Tal vez por faltar contexto, tal vez por tratarse de una historia mucho más larga, que ha sido recortada para su explotación en Occidente.