Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 96/13

A Ip Man, experto en kung fu con una vida familiar feliz en el norte de China, se le ofrece la oportunidad de suceder en el sur al anciano maestro Yutian Gong, por su dominio del wing chun. Lo que no agrada a Er, hija del maestro. La invasión de China por los japoneses alterará la vida de todos, dando pie a injusticias, resentimiento y sed de venganza.

Un biopic firmado por Wong Kar-Wai no puede ser un biopic al uso. Una película de artes marciales firmada por Wong Kar-Wai no puede ser una película de artes marciales al uso. The Grandmaster se inscribe a la perfección en ambos géneros, pero con esa potencia visual y narrativa única del maestro chino, y su milagrosa capacidad de hacernos palpar el alma de sus personajes y entender lo que aletea en su interior. Así que no solo seguimos las evoluciones de quien instruyera a Bruce Lee, sino que se nos insinúa cierta historia de amor nunca cumplida entre él y Er, al tiempo que se imparten lecciones de sabiduría sobre la ancianidad y la mirada al pasado.

Wong Kar-Wai es un director de atmósferas envolventes e inefables que atrapan. Lo que vemos y escuchamos es simplemente bello, las coreografías de las peleas impresionan, sin resultar empalagosas o alargarse hasta la extenuación. Poderosísima en el manejo del tiempo es la escena de la pelea de Er con el hombre del que desea vengarse en el andén de la estación, con el tren interminable, que nunca acaba de pasar. En el reparto brilla el actor habitual de Wong Kar-Wai, Tony Leung, y una Zhang Ziyi que se diría posee el secreto de la eterna juventud, y que hizo con el cineasta 2046.

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