La crisis de las residencias de mayores: falta dinero y sobra “burnout”

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La crisis de las residencias de mayores

Se podría pensar que, dado el envejecimiento de la población en los países occidentales, las residencias de ancianos estarían viviendo una época de crecimiento. Sin embargo, el sector lleva años en una crisis crónica, y sin visos de mejorar. En muchos centros quedan numerosas plazas vacantes; otros han tenido que reducir camas, o incluso cerrar.

Dos son los problemas principales: la falta de financiación pública y la escasez de personal. Por si fuera poco, el aumento del precio de la electricidad y los alimentos por la guerra de Ucrania están llevando a muchas residencias al borde de la insolvencia. A los factores materiales se les une otro intangible: el prestigio social de las residencias quedó muy dañado tras la pandemia, y aún no se ha recuperado.

Todas estas circunstancias han terminado por provocar un círculo vicioso: debido al descenso de los ingresos y al aumento de los gastos, las residencias no pueden contratar al personal necesario; además, al ser pocos trabajadores, su carga de trabajo aumenta. Muchos se queman y abandonan. La falta de personal perjudica la calidad del servicio, por lo que la demanda baja y las cuentas de muchos centros se tiñen de números rojos. En Francia, en torno al 85% de los centros para mayores son deficitarios.

La crisis de las residencias llega en el peor momento. Algunas proyecciones señalan que para 2050 Europa necesitará cerca de un millón y medio de nuevos cuidadores.

Sin embargo, la tendencia actual es negativa. Según una encuesta de la American Health Care Association, nueve de cada diez residencias de ancianos en Estados Unidos tienen dificultades para encontrar personal, y un 60% ya ha tenido que limitar la admisión de nuevos residentes por falta de cuidadores y enfermeros, pese a haber ofrecido mejores sueldos o bonus para los trabajadores. En Reino Unido, el año pasado cerraron 120 residencias más de las que abrieron, principalmente por problemas de personal o de presupuesto.

Empleo precario

El perfil típico del cuidador en residencia es el de una mujer (cerca del 80% lo son) de mediana edad y sin cualificación médica (las enfermeras y enfermeros son minoría). Aproximadamente, uno de cada cinco es extranjero, aunque en algunos países como Alemania el porcentaje es bastante más alto. Esto es un indicador más de que, por lo general, el trabajo de cuidador tiene poco prestigio social, algo que por ahora no han conseguido cambiar ni algunas campañas públicas de “lavado de imagen” –como las que se han llevado a cabo en Portugal o Reino Unido– ni las subidas de sueldos aplicadas en Francia o Estados Unidos.

El mayor salario de los cuidadores en hospitales provoca una “sangría” de personal en las residencias

Estos incrementos en el salario pretenden revertir una situación que ha sido desde hace décadas uno de los grandes problemas para atraer y retener cuidadores en las residencias: la desventaja salarial de este personal respecto al que realiza tareas similares en los hospitales. Según un informe de la OCDE publicado en 2020, el sueldo medio de un trabajador del sector de los cuidados a largo plazo (lo que incluye, además de a los trabajadores de las residencias, a los cuidadores a domicilio) es de 9 euros la hora, mientras que, por unas tareas similares, en un hospital se cobran 14 euros.

Los cuidadores de residencias también están en desventaja en lo que se refiere al tipo de jornada y contrato. Un 45% de ellos trabaja a jornada partida, y cerca de un 20% tiene un contrato temporal. En Polonia, Portugal o Suecia la brecha con respecto a los empleados en hospitales es especialmente grande. España es el país de la OCDE con mayor temporalidad en residencias, pero como también hay mucha en centros de salud, la diferencia no es significativa.

No obstante, si en algún país la precariedad del cuidador de residencia es evidente, ese es Reino Unido. Allí, uno de cada cuatro trabaja con un contrato de “cero horas”; es decir, no tienen garantizada una jornada, sino que se les puede requerir según la demanda en cada momento.

El capital privado, opción de riesgo

La falta de ingresos y de personal afecta tanto a los centros públicos como a los privados. En muchos países, unos y otros se financian en gran medida con las aportaciones del Estado, aunque, como estas son insuficientes, es habitual que se cobre un plus a los pacientes o sus familias. En Estados Unidos, por ejemplo, el programa Medicare, un seguro público, solo cubre el 85% del coste real por residente. Algo similar ocurre en Reino Unido, donde las aportaciones de las autoridades locales apenas equivalen al 80% de las facturas reales. Allí, algunas residencias ya solo admiten a personas que se costeen la estancia de su bolsillo.

La privatización del sector ofrece algunas ventajas, pero la entrada de capital riesgo genera incertidumbre

Las residencias privadas tienen un mayor margen para fijar los sueldos de los cuidadores, lo que ofrece un cierto colchón para cuadrar las cuentas. No obstante, la ausencia de convenios colectivos y el bajo índice de sindicación pueden empeorar las condiciones laborales de los empleados, lo que aumenta el burnout y, con él, la necesidad de contratar personal poco formado, lo que a la larga resulta costoso.

Reino Unido y España son dos de los países donde el porcentaje de residencias privadas es más alto. Además, en ambos los fondos de capital riesgo están entrando cada vez más al sector. Estas compañías no siempre tienen un interés por la viabilidad de los centros a largo plazo. A veces, retiran su capital cuando las residencias tienen que empezar a hacer frente a las deudas que han ido acumulando, en parte por realizar inversiones poco razonables con el objetivo de producir beneficios en el corto plazo.

En Francia, el escándalo por la mala calidad de los cuidados en las residencias de Orpea –una de las principales empresas multinacionales– ha reavivado el debate sobre la desregulación y la privatización del sector. Algunos ya se cuestionan incluso la conveniencia de permitir la iniciativa privada en este campo.

Políticas insuficientes

Las quejas de los clientes y de las propias residencias han llevado a los gobiernos a reaccionar, aunque no siempre con la generosidad que se les pide. Tanto en Francia como en Reino Unido se ha pospuesto la elaboración de sendas leyes sobre cuidados a mayores. En su lugar, se han ido aprobando ayudas puntuales. Por ejemplo, el gobierno francés introdujo el año pasado un “escudo tarifario” para paliar el incremento del precio de la energía. Sin embargo, los gestores de las residencias aseguran no haber recibido nada por este concepto en 2023. En julio, eso sí, se creó un fondo de emergencia de 100 millones de euros, una cantidad que los expertos califican de insuficiente. Mientras tanto, sigue en marcha un grupo de trabajo –convocado por el anterior ministro de Solidaridad, Autonomía y Discapacidad– para estudiar el modelo económico de las residencias públicas. Sus conclusiones se esperan para finales de año.

En Estados Unidos, la administración Biden ha propuesto una serie de mejoras en los estándares de calidad de las residencias: entre otras, asegurar la cualificación de los cuidadores y aumentar la ratio entre trabajadores e internos. Sin embargo, la American Health Care Association ha manifestado que estas medidas son poco realistas mientras no aumente la financiación del programa Medicare y el número de candidatos, para lo que es necesario incrementar el salario medio.

Estas medidas ya aparecían entre las propuestas en el informe publicado por la OCDE en 2020. Además, también se recomendaba subvencionar con dinero público la formación de los candidatos a cuidadores, explorar los posibles beneficios del uso de tecnología para el monitoreo a distancia de los ancianos, facilitar la contratación de extranjeros cualificados (por ejemplo, en Estados Unidos algunos piden crear un tipo de visado específico a tal efecto), o fortalecer la capacidad del personal para negociar convenios colectivos.

Coliving senior, pero no para todos

Con todo, el pronunciado envejecimiento de la población hace necesario explorar otras vías para el cuidado de los mayores, alternativas o complementarias a las residencias.

Una posibilidad son las fórmulas de “coliving senior”: complejos residenciales que combinan, con distintas fórmulas, espacios individuales con zonas comunes. Este tipo de viviendas está proliferando, aunque, por lo general, no están pensadas para una población con alto grado de dependencia. No obstante, sí podrían resultar adecuadas para personas mayores solas que, en ocasiones, terminan en residencias porque nadie en la familia puede ocuparse de ellas.

A medio camino entre ambas fórmulas existe la alternativa de la asistencia a domicilio tradicional. Los mayores viven en sus casas y reciben atención allí por parte de personal médico cuando lo necesiten, o con periodicidad. No obstante, la mera asistencia médica no resuelve el problema de la soledad, o el aislamiento social que sufren muchos ancianos.

El modelo Buurtzorg

Para dar respuesta a estas carencias, en 2006 nació en Países Bajos Buurtzorg, una compañía que ha creado un nuevo modelo para el cuidado a domicilio. Tres enfermeros, molestos por cómo la burocracia y la centralización de las decisiones impedían dar un servicio adecuado a los mayores, decidieron organizarse por su cuenta. Actualmente Buurtzorg emplea a más de 12.000 enfermeros, y su fórmula ha sido llevada a muchos países.

El “modelo Buurtzorg” consiste en crear equipos de hasta 12 enfermeros (cuando sobrepasan ese número, se dividen en dos) que se ocupan de una zona concreta de la ciudad, y funcionan con una autonomía casi total. Lo primero que hace cada grupo de enfermeros es presentarse en el barrio y ponerse en contacto con los proveedores de servicios que puedan ser de utilidad para las personas mayores, desde los médicos del centro de salud local hasta peluquerías o asociaciones vecinales. Con todos estos contactos, cuando una persona mayor solicita los servicios de Buurtzorg, el equipo evalúa quiénes dentro del entorno formal e informal del cliente (amigos, vecinos, tiendas cercanas) podrían formar su “red de apoyo”. Los enfermeros coordinan toda la atención al cliente, pero la idea es involucrar a la comunidad. En resumen, las notas que caracterizan su modelo son la simplificación de la burocracia, la autonomía (tanto de los equipos de enfermeros como de los propios pacientes) y el carácter global –no solo médico– y personalizado de los cuidados.

Buurtzorg ha sido premiada cuatro veces como la mejor empresa de Países Bajos; tiene la mayor satisfacción del cliente del sector de los cuidados; sus trabajadores abandonan la compañía un 50% menos que los de sus competidores. Además, una auditoría de Earnst & Young concluyó que su modelo ahorraba mucho dinero cada año al sistema sanitario neerlandés.

Fórmulas de este tipo pueden ser una solución para el actual “cuello de botella” en que se encuentran las residencias tradicionales. Si mejoran la atención de los ancianos, y, además, ahorran dinero a las arcas públicas, parece razonable probarlas.

 

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