Trata de personas y pornografía: No, nada de “libre decisión”

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Jessa Dillow Crisp (foto: cortesía de la entrevistada)

 

La imagen de una actriz porno sonriendo ante la cámara en un filme del género puede ser la “prueba definitiva” de que, si está metida en ese mundo, es por su propia voluntad. Nada más tranquilizador que ese gesto para quien, tratando de que la conciencia no le encienda una bombilla roja, quiera ver en el rostro risueño de la joven un salvoconducto para su afición a estos productos. Es “porno ético”, qué duda cabe.

Detrás de la cámara, sin embargo, puede estar alguien con un arma de fuego apuntando a la muchacha, o pronosticándole una paliza como no se ha visto si no se muestra particularmente “entusiasta”. Les ha ocurrido a chicas (y a chicos) en situación de vulnerabilidad por sus malas circunstancias familiares o económicas, o por ignorancia, a quienes gente con apariencia de respetabilidad han atraído con falsas promesas de trabajo como modelos, actores, etc. Personas que han firmado “contratos” que las obligan a filmar escenas de alto contenido sexual que derivan sin demasiado protocolo en pornografía. Una vez “en ambiente”, ¿qué más da algún que otro exceso? ¿Qué importa traspasar este límite o aquel otro, aunque se incumpla lo pactado?

Si la persona no acepta ir a más, a actos de mayor violencia y degradación, el “empresario” dispone de métodos más coercitivos. Los ha sufrido la joven canadiense Jessa Dillow Crisp, obligada por sus familiares a filmar vídeos de este tipo ya desde que era menor de edad. Según testimonió para un artículo de la organización Fight The New Drug (FTND, de activismo contra la pornografía), “me apuntaban con un arma y me decían que si no seguía haciendo lo que me decían, me dispararían. Me estaban violando, pero yo tenía una sonrisa en el rostro. Tuve que actuar como si lo disfrutara”.

Si para lograr que alguien acceda a actuar en estas tragedias reales intervienen la coacción o el engaño, o ambos, no se puede hablar de decisión libre, por mucho que la chica o el chico exhiban una sonrisa Colgate. Son personas traficadas, tratadas como objetos: “cosas” vendibles, aprovechables, desechables…

No, no lo disfrutan, con lo que ya puede ir desperezándose la conciencia del consumidor “ético”.

La violencia, muy presente

Con ayuda de la responsable de un refugio para víctimas de trata con fines de explotación sexual, Jessa pudo escapar de una red de tráfico y pornografía en 2010, y se radicó desde entonces en EE.UU. El suyo es un ejemplo de superación: en lugar de aislarse en su dolor, enmudecer, anularse, tomó la senda de los estudios universitarios, obtuvo un máster en Salud Mental y fundó una ONG contra la trata de personas, BridgeHope, en Denver, Colorado. Con sus conocimientos y preparación, ha impartido formación sobre el tema a funcionarios del Departamento de Estado, del de Seguridad Interna y de la Fuerza Aérea de EE.UU.

La joven, que ha accedido a contestar varias preguntas de Aceprensa, sabe de lo que habla cuando aborda la relación entre el porno y la trata.

¿Cuál es el perfil típico de una persona víctima de trata con fines de explotación en esta industria?

— Es imposible definirlo, porque la industria de porno se mueve en función de la demanda de los compradores. Allí donde los traficantes detecten una demanda de pornografía, allí donde haya gente dispuesta a pagar por esto, hacia allí se dirigirán y crearán víctimas, que no encajan en un molde específico: pueden ser niños, niñas, adolescentes, mujeres y hombres, individuos LGBTQ+, no binarios, queer

– ¿Podría darse algún porcentaje aproximado de cuántas de las personas que participan en vídeos pornográficos son víctimas de la trata?

— Me es imposible cuantificar ese porcentaje, pero lo que sí puedo decir es que todos los materiales fílmicos de abuso sexual infantil son trata, y los datos indican que la edad promedio a la que filman a víctimas menores de edad es a los 12,8 años (Bouché, 2018). De hecho, un término muy común de búsqueda de material pornográfico es adolescente (Waugh, 2015).

Por otra parte, Polaris (2020) muestra, con datos acopiados por la National Human Trafficking Hotline –una línea de ayuda–, que el porno es la tercera forma más común de tráfico sexual de adultos y menores.

En general, como afirman mis amigos de FTND (2022), “si alguien es engañado, manipulado o coaccionado para la producción de pornografía, eso se califica legalmente como tráfico sexual. Por ejemplo, si un actor porno se presenta en el plató y descubre que la escena es mucho más agresiva o degradante de lo que le habían dicho, y su agente lo amenaza con cancelar sus otras contrataciones si no sigue adelante con esta, se califica legalmente como tráfico sexual” (párrafo 20), lo que básicamente significa que la trata dentro de la pornografía es más común de lo que uno podría imaginar.

“Aunque parte de la pornografía sea consentida, es imposible distinguir qué es pornografía ‘ética’ y qué es trata”

Si es común la trata, lo es entonces la violencia acompañante…

— La violencia física se emplea a menudo como forma de control. En mi caso se utilizó tanta, que si alguien me decía algo o me amenazaba con un objeto para obligarme psicológicamente a hacer cosas que no habría hecho por libre albedrío o elección, las hacía. Todo lo que los espectadores podían ver era mi sonrisa, pero las armas que me apuntaban durante la filmación no las captaban los camarógrafos.

¿No existe entonces, para el consumidor, una manera eficaz de identificar si la persona es víctima de la trata o si realiza esas escenas con plena responsabilidad y consentimiento?

— No hay forma de diferenciar, a la vista, entre quien está ahí por elección y quien es víctima de trata y está siendo forzado. Aunque parte de la pornografía sea consentida, es imposible distinguir qué es pornografía “ética” y qué es trata. Además, hay que tener en cuenta que muchas personas que eligen el porno como ‘profesión’ a menudo son violadas, obligadas a hacer cosas que no figuran en sus contratos, y experimentan violencia y traumas extremos durante el rodaje. La industria perpetúa el daño en beneficio económico de los productores.

 

Jessa y su esposo, John Crisp (foto: cortesía de la entrevistada)

 

Cuando el porno pone el listón

La violencia en el porno trasciende, sin embargo, el plató. Si el consumidor entiende que las prácticas que ve en pantalla son perfectamente reproducibles, el sufrimiento y la degradación hincarán el colmillo en otras personas.

FTND subraya que los traficantes y los abusadores sexuales utilizan estos materiales para preparar a sus víctimas, reducir sus inhibiciones y desensibilizarlas para que “normalicen” lo que, acto seguido, les sucederá a ellas (sobre esta práctica testificaron recientemente ante miembros del Senado francés varias víctimas de trata). La mencionada web cita el testimonio de Elizabeth Smart, una muchacha de Salt Lake City que en 2002, a los 14 años, fue secuestrada durante nueve meses.

Según narró Smart, su captor la obligaba a ver pornografía antes de atacarla sexualmente. “Estaba obligada a hacer las cosas que hacían estas mujeres en las fotos. Era casi como si estuvieran poniendo el listón, estableciendo el estándar de lo que mi secuestrador me iba a obligar a hacer después… Casi sentía como si esa pornografía fuera mi sentencia”.

Una sentencia que, de forma distinta, pero igualmente negativa, afecta también al espectador y a las personas con las que este se cruce en la vida real. Hay múltiples estudios sobre el tema, uno de ellos muy reciente, el de un equipo británico-estadounidense que examinó los comportamientos de 2.815 consumidores de porno de Alemania, Taiwán, EE.UU. y Corea del Sur. Los investigadores constataron que el visionado de estos materiales incidía de modo notable, en las personas muestreadas, en el desarrollo de una actitud de “cosificación sexual” hacia otras.

“La aceptación de la cosificación sexual puede conducir a la aceptación de la violencia contra las mujeres –apuntan–, pero también hay datos que sugieren que no hacen falta formas extremas de cosificación sexual (por ejemplo, una agresión) para afectar negativamente a las víctimas, pues incluso una cosificación sexual sutil en el día a día puede perjudicar el bienestar emocional de las víctimas”.

“Aquellas imágenes no definen quién soy”

Del pantano del porno nadie sale limpio. Las víctimas, las que menos, y su recuperación es ardua. Jessa, que como experta en salud mental ha hablado con cientos de supervivientes, nos habla de un proceso difícil: “Dado que la curación dura toda la vida, encontrar recursos como vivienda, atención médica, de salud mental y becas para su educación es muy difícil, y se necesitan más servicios para evitar que estas personas vuelvan a ser explotadas”.

Tampoco salen indemnes quienes hunden a estas personas en el fango, ni quienes disfrutan del espectáculo desde la orilla. Hay varios perjuicios, y muy interconectados.

“El usuario de pornografía suele referir pensamientos negativos sobre sí mismo y dificultades para conectar sexualmente con su pareja”

¿Cómo se traduce el daño en la vida personal de los consumidores y en sus relaciones sociales?

— A nivel neurológico, cuando las personas se autocomplacen sexualmente ante estímulos externos, experimentan una oleada del neurotransmisor del bienestar llamado dopamina, lo que crea una correlación entre pornografía y placer. La dopamina no solo desempeña un papel en las cualidades adictivas del porno, sino que, a medida que una persona sigue consumiéndolo, puede desarrollar una tolerancia a este. Así, lo que solía desatar el subidón de dopamina en el pasado puede requerir otras formas y tipos de porno para crear sensaciones similares de placer. Esto a veces conduce al uso ilícito de material de abuso sexual infantil y/o a la compra de personas que son objeto de trata en el comercio sexual.

Por otra parte, el usuario de pornografía suele referir una menor autoestima, menor confianza, más experiencias de depresión y ansiedad, así como pensamientos negativos sobre sí mismo. Además, manifiesta dificultades para conectar sexualmente con su pareja, para fomentar una relación emocional y física con ella.

Por último: a las personas obligadas a participar en vídeos pornográficos, ¿les es posible superar esos recuerdos desagradables y evitar que influyan en sus vidas una vez rescatadas?

— Como profesional de la salud mental y como superviviente de la pornografía, creo que es posible curarse y sobreponerse a los recuerdos desagradables de haber sido explotada en el porno, aunque también es increíblemente difícil. Al igual que es difícil recuperarse de una operación quirúrgica importante, hacerlo de las heridas sexuales, físicas y emocionales relacionadas con la explotación que tiene lugar en la producción de pornografía es extremadamente arduo. Requiere no solo trabajo duro y perseverancia, sino un dedicado equipo de profesionales formados que estén equipados para guiarla a una a través del proceso de recuperación.

Personalmente, he tenido que aprender a vivir sabiendo que las imágenes de mi humillación, mi violación y el dolor sádico que sufrí se siguen comprando en todo el mundo, lo que significa que sigo siendo objeto de trata y explotación a través del porno. Hoy, sin embargo, soy una superviviente, escritora, oradora, poetisa, esposa, profesional de la salud mental y estudiante de doctorado. Aquellas imágenes no definen quién soy.

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