Por la selva, por el desierto, los pies llagados del migrante

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Lucero, an MSF nurse, listens to a patient while the patient keeps her feet up. Panama has taken in record numbers of migrants this year who have been forced to cross the dangerous Darién jungle. Entire families with children of various ages, pregnant women and elderly people are attended at a medical post where MSF works together with the Ministry of Health. Lucero, enfermera de MSF, escucha a una paciente, mientras ésta mantiene los pies en alto. Panamá recibe este año cifras récord de migrantes que se ven forzados a atravesar la peligrosa jungla del Darién. Hombres jóvenes y mayores, familias enteras con niños de diferentes edades y mujeres embarazadas son atendidas en el puesto de salud en el que MSF trabaja de la mano con el ministerio de Salud.

Una inmigrante recibe atención en un puesto de Médicos sin Fronteras, en el Darién (Foto: MSF)

 

La selva del Darién, en la frontera entre Colombia y Panamá, tiene todos los encantos naturales posibles: árboles frondosos, playas de arena fina, manglares, una fauna espectacular –tucanes, caimanes, jaguares…–, en fin, todas las papeletas que le valieron ser declarada Patrimonio Mundial.

Sin embargo, para la venezolana Carlenis Chirino, que ha tenido que transitarla en su exilio hacia EE.UU., no es un sitio de ensueño: “El Darién es el infierno”, aseguró en septiembre al Wall Street Journal, y contó que varios hombres armados atacaron al grupo con el que viajaba, entre los que iban cubanos y haitianos; les quitaron sus pertenencias a punta de pistola y violaron a seis mujeres.

Experiencias así de duras son las de muchos que, atizados por el hambre y la inseguridad en sus sitios de origen –los hay de Venezuela y de otros países latinos, pero también bengalíes, somalíes, indios, nepalíes, uzbekos, senegaleses, etc.– se ponen en ruta desde América del Sur. Son las de muchos cubanos que toman este camino desde que el presidente Barack Obama derogó en 2017 el programa denominado “Pies Secos, Pies Mojados”, que impedía deportar a quien alcanzara territorio estadounidense de cualquier manera, y le garantizaba la residencia legal al año de entrar.

Más de 130.000 migrantes de varias nacionalidades atravesaron el Darién en 2021

Hasta ese momento, la vía predilecta era cruzar los 150 kilómetros de mar que separan la costa norte de Cuba del estado de Florida y, una vez en tierra, declarar simplemente la voluntad de quedarse. Hoy, esa “autopista” conduce a la deportación automática, por lo que muchos optan por hacer el camino más largo y presentarse en la frontera entre México y EE.UU., con la esperanza de que un juez de inmigración norteamericano escuche sus casos y les conceda estatus de refugiados.

Por eso atraviesan Panamá. No pueden empezar más al norte porque México y el resto de los centroamericanos (Nicaragua no, desde diciembre) les exigen visado. Según el Servicio de Fronteras panameño, 2021 cerró con más de 130.000 personas en tránsito por el Darién. El primer lugar, por número, lo ocuparon los haitianos (80.000), seguidos por los cubanos (15.000) y por los demás mencionados. No todos, claro, logran “coronar”: unos llegan a México y quedan congelados en la frontera por meses o años, otros se desaniman y regresan a casa, y otros, aun en camino, creen que haber sufrido tantas vicisitudes en la selva centroamericana no se paga con nada.  

“No es una ruta de Dios”

El Dr. Helmer Charris es coordinador del equipo de 17 doctores de Médicos sin Fronteras (MSF) en el Darién. En Panamá tienen dos bases: una en Metetí y otra en Bajo Chiquito, bien adentro de la selva, adonde se llega tras 45 minutos por carretera y tres horas en piragua, por el río.

Allí han visto de todo: “Los migrantes –narra a Aceprensa– tienen problemas de salud relacionados con el viaje, pero también otros: desafortunadamente están expuestos a diversos grupos que abusan de ellos, que les cobran por el uso de algunas rutas, los atracan, los violan, etc. Nuestro trabajo principal es que esta población, principalmente la que es víctima de violencia sexual, tenga un servicio médico en las primeras 72 horas tras los ataques”.

Según explica, “a veces, después de atracarlos, les quitan los zapatos y tienen que caminar descalzos hasta siete días. Entonces vienen con problemas en los pies, con reacciones inflamatorias por la picadura de insectos, agotados, deshidratados, con infecciones gastrointestinales por haber bebido agua de los ríos, con malaria…”.

A los males físicos causados por la travesía, hay que añadirles la huella psicológica que queda en aquellos que han sufrido agresiones sexuales, o la muerte de un ser querido. “Nuestro equipo de psicólogos identifica síntomas de ansiedad, de estrés postraumático, relacionados con la exposición a la violencia de estos grupos criminales o con la pérdida de familiares. No tenemos cifras, pero muchos nos comentan que han perdido a familiares ahogados en un río, o que han caído por una ladera. Eso crea duelo, depresión, tristeza”.

Añade que, por la misma dinámica de la migración, no tienen más allá de 48 horas para darles asistencia, por lo que les prestan los primeros auxilios psicológicos e intentan estabilizar a los que muestran síntomas más severos. Más adelante, como MSF está presente en casi toda la ruta –en Honduras, Guatemala, la frontera sur de México y los límites con EE.UU.–, los que necesitan algún tratamiento pueden acercarse a sus puntos de atención.

Respecto al Darién, la organización ha pedido a Colombia y Panamá que brinden seguridad a los migrantes, que han podido identificar al menos a dos grupos delictivos en la zona. No por gusto, una vez la dejan atrás, muchos confiesan a los médicos sentirse aliviados, si bien más al norte, en México, deben esquivar la acción de los carteles de la droga, también muy crueles.

De los horrores que depara el trayecto y la necesidad de atención psicológica, es muestra un relato como el de María, cubana, de 51 años, que en junio pasado llegó al campamento de MSF y tomó lápiz y papel: contó que durmió empapada todas las noches, caminó al borde de precipicios, vio al menos tres cadáveres de inmigrantes en estado de putrefacción, sufrió un asalto, en el cual le quitaron los alimentos, el móvil, el dinero; atestiguó cómo los bandidos se llevaron a mujeres jóvenes para ser abusadas…

Su conclusión sobre el paso del Darién es tajante: “Es una ruta peligrosa, inhumana. Es una ruta en la que solo Dios te salva, pero no es una ruta de Dios”.

Por el mar, con un precio para cada uno

Superado el Darién, y tras esquivar –o pagar– a policías y pandillas a lo largo de Centroamérica, así como tras haberse puesto en manos de “coyotes” que también cobran por servirles de guía, los inmigrantes llegan a un nuevo obstáculo: la frontera sur de México, cuya vigilancia reforzó el gobierno de Andrés Manuel López Obrador por requerimiento del entonces presidente Donald Trump, preocupado por que las caravanas de centroamericanos alcanzaran suelo estadounidense.

Dicho refuerzo ha facilitado una nueva ruta: la del mar, lo mismo por el Pacífico que por el Atlántico. Así lo describe el informe Mar adentro: Migrantes y náufragos en el mar, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM): desde Guatemala, en la localidad pacífica de Ocós, los inmigrantes abordan de noche, en grupos de 15, las lanchas de traficantes que los llevan hasta Chiapas. Pagan entre 400 y 800 dólares por cabeza, excepto si son cubanos, a quienes se les sube el precio (aunque también se les adelanta más arriba, hasta el estado de Oaxaca).

Por la costa atlántica, el punto de partida puede ser Belice, hasta distintos sitios del estado mexicano de Quintana Roo. Salvadoreños, colombianos y guatemaltecos son quienes mayormente hacen esa ruta, pero también desde la costa occidental cubana llegan directo a Yucatán y al estado ya mencionado.

Entre enero de 2011 y diciembre de 2020, más de 70.000 migrantes fueron víctimas de tráfico y secuestro en su paso por México hacia EE.UU.

Ninguno de los dos caminos está sembrado de rosas. Se documentan casos en que los traficantes terminan secuestrando a los viajeros y exigiendo un rescate por ellos. Un inmigrante cubano cuenta a los investigadores de la OIM haber estado encerrado dos meses en una casa de dos plantas: “En la primera estaban los que podían tener contacto con familiares, y se negociaba, y los que estaban en la parte baja eran a los que la familia no les contestaba y se les amenazaba”.

En cuanto a la actuación policial para poner a salvo a los viajeros, no parece destacar por su eficiencia: “Las personas migrantes –apunta el reporte– señalan que la corrupción por parte de las autoridades en México los coloca en situación de riesgos mayores a los que ya enfrentan en su estatus migratorio irregular”.

Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México, entre enero de 2011 y diciembre de 2020 fueron víctimas de tráfico y secuestro más de 70.000 personas migrantes que estaban de tránsito por el país.

De Caracas a Santiago, a pie

Quienes no toman rumbo norte por falta de recursos o para evitarse la selva centroamericana, tienen la alternativa de probar suerte en el vecindario sur. Es el caso de muchos venezolanos. Su país, que hace décadas llegó a tener un 15% de población inmigrante (españoles, italianos, libaneses, portugueses, colombianos…), hoy “expulsa” por igual a los que tienen estudios y cierto nivel de ingresos –que toman un avión y aterrizan en Miami o Madrid– y a los de las capas sociales más modestas, que emprenden la salida caminando y llegan a lugares tan distantes como Santiago de Chile, a más de 7.000 km de Caracas.

El informe Migración mundial 2020, de la OIM, revela que, desde 2015, más de cinco millones de venezolanos han abandonado su tierra, empujados por la penuria económica y la inestabilidad política. De ellos, cuatro millones se han ido a otros países sudamericanos, como Colombia (el que más, con 1,7 millones) Perú (algo más de un millón), Chile (460.000) y Ecuador (más de 360.000).

Lo de irse caminando no es una metáfora. El Informe sobre Movilidad Humana Venezolana III , elaborado por varias instituciones locales, hizo una foto fija del período mayo-junio de 2021 y cifró en 382 los grupos de caminantes, compuestos por 1.558 personas de diferentes edades que se estaban desplazando por el territorio nacional para llegar a la frontera y salir, mayormente hacia Colombia como destino o lugar de tránsito.

El trayecto se les hace cuesta arriba. “Los caminantes descansan generalmente en la calle, (…), algunos grupos procuran hacerlo en las alcabalas, estaciones de policía o peajes por razones de seguridad. A lo largo del camino, han tenido que pedir ayuda en la calle o en instituciones públicas o privadas, para poder continuar y mantenerse; la mayoría no tiene dinero. Necesitan asistencia, principalmente para alimentos, transporte y hospedaje”. Y las amenazas, marcándoles el paso: “El 10,7% de los grupos de caminantes ha vivido algunas situaciones de riesgo, peligros y/o abusos en su camino hacia el Táchira para llegar a la frontera, provenientes de personas civiles (43,9%), fuerza pública (41,5%) y grupos armados irregulares (14,6%). Las situaciones vividas son robos, extorsión, abuso de poder”.

Una vez fuera de Venezuela no acaban las tribulaciones. Sobre los que llegan a Chile –400 o 500 cada día–, una reciente información en la web de la ONU señala que “tampoco cuentan con alojamiento, y duermen al aire libre. Además, carecen de la documentación que hace falta para tener un trabajo fijo, lo que dificulta que sigan adelante, y los deja varados en la dureza del desierto”.

La fuente afirma que la mayoría de los migrantes venezolanos que ingresan al país lo hacen por vías irregulares, “exponiéndose a las inclemencias del desierto de Atacama” –hasta 20 grados bajo cero–, y acechados por grupos criminales. La desnutrición, la deshidratación y la hipotermia componen un cóctel letal que el pasado año se cobró 21 vidas.

La alternativa para ellos, y para los del Darién, y para los de las costas mexicanas –donde algunas embarcaciones de traficantes también zozobran– era quedarse en casa, resignarse a la pobreza, a la muerte…

No siempre han podido escapar de ellas. Pero lo han intentado.

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