La izquierda política: de abanderar la meritocracia a demonizarla

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La creencia de que han de ser los talentos individuales, no privilegios heredados, los que determinen la clase social ha sido, históricamente, una de las ideas claves del discurso progresista. ¿Qué ha cambiado para que hoy la izquierda haya dejado de defender la meritocracia?

Desde un punto de vista histórico, “la revolución meritocrática ha sido una lucha dirigida principalmente por la izquierda”, afirma Adrian Wooldridge en The Aristocracy of Talent. En su lucha contra el Antiguo Régimen, los defensores del progreso ilustrado se enfrentaron a quienes reclamaban privilegios en función de su nacimiento. La lucha continuó durante gran parte de la centuria siguiente.

“Los partidos de izquierdas querían ampliar las oportunidades de la clase trabajadora, los intelectuales de izquierdas deseaban contar con un método científico para determinar la posición social de cada individuo. Por su parte, el feminismo quería equiparar la situación de las chicas con la de los chicos”.

Pero, más tarde, la opinión sobre el talento como nivelador social cambió en el seno de la izquierda. Wooldridge sitúa esta transformación en la década de los años treinta del pasado siglo y, en concreto, atribuye la revuelta contra el mérito a tres acontecimientos: a las dudas sobre la exactitud de la medición de la inteligencia; a la difusión de ensayos que condenaban sin ambages los sistemas sociales basados en el mérito; y, por último, a la defensa por parte de la izquierda de valores igualitaristas, contrarios a la deriva individualista tomada por las sociedades contemporáneas.

A juzgar por muchas iniciativas puestas en marcha en las últimas décadas, el mensaje antimeritocrático de la izquierda ha calado profundamente en el mundo más desarrollado, mientras en otras latitudes la inteligencia es una tabla de salvación frente a la pobreza. En Occidente, cada vez se cuestionan más los tests para medir la competencia intelectual o hay mayor reticencia a establecer determinados criterios de admisión en las universidades. Se ha generado una auténtica psicosis persecutoria contra quienes se distinguen intelectualmente, que son acusados de engreimiento o afán de superioridad.

Igualdad de resultados

Los papeles, pues, han cambiado: mientras los conservadores mantienen que no hay nada más democrático y justo que el talento, que no conoce de clases, la izquierda insiste en que la meritocracia no promueve la igualdad. En su versión más radical, se afirma que no basta con una situación social de partida lo más semejante posible. Se aspira a la igualdad de resultados.

Los papeles han cambiado: los conservadores defienden que es democrático y justo basarse en el talento, y la izquierda sostiene que la meritocracia no promueve la igualdad

De hecho, muchos en el flanco más extremo consideran que la propuesta redistributiva no tiene como objetivo compensar los derechos de grupos o individuos en desventaja por razones puramente sociales y arbitrarias, como puede ser la raza o la religión, sino que estiman necesario reparar de algún modo las diferencias congénitas o naturales, pues también es “injusto” que el talento, la inteligencia o la capacidad no se hallen repartidos equitativamente. Se trata de una forma de pensar muy distinta, por ejemplo, a la de Hayek, para quien la justicia social constituía una quimera precisamente porque no se puede atribuir a un sujeto concreto el reparto de esos bienes.

Pero la izquierda combate también el individualismo que se esconde, desde su punto de vista, en la defensa del mérito. A veces se pasa por alto que el individuo nace y se desarrolla en el seno de una comunidad y que gran parte de sus talentos los recibe gracias al contexto relacional. La insistencia en las capacidades personales puede formar individuos egocéntricos y constituir un factor de atomización social.

Es posible, en cualquier caso, que la crisis de la meritocracia tenga un origen más profundo y obedezca a razones de índole epistemológica. Es lo que sugiere en un artículo en The Wall Street Journal  Leslie Lenkowsky, profesor emérito de la Universidad de Indiana. Para este, la defensa de la meritocracia requiere restaurar el acuerdo social entre lo bueno y lo malo, entre lo mejor y lo peor, y un contexto relativista difumina esa diferencia. Sin una opinión compartida sobre lo que resulta más valioso, no puede reconocerse ninguna forma de mérito, ni recompensarse la excelencia. 

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