¿No más Ruandas?

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Contrapunto

Dentro de la campaña del 0,7% en pro de la ayuda al desarrollo, se ha popularizado el eslogan «No más Ruandas». El lema transmite la impresión de que con la ayuda adecuada la masacre no se hubiera producido. Y se alimenta así la mala conciencia de Occidente, aunque en este caso las manos del hombre blanco (como misionero, miembro de ONG o militar francés) sólo hayan intervenido para apaciguar y aliviar el dolor.

Podemos enviar ayuda humanitaria, pero ¿está en nuestras manos evitar que se produzcan hechos como los de Ruanda? Informaciones recientes muestran el dilema al que se enfrentan las organizaciones de ayuda humanitaria que operan en los campos de refugiados establecidos en el Zaire. La organización de esos campos está dominada por los miembros del antiguo gobierno hutu que instigó el genocidio de los tutsi. Son ellos los que reciben y controlan la ayuda humanitaria, y la distribuyen a su placer. «Antiguos soldados de Ruanda, funcionarios y grupos de milicianos viven bien, acaparando los alimentos y las mantas, y vendiéndolas a altos precios. Al mismo tiempo, casi la mitad de la población del campo -especialmente los viejos, mujeres y niños- no están recibiendo suficiente comida para evitar la malnutrición» (Time, 31-X-94).

El secretario general de Médicos sin Fronteras explica que «aquí no estamos tratando con los clásicos refugiados. Estamos tratando con gente responsable de un genocidio y no deberíamos reforzar a estos líderes». Sobre todo cuando las informaciones indican que estos líderes sólo piensan en la revancha: intentan mantener bajo su control a la gente de los campos para reforzar su postura negociadora frente al nuevo gobierno de Kigali. Y, si las conversaciones fallan, los campos serán una buena base para incursiones de guerrillas.

A su vez, Amnistía Internacional denuncia las matanzas de hutus realizadas o toleradas por el nuevo gobierno de Kigali.

Probablemente, la mejor ayuda que hutus y tutsis podrían prestarse a sí mismos sería desembarazarse de los líderes que instigan a la violencia. En estas condiciones, ¿qué quiere decir vivir la solidaridad con Ruanda? ¿Hay que ser solidarios con los hutus o con los tutsis? ¿Se puede ser solidario con las víctimas sin reforzar a los instigadores del genocidio? ¿Se puede borrar el odio tribal con la ayuda humanitaria? No hay respuestas sencillas. Pero esto indica que la ayuda al desarrollo en general -y a Ruanda en particular- es más compleja de lo que dejan traslucir algunos eslóganes.

Ignacio Aréchaga

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