“Estamos en guerra con la muerte y sus causas… Luchamos por la libertad de existir hasta cuando queramos. ¿Por qué? Porque tenemos cosas que hacer mañana. Y pasado mañana. Y hasta que no queramos más mañana”.
Lo que parece la épica declaración del héroe de una historia de ciencia ficción viene a ser el manifiesto del Proyecto Blueprint, una especie de “movimiento” antienvejecimiento creado por el multimillonario estadounidense Bryan Johnson, un empresario de 47 años de quien Netflix ofrece ya en su parrilla un documental. Johnson sostiene una visión: mediante un cambio radical del estilo de vida es posible detener o ralentizar al máximo el reloj biológico. Tan al máximo que querría lograr que la Parca se marchara con las manos vacías. Su lema: Don’t Die (no te mueras).
En las sesiones del proyecto de Johnson, los participantes le piden perdón al cuerpo por las acciones u omisiones que puedan haberlo perjudicado
“Estamos en transición de la inevitable muerte a algo nuevo”, aseguraba a más de 600 seguidores durante un evento celebrado en febrero en San Francisco. “¿Se trata de estar más sano? Sí. ¿Se trata de prolongar nuestra esperanza de vida? Sí. ¿Se trata de mejorar nuestros cuerpos? Sí. ¿Se trata de la inmortalidad? No lo sabemos”.
En todo caso, su intención es averiguarlo. Para ello, ha invertido algunos millones de dólares en desarrollar un protocolo que incluye una dieta superestricta, de cero alcohol y cero azúcar –toma 150 gramos de proteína diariamente, anota cada caloría consumida y, además, no come nada después del mediodía–, además de sesiones de cámara hiperbárica y de terapia con luz roja, exhaustivas tandas de ejercicio físico y controles diarios de sus “biomarcadores”. Para completar, ingiere una buena cantidad de suplementos vitamínicos o fortificantes –54 píldoras–, y se va a la cama puntualmente a las 8:30 pm.
Es disciplina, con una muy exigente cuota de sacrificio. Es cuidado extremo del cuerpo, devoción, culto, al punto de que, en las sesiones del proyecto, el fundador y los seguidores que se le van sumando le piden perdón –al cuerpo, sí– por las acciones u omisiones que puedan haberlo perjudicado, llámese el desliz de haber tomado un caramelo o el de haber faltado un día al gimnasio.
Es –así lo afirma categórico Johnson– “una religión”, porque, según enseña, “el cuerpo es Dios”.
Chapistería de alta gama
A semejanza de la prédica del pastor de un conocido sketch teatral –“todo lo que les he hablado está en el libro que ustedes podrán adquirir en una mesa en el hall del teatro”–, la promoción del modelo de Johnson se articula a través de la web y de eventos presenciales (campamentos) en los que se comercializan dispositivos electrónicos para rastrear diversos indicadores de salud, alimentos con determinados valores nutricionales que hipotéticamente ayudan al objetivo de la perdurabilidad terrena, cremas para la piel, etc.
Una periodista de Fortune que estuvo en uno de estos campamentos en febrero pasado recuerda que Johnson apareció sobre el escenario acompañado de un médico para que este le revisara sus biomarcadores en presencia del público. Con vehemencia, el empresario arremetió contra las patatas fritas y cuestionó la calidad nutricional de otros alimentos, en medio de la enfervorecida reacción de un público que, a la hora del almuerzo, recibió un plato a base de quinoa y verduras, y una bebida “Longevity Mix”, mezcla de “13 ingredientes activos para favorecer la energía, el metabolismo, la recuperación y la vitalidad”.
El cóctel no es barato: en la web de Blueprint, un paquete de 30 sobres de poco más de 14 gramos cada uno cuesta 49 dólares (el mismo precio de otros botes de grageas y píldoras “esenciales”). También hay a la venta diversos test: de biomarcadores a partir de muestras de sangre (a 350 dólares el kit); de “rapidez del envejecimiento”, por 325 dólares, e incluso cadenas ornamentales con su respectivo colgante “Don’t Die”, por 85 dólares (el motto publicitario dice que la joya es “una desafiante declaración de que la existencia es la más alta virtud”).
Con esos precios, se advierte que no todo el mundo puede permitirse los elíxires que Johnson consume y recomienda, como tampoco los test que promociona, ni las sesiones de cámara hiperbárica o las inyecciones de plasma sanguíneo (él se lo ha extraído poco a poco a su hijo y se lo ha inoculado para “rejuvenecer”).
Pero no es necesario: aquellos a quienes no les alcanza el sueldo para esta chapistería de alta gama, pero que deseen ardientemente prolongar su mala situación económica otros dos o tres siglos tienen una fórmula más a su alcance, cortesía del empresario. La solución pasa, según explica en su documental de Netflix, por dedicarle las horas necesarias a dormir –“el sueño es el fármaco más poderoso que existe para cualquier persona”, dice–, así como por hacer ejercicios diariamente, renunciar a los malos hábitos, evitar la exposición a sustancias contaminantes y llevar una dieta nutritiva.
Básicamente –cabría acotar– lo que vienen haciendo innumerables miembros de la raza humana que no viven más allá de 70, 80 o 90 años a lo sumo, aunque un optimista Jonhson imagine que, gracias a su protocolo, llegará a conversar con personas del siglo XXV.
¿De vuelta a los 18 años?
Poner la vida y la empresa en función de alargar la existencia sobre la tierra –una existencia siempre joven y vigorosa, claro– no es asunto exclusivo de este siglo (buscando la fuente de la eterna juventud fue que Ponce de León descubrió la península de Florida en 1513). Lo novedoso es el interés que suscita el tema entre algunos multimillonarios de Silicon Valley.
Si en algunos casos la inversión va encaminada a lograr cierta continuidad vital a través de la preservación de la mente del individuo en un ordenador o en la nube digital (la apuesta transhumanista por excelencia), en el que nos ocupa la idea es no permitir que la persona llegue a morir o, en todo caso, retardar al máximo ese momento –¿hasta el siglo XXV, por ejemplo…?–, para lo que interesa particularmente potenciar el rejuvenecimiento celular. El propio Johnson quiere, con su modelo de vida, “retornar” a una edad biológica de 18 años.
Entre los magnates que han puesto dinero a disposición de este tipo de proyectos está Sam Altman, CEO de OpenAI (la empresa creadora de ChatGPT). Altman aportó los 180 millones de dólares iniciales para poner en marcha la empresa Retro Biosciences, que busca desarrollar tratamientos para revertir las enfermedades relacionadas con el envejecimiento. Según informa Fortune, el laboratorio está trabajando en terapias celulares para rejuvenecer la sangre y las células cerebrales.
Rejuvenecimiento celular, sí, pero inmortalidad…
También el fundador de Amazon, Jeff Bezos, está invirtiendo en esto. Lo ha hecho, por ejemplo, en Altos Labs, empresa biotecnológica radicada en California, cuyo objetivo declarado es “aprovechar el poder del rejuvenecimiento celular” para restaurar la salud “y, en última instancia, revertir las enfermedades”.
Según refiere la compañía, varios experimentos han demostrado que es posible devolverles a las células la capacidad de resistir los factores de estrés que dan origen a las enfermedades. El aumento de esa resistencia redundaría en el bienestar y la salud de las personas y, colateralmente, ayudaría a prolongar su existencia.
Cosa diferente sería intentar congelar sine die el proceso de envejecimiento, toda vez que es muy difícil hacerlo sin, al mismo tiempo, potenciar el cáncer. En un informe sobre este asunto, de 2017, los doctores Paul Nelson y Joanna Masel, de la Universidad de Arizona, explicaban que, con el paso del tiempo, las células pierden sus funciones y dejan de dividirse, con lo que les llega la muerte programada y, por el bien del organismo, mueren. Las que no lo hacen “disfrutan de un beneficio de aptitud física sobre las células más cooperativas”, por lo que adquieren nuevamente la capacidad de dividirse y propagarse sin control, y se vuelven cancerosas.
La esperanza de algunos científicos es retardar al máximo el momento de la pérdida de funcionalidad celular
Por ahora, a partir de experimentos realizados con ratones, lo que han podido descubrir los investigadores de Alto Labs, dirigidos por el bioquímico español Juan Carlos Izpisua, es que las células del hígado “pueden reprogramarse parcialmente a un estado más resiliente a los factores de estrés, conservando al mismo tiempo su identidad y las funciones mejoradas observadas en las células jóvenes”. El equipo de Izpisua ha podido detener la aparición de tumores en la mencionada víscera, pero faltan muchos años de investigación para que un tratamiento de este tipo –también en otros órganos– sea aplicable en seres humanos.
Y no, ello no le garantizará a nadie el “no morirás”. Como puntualizaba el científico a El Confidencial en 2022, “no estamos pensando en la inmortalidad –creo que eso es totalmente ilusorio–, sino en enlentecer el proceso de aparición de la enfermedad, que en la especie humana coincide con el fin de la fertilidad y que da lugar a la aparición de muchísimas enfermedades por la pérdida de funcionalidad celular. Ocurrirá en algún momento y va a ser imposible de detener, pero la esperanza es que aparezca mucho más tarde en nuestras vidas. La idea es que podamos vivir más tiempo de manera saludable”.
Cuando faltan los demás
Al esforzado de Johnson, sin embargo, el “vivir más tiempo” se le queda corto. Lo “virtuoso” sería estar por aquí siempre: “La existencia es la virtud; la existencia es el objetivo”, recalcaba a principios de mayo en una entrevista con el MIT Technology Review. Importarían poco quienes queden por el camino: familiares, amigos, el propio personal que lo asiste en su proyecto…
¿Sobrevivir a todos sería un valor per se? No parece. María de Torres, profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Complutense, nos recuerda que el existir por el existir, sin trascendencia de uno mismo, no puede dar pie a virtud alguna. Sí podría dar lugar a un aumento importante de la desigualdad. “No todo el mundo –precisa– tiene posibilidades de tener una alimentación exquisita, de cultivar un cuerpo maravilloso, etc., por lo que ese obstáculo crearía ciudadanos de primera y de segunda”.
Por último, vale retomar un aspecto ya mencionado: la afirmación de Johnson de que, más que un programa ideológico, su protocolo para no morir –y la correspondiente observancia de este– podría considerarse una “religión”. Según el multimillonario, asumir sencillamente que lo que está haciendo es atraer, con su estilo de vida, a una comunidad como cualquier otra “no tiene suficiente peso ni poder”. Por eso se ancla en la idea de la religión, porque “las religiones han demostrado, durante los últimos miles de años, ser la forma más eficaz de organizar los esfuerzos humanos. Es simplemente una metodología de eficacia comprobada”.
“Todo planteamiento de la vida que no tenga como fin último darse a los demás acaba siendo una tiranía hasta para el propio hombre” (Prof. María de Torres)
Claro que, si la religión que promulga Johnson no ofrece otra trascendencia que quedar vivo por quedar; si su “sacrificio” no supone también la “salvación” de los demás, como sistema renquea.
Sobre él y sobre una de sus “apóstoles” (la también estadounidense Hannah Neeleman), escribía recientemente Anna Rollins en el National Catholic Register que ambos, con sus prácticas extremas, “superan los límites del cuerpo humano, pero no para empoderar a los pobres ni sanar a los enfermos; no para salvar a los perdidos ni para dar esperanza a los desesperados. Sus objetivos no se centran en los demás […]. Optimizan sus cuerpos con un propósito primordial: ganar poder. Cuando alguien está demasiado ocupado optimizando su propio cuerpo, le falta tiempo y energía para ver las necesidades de los cuerpos de los demás”.
“Todo planteamiento de la vida –añade De Torres– que no tenga como fin último darse a los demás acaba siendo una tiranía hasta para el propio hombre, para sí mismo, aunque no lo sepa, porque aunque desee vivir más y mejor, eso no le quitará el sentimiento de soledad, la depresión, la falta de sentido a su existencia… En lo material no se encuentra la felicidad”.
Ya se verá qué le cuenta Johnson sobre esto a su psicólogo del siglo XXV.