Perspectivas de las relaciones EE.UU.-China en la era Biden

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Aparentemente, la relación entre la China de Xi Jinping y el nuevo gobierno estadounidense ha comenzado con mal pie. La primera reunión fue tensa, con críticas mutuas. Después, EE.UU. y sus aliados han anunciado nuevas sanciones a Pekín por el trato a los uigures. Habrá que ver si finalmente prevalece la rivalidad o la interdependencia.

Las relaciones EE.UU.-China ocupan un lugar preferencial en la política exterior de la Administración Biden, que ha de debatirse, como en otras anteriores presidencias, entre la cooperación y la confrontación.

El último período de la era Trump se caracterizó por un mercantilismo desenfrenado que se tradujo en una guerra comercial que perjudicaba tanto a chinos como a estadounidenses. En cambio, Joe Biden aborda el reto de China por medio de la defensa de los valores democráticos, no respetados por el régimen comunista, y trata de restaurar la confianza entre los vecinos del gigante chino, en su mayoría aliados de Washington. ¿Confrontación inevitable o cooperación necesaria? Tal es la disyuntiva de las relaciones entre las dos superpotencias.

La tragedia de las relaciones internacionales

John Mearsheimer, profesor de la Universidad de Chicago y representante de la teoría del “realismo ofensivo” en las relaciones internacionales, siempre ha defendido que las relaciones EE.UU.-China están marcadas por la tragedia, tal y como ha sucedido históricamente entre las grandes potencias.

Es cierto que los chinos son más débiles que los norteamericanos en el aspecto militar, pero esto irá cambiando conforme el PIB chino siga en ascenso. El profesor subraya que el crecimiento económico de China desembocará en el dominio de Asia, al igual que EE.UU. es el hegemón del hemisferio norte. No se vislumbra la configuración de China como potencia global y al mismo tiempo se ha ido debilitando el estatus norteamericano como única superpotencia.

El nacionalismo, como el de China, es la ideología más poderosa del planeta

En un mundo en el que existe una cierta anarquía internacional, la única forma de estabilidad es la hegemonía regional. Según asegura Mearsheimer, China se convertirá en la indiscutible potencia regional asiática gracias a su crecimiento económico, de modo que pueda dictar reglas de comportamiento a sus vecinos. Estaríamos asistiendo a una Doctrina Monroe asiática, que busca la expulsión de los estadounidenses de la región. Los objetivos estratégicos de China son ambiciosos, pero también arriesgados. Para alcanzarlos necesita, sin duda, de una gran flota no solo en el Pacífico sino también en el Índico, lo que lleva aparejada la vigilancia de las rutas de los estrechos de Indonesia y Malasia, indispensables para el transporte de recursos energéticos.

¿Nueva guerra fría?

Se podrá calificar esto o no de guerra fría, pero, en cualquier caso, los factores clave no son ni la ideología ni las alianzas militares. Pese a que gobierna el partido comunista, China ha abrazado el capitalismo, aunque al mismo tiempo practica el nacionalismo, que –según Mearsheimer– es la ideología más poderosa del planeta. Ese nacionalismo está en auge por estar ligado al recuerdo de más de un siglo de humillaciones chinas a cargo de las potencias occidentales, y porque también se busca un reconocimiento universal de una civilización con una rica historia. Esto explica el mensaje del “sueño chino” puesto en circulación por Xi Jinping.

Por lo demás, EEUU mantiene estrechas relaciones con los vecinos de China, pero de ahí no va a surgir una OTAN asiática, un gran bloque antichino. La razón es que países como Corea del Sur, Japón, Taiwán o Australia tienen condicionada buena parte de su prosperidad económica al acceso al mercado chino. Y el gigante asiático les lanza de continuo el mensaje de que la interdependencia económica es el camino para la prosperidad común. Dado el tamaño e influencia de China, estos países no podrían encontrar un socio comercial equivalente.

Mearsheimer ha subrayado en distintas ocasiones que podría producirse un conflicto localizado en los mares del sur de China, sobre todo si los chinos intentaran invadir Taiwán; pero el analista norteamericano piensa que el poder naval norteamericano sería capaz de imponerse sobre el chino. Si hubiera alguna sorpresa en sentido contrario se debería a un uso de la tecnología que afectara a los sistemas de comunicación.

El enfrentamiento entre EE.UU. y China sería más catastrófico que las dos guerras mundiales

Por tanto, Pekín debería esperar al menos dos décadas para plantear un desafío militar a Washington. La conclusión del profesor de Chicago es que la guerra puede ser inevitable, o al menos bastante probable. Así es la tragedia de las relaciones internacionales, cargadas de fatalismo, tal y como recoge Mearsheimer en su libro The Tragedy of Great Power Politics.

La trampa de Tucídides

Por contraste, la perspectiva de Graham Allison, profesor de la universidad de Harvard, y autor de Destined for War, es mucho más templada. En el citado libro se recoge su referencia a la trampa de Tucídides, el historiador griego que afirmaba que la guerra del Peloponeso fue inevitable por la aparición del poder de Atenas y el temor que esto originó en Esparta. Otro tanto habría sucedido con Gran Bretaña y el Imperio alemán en vísperas de la Primera Guerra Mundial.

Hay que evitar a toda costa que China y EE.UU. caigan en dicha trampa, y los consejos de Allison están en la línea siempre defendida por Kissinger, a punto de cumplirse medio siglo del viaje de Nixon y su secretario de Estado a Pekín. Kissinger, casi centenario, sigue defendiendo la misma política exterior realista que preserve las relaciones con China, pues, en su opinión, un enfrentamiento entre las dos potencias conllevaría un resultado más catastrófico que las dos guerras mundiales.

Allison defiende este mismo realismo. Hay que centrarse en los objetivos geopolíticos esenciales para proteger los intereses norteamericanos, y dejar en un segundo plano la promoción de los valores. Además, el profesor de Harvard es de los que creen que la improbable transformación de China en una democracia de corte occidental no mitigaría su nacionalismo, ni por ello dejaría de ser un rival de EE.UU. En consecuencia, hay que seguir buscando la cooperación entre Washington y Pekín en los retos planteados por la pandemia, la proliferación nuclear, el terrorismo o la gestión de las crisis financieras. En la postura de Allison está siempre presente la mutua interdependencia económica de China y EE.UU. Los estadounidenses dirigen sus exportaciones al mercado chino, que solo son superadas por el comercio con los países de América del Norte. Los chinos cuentan con EE.UU. como el principal de sus mercados.

El excepcionalismo chino

La Administración Biden ha iniciado su andadura poniendo el acento en los valores democráticos. Sin embargo, el régimen comunista chino no se muestra dispuesto a ceder ni un milímetro en temas que considera exclusivos de su soberanía, pese a las críticas de sus vecinos o de los países occidentales. Las declaraciones del ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, se caracterizan por su contundencia. La postura de China es inflexible en Xinjiang, Hong Kong, Taiwán, en las tensiones territoriales con Japón y la India, o en las disputas con Vietnam y Filipinas sobre las aguas del mar del sur de China.

Una de las consignas de Xi Jinping es: “Oriente está en alza y Occidente en declive”

Sus críticas son más virulentas en lo que se refiere a los países occidentales. Si los chinos son acusados de genocidio en Xinjiang, la respuesta será la referencia los genocidios del colonialismo. Tampoco faltarán las críticas al multilateralismo “estrecho” de los occidentales que no tratan a grandes potencias como China en pie de igualdad. Frente al tradicional excepcionalismo norteamericano, se puede decir que ha surgido un excepcionalismo chino, que es nacionalista, autoritario y mercantilista. Se caracteriza por una continua reafirmación de una de las consignas de Xi Jinping: “Oriente está en alza y Occidente en declive”. La gestión de la pandemia y la diplomacia de las vacunas son en estos momentos una de sus principales bazas propagandísticas.

Un “telegrama largo” para China

El pasado mes de febrero se cumplieron 75 años del “telegrama largo” de George F. Kennan, el informe de un diplomático destinado en Moscú que ayudó al establecimiento de una política de contención durante la guerra fría. Hay quien se pregunta si los consejos de Kennan, caracterizados por una actitud de paciencia y de espera, son aplicables a la China actual.

El think tank The Atlantic Council lo ha hecho así por medio de un extenso informe que lleva el título de The Longer Telegram, y ha sido escrito por un antiguo funcionario gubernamental supuestamente experto en negociaciones con China. Su principal tesis es que el pueblo, los líderes y el Partido no forman el bloque monolítico de la propaganda oficial.

Li Haidong, profesor de la China Foreign Affairs University, ha dado la respuesta oficial china en el diario Global Times: esa unidad existe y además habría hecho posible el paso de una sociedad semicolonial y semifeudal a la segunda economía del mundo sacando a millones de personas de la pobreza. Todo eso sería obra del régimen comunista, aunque los occidentales sean incapaces de comprenderlo. Por tanto, en opinión de este profesor, toda confrontación ideológica, basada en la amenaza del comunismo, es algo desfasado en el siglo XXI. En efecto, a diferencia de los soviéticos de la época de Kennan, los comunistas chinos no buscan un proselitismo universal.

The Longer Telegram pone sus esperanzas en que el liderazgo de Xi Jinping termine por ser sustituido por otro de miembros más moderados del Partido y que el pueblo chino llegue a desafiar la convicción del régimen comunista de que la antigua civilización china está destinada a tener un futuro autoritario. Según el autor del informe, la estrategia norteamericana debería estar centrada en frustrar las ambiciones de Xi, a escala regional y a escala global, pero no resultará una tarea sencilla, dada su posición de fuerza basada en un orgulloso nacionalismo, que el régimen, como decía Kennan, se derrumbe víctima de sus propias contradicciones.

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