Cuando en China faltan cunas

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(Actualizado el 31-05-2021)

El afán de China por convertirse en la primera economía mundial va a encontrar un freno por la escasez de un recurso del que siempre se creía que iba sobrada: la población. El número de nacimientos disminuye cada año, la población en edad de trabajar se contrae y el envejecimiento amenaza el sistema de pensiones. Los datos del último censo han suscitado preocupación sobre el dinamismo de la economía china.

Los datos del censo decenal publicado a mediados de mayo muestran todavía un débil aumento de la población, que ha alcanzado los 1.412 millones en 2020. Pero el crecimiento es cada vez menor. De 2010 a 2020, fue de un 0,53% anual, frente a un 0,57% del decenio precedente. Y las proyecciones indican que la población pronto empezará a declinar. Según reconoce la Oficina del Censo, “la posibilidad de que la población deje de crecer o se reduzca está cada vez más cerca”.

Del “boom” a la escasez demográfica

Si hace cuarenta años preocupaba el boom demográfico, ahora lo que inquieta al gobierno es la escasez de natalidad. Los 12 millones de nacimientos de 2020 suponen el número más bajo de las últimas décadas. La tasa de fecundidad de 1,3 hijos por mujer revela la renuencia de las parejas a tener más hijos. De poco ha servido que en 2016 se abandonara la política del hijo único establecida en 1979, para permitir que las familias tuvieran un segundo retoño (*). Si el hijo único pudo imponerse con medidas draconianas y penalizaciones, el renacimiento demográfico no puede lograrse con nacimientos obligatorios. El coste de la vivienda y de la crianza de los hijos, junto con la mentalidad fraguada por años de propaganda sobre el hijo único, no contribuyen a animar a las jóvenes familias.

Según los datos del censo, está cercano el momento en que la población comenzará a descender

Tampoco puede decirse que las autoridades hayan creado un clima favorable a la natalidad. Las familias apenas reciben ayudas por hijo, y el coste de la educación –muy competitiva en China– puede ser muy oneroso.

Los problemas demográficos chinos son en buena medida autoinfligidos. La política del hijo único ha reducido el número de mujeres en edad de concebir y, por lo tanto, los nacimientos en la actualidad. Y, como resultado de la tradicional preferencia por el hijo varón, ha estimulado la práctica del aborto selectivo en función del sexo. Ahora, el déficit de mujeres está creando un problema para que los hombres encuentren esposa.

En todo caso, las mujeres chinas, más educadas e independientes que antes, no tienen prisa en casarse. Hace tres décadas, casi todas las mujeres se casaban antes de cumplir los 30 años. Ahora, especialmente en las grandes ciudades, más de la quinta parte de las mujeres siguen solteras a esa edad.

La población en edad de trabajar ha descendido del 70% al 63% en diez años

Mientras que los niños son cada vez más escasos, la población envejece rápidamente. Los menores de 15 años son un 18% de la población. Este porcentaje es todavía superior al de los mayores de 65 años, que son el 12% en la actualidad, pero se espera que estos lleguen al 30% en 2050. Y como la esperanza de vida ha subido hasta los 77 años, cada vez habrá más población dependiente que recaerá sobre los activos.

Efectos en la economía

Los cambios demográficos van a tener una repercusión inevitable sobre la economía. El crecimiento económico chino se ha edificado sobre un mercado interno inmenso, en comparación con otros países; y en una abundancia de mano de obra barata, que ha permitido exportar a precios muy competitivos. Pero también los salarios han ido subiendo, como ocurre en todo proceso de desarrollo.

El problema ahora es que la insuficiente natalidad va a notarse en la disponibilidad de trabajadores. La población en edad de trabajar (de 15 a 59 años) ha pasado del 70% en 2010 al 63,3% en 2020. Y sin que crezca la participación en la fuerza laboral es difícil mantener los índices de crecimiento del 6% o 7% anual a los que China está acostumbrada.

Con una esperanza de vida alargada y una natalidad encogida, el sistema de pensiones podría ser insostenible

A falta de nuevos brazos, el gobierno tiene planteado retrasar la edad de jubilación, que actualmente es muy temprana: 55 años para las mujeres y 60 para los hombres. Con una esperanza de vida alargada y una natalidad encogida, el sistema de pensiones podría ser insostenible para 2035, incluso sin tener en cuenta a decenas de millones de trabajadores informales que tienen una cobertura social mínima.

Los problemas que plantea el envejecimiento de la población son similares a los de otros países, por ejemplo, en Europa. La diferencia, como ha dicho un comentarista, es que China ha envejecido antes de hacerse rica. Los ingresos de los jubilados, en su mayoría, solo permiten un nivel de vida modesto. Y a menudo los padres cuentan con un solo hijo que pueda cuidarles. Así que en los próximos años China tendrá que dedicar cada vez más recursos a las pensiones y a la atención sanitaria de los ancianos.

Otra posibilidad para contar con más trabajadores sería recurrir a la inmigración, que por el momento es marginal (en China solo hay 845.000 extranjeros). Pero esto es un tema tabú, y, en cualquier caso, los inmigrantes no pueden, ni de lejos, compensar la falta de mano de obra china.

El problema de la insuficiencia de trabajadores sería menos acuciante con un cambio de modelo económico, que el gobierno ya tiene planteado. Se trataría de que la economía dependiera menos de sectores intensivos en mano de obra como las manufacturas y la construcción, y de promover en cambio los servicios.

Pero también sería necesario aumentar la productividad, que ahora es baja. Según el Banco Mundial, en el periodo 2009-2018 la productividad creció un 0,7% anual, frente a una media del 2,8% en la década precedente.

A falta de incentivos

Los demógrafos están pidiendo ya que el gobierno levante las restricciones sobre el número de hijos, para no poner diques al deseo de descendencia. Sin que oficialmente se haya cambiado de política, las autoridades de algunas regiones –sobre todo las de tasas más bajas de natalidad– hacen la vista gorda ante las familias que se deciden a tener un tercer hijo, sin tomar represalias contra ellas. Pero tampoco puede decirse que haya muchos voluntarios.

Otras han anulado la medida de despedir a los empleados públicos que superaban el límite máximo de dos hijos. Pero en algunas regiones les siguen multando.

La actitud de la poderosa burocracia controladora de la natalidad varía también según los criterios políticos. Así, mientras se anima en general a las mujeres chinas a tener más hijos, en la provincia de Xinjiang se impone un estricto control de natalidad a la población de etnia uigur, de religión musulmana. El gobierno vigila estrechamente a esta etnia, y mantiene una red de campos de internamiento donde reeduca a miles de uigures acusados de separatismo y extremismo religioso.

El partido comunista está acostumbrado a controlar a sus ciudadanos incluso en las decisiones más personales como el número de hijos. Pero es más fácil contener la natalidad con medidas coercitivas que estimularla con incentivos.

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(*) Con un giro drástico en su política demográfica, el gobierno chino anunció el 31 de mayo que a partir de ahora se permitirá a todas las parejas casadas tener tres hijos. Pero está por ver si esta medida surtirá efecto, pues la ampliación a dos hijos por pareja a partir de 2016 no ha sido la panacea.

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