Cuando una mujer descubre que tiene cáncer de mama y casi le hacen creer que tener pensamientos positivos puede influir directamente en su curación y en el sistema inmunológico, o que las ondas de los pensamientos positivos pueden modificar la realidad, o atraer la riqueza, podemos enarcar las cejas en un gesto de escepticismo o caer en la cuenta de que todos hemos oído alguna vez que hay que ser positivos, y que la gente negativa nos roba energías.
Ehrenreich nos documenta casos que, como periodista estadounidense ha investigado de cerca, pero podemos trasladar fácilmente sus ejemplos a nuestro propio país y a nuestra situación.
Los libros de autoayuda, el negocio de la motivación –con sus conferencias y artículos de venta–, los entrenadores personales o coach, los telepredicadores norteamericanos, conforman el universo del pensamiento positivo que genera mucha ganancia a esos autores y conferenciantes. Pero que también, en opinión de la autora, destruyó la economía, precisamente por su rechazo al realismo, porque insistían en que cualquiera podía hacerse rico si se concentraba en esa idea y en que cualquiera era apto para contratar una hipoteca o un productos financiero que al final era una trampa.
Barbara Ehrenreich ha escrito un libro periodístico, ágil y entretenido, con una fina ironía y sentido del humor. Resulta así paradójicamente positivo en su exposición, de modo que critica con sus mismas armas esa obligatoriedad del optimismo, poniendo de manifiesto sus imposiciones, errores, irracionalidad y falta de realismo.
Quizá vaya demasiado lejos al afirmar que el pensamiento positivo nació como reacción contra el calvinismo, planteado como una “depresión obligatoria”. Esas exageraciones sólo empañan un poco este libro de divulgación con estilo de reportaje, que nos anima a recuperar el pensamiento crítico y la objetividad sin imponer lo positivo. Ni lo negativo.