Fabrice Hadjadj (Nanterre, 1971), filósofo francés de origen judío y converso al catolicismo, aborda en su último libro una de las cuestiones más espinosas de la religión que profesa: los abusos en el seno de la Iglesia católica.
El caso de los abusos espirituales y sexuales cometidos por Jean Vanier, fundador de la comunidad El Arca, y por su mentor, Thomas Philippe, sacudió Francia al hacerse público en 2020. Los sacerdotes utilizaron una mística perversa para manipular a las víctimas y justificaban sus actos con un discurso falsamente espiritual.
Hadjadj toma como referencia este escándalo para hacerse preguntas tan esenciales como difíciles de responder: ¿Cuál es el origen de este mal? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Algunos han acusado al filósofo de escribir un libro sin tomar partido de manera explícita por las víctimas. Sin embargo, no hay ambigüedad en su ensayo: Hadjadj se solidariza con los perjudicados y condena los abusos que han sufrido. Ahora bien, trasciende el esquema básico y escribe (y muchas veces emite juicios inequívocos) desde la “solidaridad con los bajos fondos”.
Es desde esta posición horizontal, y no situándose en una atalaya, desde la que el filósofo se permite reflexionar sobre los escándalos haciendo un recorrido por las Sagradas Escrituras. Asimismo, denuncia las espiritualidades sentimentales que anulan el discernimiento, llama la atención sobre los peligros de la infantilización espiritual y ofrece algunas señales de alerta para desenmascarar a los falsos profetas (y para evitar convertirse en uno).
Hadjadj hace todo esto sin dejar de mostrar la sordidez y crudeza de los abusos sobre los que escribe y, en ocasiones, realiza algunos juicios algo absolutos, como cuando condena sin paliativos la doctrina de la infancia espiritual.
En cualquier caso, a lo que llama el francés es a intentar desentrañar las lógicas que pueden darse en los abusos espirituales, a vigilar sobre la propia vida, a madurar en la fe y a asumir la responsabilidad personal que a cada uno corresponda. Pero, sobre todo, el intelectual recuerda que, en el catolicismo, juicio y misericordia no son cosas opuestas, y que se debe mostrar interés tanto hacia las víctimas como hacia los victimarios.
El libro debe ser interpretado como lo que es: una invitación a la reflexión sobre un asunto cuyos muchos y dramáticos matices el propio autor reconoce que están por encima de sus fuerzas. Y no debe ser leído como lo que no es, una receta cerrada para solucionar el problema de los abusos y una serie de dogmas que acatar.