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La fuerza del silencio

EDITORIAL

TÍTULO ORIGINALLa force du silence

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNMadrid (20179

Nº PÁGINAS284 págs.

PRECIO PAPEL18,50 €

GÉNERO,

Cada vez hay más libros que recomiendan cultivar el silencio o practicar algún tipo de meditación (ver Aceprensa, 23-11-2016). Lo curioso es que muchos de ellos se aproximan a costumbres religiosas lejanas a nuestra cultura para sanar el espíritu y pasan por alto la rica tradición de la espiritualidad monástica. El peligro es no diferenciar entre esos dos caminos: el primero pone como meta el silencio, la nada o apagar el ruido para oír con más nitidez las exigencias de nuestro propio yo; en el segundo caso, el silencio es el instrumento para descubrir la voz de Dios.

El cardenal Sarah explicó en Dios o nada la importancia que la oración silenciosa ha tenido en su vida. Ahora ofrece, también en una larga entrevista con el periodista francés Nicolas Diat, una reflexión sobre el misterio del silencio y los frutos de su práctica. Es en parte un texto de espiritualidad y en parte un ensayo teológico en el que denuncia, con la misma claridad de siempre, la superficialidad de las actitudes y las modas, y la sibilina invasión de ideologías anticristianas.

El silencio cristiano nace del compromiso ascético del creyente que anhela el encuentro con Dios y que se despoja de todo lo accesorio y mundano para madurar en su entrega. No se puede encontrar a Dios en el tumulto, ni en la agitación; no se puede oír su voz en medio de la trepidación del deseo y sin acallar los demonios interiores. Para Sarah, la actitud silenciosa es el preámbulo de la eternidad y la antesala de lo sagrado. No es casual que en aquellas situaciones trascendentales, en las que se vislumbra el sentido de la existencia, el hombre enmudezca ante el misterio que comparece; así ocurre en la muerte, la enfermedad o el amor.

Mediante el cuidado de los ratos de silencio, el hombre abre un espacio adecuado para la comunión con Dios. Exige esfuerzo acomodar el espíritu al sosegado tempo de lo sobrenatural. Recogiéndose y renunciando con firmeza al alboroto y la palabrería estéril de la sociedad del espectáculo, el alma madura premiosamente y alcanza su sazón. Frente a la tentación de la productividad y la prolífica actividad del yo, Sarah insiste en que antes que dar hay que recibir, y el silencio es imprescindible para acoger los dones de Dios.

En esta oportuna pedagogía del silencio, Sarah se explaya en sus dimensiones: no es callar, sino desarrollar una disposición interior; hay también un silencio de los ojos que permite atesorar nuestra intimidad y que hace fructificar el pudor y la discreción. Además, el silencio va más allá de lo individual: el silencio cristiano enfoca el alma a Dios, por lo que cultivarlo eclesialmente y, sobre todo, litúrgicamente, posibilita la fidelidad de la Iglesia a la misión que tiene encomendada. Cualquier tentación secularizadora –desde la promoción del folclore en los templos a la prioridad del bienestar material por encima de la conversión o bienestar espiritual en el apostolado– puede desdibujar la vocación de la Iglesia.

Sarah, africano, vuelve a recordar a Occidente las verdades sedimentadas en una de sus fuentes culturales, la tradición monástica. La última parte del libro, una conversación con Dysmas de Lassus, prior de la Gran Cartuja, reivindica la práctica de la lectio divina y el ejemplo de quienes deciden vivir en soledad con Dios para contrarrestar el peso de lo secular en la existencia cristiana.

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