Durante años, T.S. Eliot lamentó que su empleo en la banca le restase tiempo para la creación y la crítica literarias. Kafka, perito eficiente en una gran aseguradora, limaba horas al sueño para dedicárselo a la ficción.
El poeta Thomas Lynch (Detroit, 1948), por su parte, tuvo que hacerse cargo del negocio familiar cuando falleció su padre, quien había gestionado una funeraria hasta que pasó a necesitarla. Sin embargo, pasado el titubeo inicial, Lynch encontró en esa profesión una forma de servir a sus vecinos y amigos. En lugar de protestar por su destino, la cercanía con la muerte lo condujo a meditar sobre ella de un modo que, con toda probabilidad, no habría hallado solo con la práctica poética.
Varios de los ensayos que se agrupan en esta reedición –la original es de 1994, y la anterior en castellano, de 2004– llevan por título el nombre de un fallecido al que Lynch atiende, con predilección por los personajes algo estrafalarios o con rasgos de carácter llamativos. A una enorme compasión por los que se van, pero –sobre todo– por sus familiares y amigos, Lynch añade un tono general humorístico, agudo y levemente malicioso, con anécdotas bien recreadas y detalles inesperados.
La faceta empresarial, donde se unen lo crematorio y lo crematístico, es una de las que más diversión procuran, con sus convenciones de directores de pompas fúnebres, catálogos de ataúdes, exigencias post mortem y testamentos sorprendentes. La pervivencia del pasado aporta otro tema recurrente: al tratarse de un negocio heredado, la familia sale a colación con frecuencia, y los recuerdos de infancia y juventud entre cadáveres embalsamados y olor a fenol dan pie a una reivindicación nostálgica de otras épocas y costumbres.
A su educación en el catolicismo, Lynch superpone una sensibilidad trascendente que no cierra ninguna puerta. En los muchos momentos de reflexión profunda sobre la muerte, su talento poético abre la mirada y descubre qué sentido puede dársele a la vida, para concluir siempre con una afirmación rotunda a favor del amor y de las relaciones sólidas, que dejan a los deudos afligidos, pero llenos de gratitud. No es de extrañar que un libro con tanta fuerza y hondura haya sido el germen de A dos metros bajo tierra (HBO, 2001-2005), serie irrepetible que, con sus matices, le hace justicia.