Cabo Trafalgar

Arturo Pérez-Reverte

GÉNERO

Alfaguara. Madrid (2004). 272 págs. 17,50 €.

Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) ha escrito este «relato naval» para conmemorar la batalla de Trafalgar, que tuvo lugar frente al cabo del mismo nombre el 21 de octubre de 1805, entre la escuadra hispano-francesa y la inglesa. Como es habitual en sus obras, Pérez-Reverte utiliza una completa documentación. Además, domina el lenguaje técnico de la navegación marítima y el argot que utilizaban los marineros de la época, reclutados casi todos entre la chusma. Con todo este bagaje reconstruye la batalla. Para ello, como licencia, se inventa una fragata, «Antilla», y unos personajes que bien pudieran haber existido. Desde diferentes perspectivas, intenta reproducir la marcha de los acontecimientos, contraria a los intereses de la armada hispano-francesa.

En el lenguaje, frecuentemente utiliza anacronismos que van dirigidos al lector contemporáneo. Estas concesiones estilísticas pueden rebajar el alcance estético y la perennidad de la obra. Además, cuando Pérez-Reverte habla de pensar en el público actual casi siempre quiere decir que va a utilizar un lenguaje desgarrado, salpicado de insultos y con frecuentes alusiones al humor negro, ingredientes ya utilizados en otras novelas suyas.

En muchos momentos, este lenguaje viene bien para acompasar el acelerado ritmo de la narración y para subrayar el tono realista; sin embargo, al ser casi el único registro que se emplea, el relato se reduce a continuos exabruptos contra los ingleses y franceses, contra Napoleón y Godoy, contra los reyes… Al igual que en las novelas de Alatriste, la actitud de sus personajes es previsiblemente desafiante.

También es muy crítica su visión de la batalla de Trafalgar; para él es «una ignominia; es uno de los puntos de mayor abyección y bajeza española», y esto se trasluce a lo largo de una narración en la que el autor teledirige hábilmente los ingredientes hacia sus conocidos objetivos históricos, literarios y estéticos. Estas afirmaciones se repiten cuando el discurso se eleva hacia consideraciones políticas e históricas, sin que falte el típico detalle anticlerical. A pesar de todo, el relato es entretenido, muy eficaz y plenamente verosímil. Arturo Pérez-Reverte añade, además, aliento épico y una encomiable y plástica fluidez verbal (donde destaca el uso de las onomatopeyas), aunque corre el riesgo de que sus novelas se parezcan en exceso.

Ángel Amador

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