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Bearn o la sala de las muñecas

EDITORIAL

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNBarcelona (2017)

Nº PÁGINAS342 págs.

PRECIO PAPEL24 €

GÉNERO

Resulta difícil saber por qué Bearn o la sala de las muñecas todavía no ha pasado a la historia como una de las mejores novelas españolas del siglo XX. Se podría culpar, tal vez, a la soledad de su autor, Llorenç Villalonga (1897-1980), que vivió siempre alejado de los círculos de poder que determinan el canon literario de una época. Falangista de carácter escéptico y rasgos aristocratizantes, el escritor mallorquín se ganó el olvido de los que nunca le perdonaron ni su independencia ni su altivez intelectual.

Como una extraña coincidencia, fue precisamente en el verano del 36 cuando inició la primera redacción de Bearn. Mientras España se desangra en la guerra civil, Villalonga traza el retrato de la decadencia de un mundo, el de la aristocracia rural mallorquina, que sirve también como metáfora del cierre definitivo de la gran cultura europea a manos del populismo y de las hordas totalitarias. Con esto queda dicho lo esencial: Bearn es una novela que se hermana con la tradición literaria europea más que con la española. Quizá porque Villalonga ha sido uno de los escritores más elegantes, en la plena acepción moral del término, que haya dado España en el último siglo.

La novela, ambientada a finales del XIX en una bucólica finca de la sierra de Mallorca, nos cuenta la historia de los últimos señores de Bearn, don Antonio y doña María Antonia, narrada en una larga carta memorial escrita por don Juan Mayol, capellán de la Casa, y posible hijo ilegítimo del señor. Junto a ellos, se entremezclan una alocada sobrina, doña Xima –que dilapida la fortuna familiar de fiesta en fiesta en el París del II Imperio y con la que don Antonio vive un amor velado al inicio del libro– y una misteriosa sala de las muñecas, donde se esconden los secretos últimos de la familia.

Entre medias, descubrimos las aficiones ilustradas de don Antonio –un culto afrancesado que lee a Voltaire; coquetea con la masonería, de la que después reniega; y viste hábito franciscano–, la piadosa fe de su mujer –ejemplo de serenidad conyugal y figura clave de la segunda parte del libro– y la sincera angustia del sacerdote que teme por la condenación del alma de su señor. Pero sobre todo asistimos a la decadencia final de la nobleza mallorquina, arrinconada por las estrecheces económicas y por las ideas que se imponen con los nuevos tiempos.

Como ocurre con todos los grandes clásicos, Bearn o la sala de las muñecas admite una multiplicidad de lecturas. El libro es una reflexión poética sobre el paso del tiempo y la fugacidad de la juventud, sobre el amor, la libertad y el papel de la memoria en la formación de la identidad. Perfectamente perfilada, la sutileza psicológica y emocional de sus personajes constituye uno de los grandes aciertos de esta novela. Y a medida que nos adentramos en los últimos días de la Casa de Bearn, el lector descubre una de esas joyas literarias que no puede faltar en ninguna biblioteca.


(Versión actualizada de la reseña publicada el 18-04-2007.)

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