A un Dios desconocido

TÍTULO ORIGINALTo a God Unknown

GÉNERO

PPC. Madrid (1997). 275 págs. 1.995 ptas. Traducción: Montserrat Gutiérrez Carreras.

Esta novela, que ya había aparecido en lengua castellana con el título Atormentada tierra, fue publicada por primera vez en 1933. Pertenece, por tanto, al periodo inicial de la narrativa de John Steinbeck; una época en la que las preocupaciones sociales, tan evidentes en los títulos que le dieron fama mundial (Tortilla-Flat, Las uvas de la ira, Al este del Edén, La Perla, etc.), pesaban menos que el deseo de describir las relaciones del hombre con la tierra.

A un Dios desconocido es un ejemplo evidente de este afán. En esta novela, el amor del campesino por su granja alcanza las dimensiones de un culto inconsciente y atávico. Joseph Wayne, un labriego de Vermont que ha emigrado a California, es en este relato el protagonista de una epopeya: la odisea de levantar un rancho en un valle de clima traicionero y defenderlo de los caprichos de la naturaleza. Tal empeño convertirá a Joseph Wayne, sin saberlo, en un druida; en un celta precristiano que, en pleno siglo XX, tributa culto a árboles y fuentes sagradas.

La novela, lírica y dura como otras de Steinbeck, discurre entre lo costumbrista y lo simbólico. Sus páginas se ven progresivamente invadidas de actuaciones que no esperaríamos encontrar, a principios de siglo, entre norteamericanos blancos de ascendencia escocesa. El autor las transmite con la fuerza que tiene lo misterioso; a pesar de que sus ritos solares, sus augurios, sus sacrificios y celebraciones, tengan cierto sabor a erudición grecolatina maquillada de folklore indio-californiano. Iniciada con un salmo al dios desconocido, la narración termina en aquelarre.

Entre ambos extremos, el autor despliega una gama de recursos que atrapa al lector: poéticas descripciones de las tareas de un rancho, encantadoras transcripciones del habla de las gentes sencillas -casi siempre indios y mexicanos-, escenas costumbristas, y aliento épico para describir la lucha de Joseph Wayne: todo se combina para crear fascinación. Una fascinación que casi siempre elude lo procaz.

Rafael Díaz Riera

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