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You’re the One

Director: José Luis Garci. Guión: José Luis Garci y Horacio Valcárcel. Intérpretes: Lydia Bosch, Julia Gutiérrez Caba, Juan Diego, Ana Fernández, Manuel Lozano, Iñaki Miramón, Carlos Hipólito, Jesús Puente, Fernando Guillén. 122 min. Jóvenes.

DIRECCIÓN

GÉNEROS

En You’re the One -seleccionada por España para optar al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa-, José Luis Garci confirma que sigue inmerso en el «ataque de melodrama» -como él lo define- que le llevó a rodar las magníficas adaptaciones de las obras teatrales Canción de cuna, La herida luminosa y El abuelo. A los grandes riesgos ya asumidos en esa trilogía, añade ahora el de rodar íntegramente en blanco y negro.

Con la dura postguerra española -1947- como telón de fondo, y con un pasaje de la canción Night and Day, de Cole Porter, como excusa narrativa, Garci sigue esta vez los pasos de Julia (Lydia Bosch). Licenciada en Filosofia y Letras, y comprometida con la izquierda, Julia es una bella mujer madura, de buena familia, independiente y con «un muerto pegado al alma». Este muerto es su novio, escritor como ella, fallecido hace poco, a causa de una enfermedad pulmonar, en la cárcel donde cumplía condena por oponerse al régimen franquista. Para intentar aligerar su depresión, Julia pasará varios meses en la casa solariega que su familia tiene en un pueblo asturiano.

Ya en el pueblo, Julia recupera su amistad de infancia con las criadas, Tía Gala (Julia Gutiérrez Caba) y su nuera Pilara (Ana Fernández), dos mujeres sencillas y sufridoras, pero llenas de sabiduría natural. Al hijo de Pilara, Juanito (Manuel Lozano), un niño listo y divertido, que ejerce de monaguillo y anda fascinado por las maravillosas películas que proyectan en el bar del pueblo, Julia le descubre la belleza de la ópera y también el amargo sabor del primer amor imposible. Este regusto lo paladea también Don Orfeo (Iñaki Miramón), el encantador maestrillo del pueblo, cuya obsesión es ensanchar el espíritu de sus alumnos. Por eso, disfrutará más que nadie cuando logre montar con Julia una bella obra navideña de teatro infantil. Esto les lleva a ambos, que se definen como agnósticos, a varios rifirrafes jugosos y a un acuerdo singular con Don Matías (Juan Diego), severo y desdichado sacerdote que atraviesa una fuerte crisis de fe. Después de estos enriquecedores encuentros, Julia comprenderá que «lo único que puede alterar el pasado es el perdón auténtico» y que «el amor siempre exige más amor».

Como se deduce de esta sinopsis, Garci ha vuelto a rodar «con la cámara a la altura del corazón». Y, esta vez, además de su constante apelación a los sentimientos, quizá también irrite a alguno su análisis político-social de la postguerra española. Pero nadie puede negar su palpable esfuerzo por humanizar a todos los personajes, y conseguir así una película sin odios ni burdas caricaturas.

De hecho, Garci solo bordea la sátira esperpéntica en su retrato atormentado y estridente de Don Matías, ese sacerdote perplejo, que ahoga en alcohol la autodestructiva congoja que le producen sus dudas de fe. Y es que, en You’re the One -como ya empezó a esbozar en El abuelo-, el director español adopta un punto de vista desgarrado de la religión, cercano al de escritores como Baroja, Unamuno o Graham Greene, o al de cineastas como Dreyer, Buñuel o Bergman. De ahí que presente a Don Matías como un sacerdote ilustrado que no se aclara con eso de las dos Españas, que no sabe conjugar la obediencia y la libertad, que mira con irracional prevención los avances sociales y los atrevimientos de ciertas películas, que no entiende por qué le gustan los cuadros de un ateo declarado, como Picasso, y que acaba desalentando la posible vocación al sacerdocio de Juanito. De todos modos, su patética tragedia refleja con sangrante nitidez la deformada visión del cristianismo que provocó en mucha gente -quizá también en Garci- cierta formación religiosa exageradamente puritana. Además, Garci oxigena este enfoque incluyendo como contrapunto varios detalles de religiosidad popular y caridad cristiana, más en la línea de Canción de cuna o La herida luminosa.

La resolución formal de la película seguramente admita menos discusión, pues Garci ofrece una soberbia puesta en escena, siempre tan sustancial como las vigorosas irrupciones de la palabra. De todos modos, alguno quizá se irrite también con la aparente levedad argumental de la película, en la que parece que las poderosas subtramas están en pie de igualdad e incluso de superioridad respecto a la trama central.

Lo que pasa es que Garci ha llevado a cabo una radical depuración narrativa. Así, junto a meandros narrativamente navegables -y cercanos, por tanto, al cine clásico de Hollywood-, hay toda una subterránea torrentera impresionista, más poética que narrativa, y por tanto más europea. En este sentido, con frecuencia hace avanzar los conflictos de los personajes no con los hechos y las palabras, sino con las atmósferas, los símbolos, los efectos de luz, los silencios, las transiciones líricas, los gestos… Es como si hubiera transformado el principio clásico de que «la acción son los personajes» en el más complejo de que «la acción son los personajes y todo lo que les rodea». Por eso no es gratuita la evolución de la fotografía de Raúl Pérez Cubero del durísimo blanco y negro del arranque al matizadísimo estallido de grises del desenlace; ni la tranformación del montaje de Miguel González Sinde de la descriptiva frialdad inicial al cálido bombardeo de planos emotivos de la recta final.

Esta serena, sutil, elegante pasión del guión y de la realización se contagia a todos los actores. Así que es difícil no quedar prendado con esta «historia de entonces», plagada de grises -su tono entrañable evita casi totalmente el negro-, y en la que aletean los fantasmas de los grandes maestros del melodrama.

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