La tercera entrega de la saga Trolls continúa bajo el liderazgo de la princesa Popy, y sigue centrada en la música, en este caso en las boysbands. Comienza con el descubrimiento de que Branch, el novio de Popy, había formado parte de una boyband formada por cinco hermanos. Uno de ellos, Floyd, ha sido secuestrado por una pareja de cantantes que utiliza su talento musical para progresar en el mundo del espectáculo. Sólo podrá ser liberado si sus hermanos se unen en perfecta armonía.
Trolls 3 no tiene ningún misterio: dirige por tercera vez Walt Dohrn, que hace avanzar la historia por senderos bien batidos. No hay nada que inventar. Los trolls son encantadores, divertidos, alegres y animosos. Todo es color, humor y música. Lo más característico de esta película es que es menos sicodélica y la música –típico de las boysbands– es más facilona y empalagosa que en las anteriores. Es decir, el conjunto es más infantil, pero igualmente divertido. Los mensajes positivos –no hacer trampas, mantener unida a la familia, querer a los hermanos aunque a veces sean cargantes, etc.– son más claros y fáciles de entender que en anteriores entregas.