Timbuktu

GÉNEROS

PÚBLICOJóvenes

CLASIFICACIÓNViolencia

ESTRENO06/02/2015


Una versión de esta reseña se publicó en el servicio impreso 16/15

Sissako (mauritano, criado en Malí, formado para cineasta en Rusia) ha logrado un relato hermoso, excelentemente escrito y rodado, que aporta la visión de un asunto muy doloroso —la devastadora acción del yihadismo— con los ojos de los propios musulmanes africanos, víctimas de la barbarie de unos terroristas fanáticos. Pretendidos buenos musulmanes que someten a otros musulmanes y les imponen la sharía en el desierto del Sahara.

Con una mirada femenina muy intensa (Kessen Tall es la coguionista y productora ejecutiva), la película, de bellísima fotografía y rodada en espléndidas localizaciones, tiene una admirable contención emocional. El relato es sobrio como los personajes, interpretados sabiamente por actores profesionales y otros que no lo son. La forma de acercarse al horror del secuestro de toda una región —sin aspavientos, sin subrayados— es impresionante.

Son memorables secuencias como la del partido de fútbol; o la entrada en moto de la policía islámica en la ciudad comunicando con un megáfono las normas que prohíben la música, los cigarrillos, la libre circulación, e imponen patrones de vestimenta; o la petición de matrimonio del desalmado y prepotente miliciano… Sissako hace gala en ellas de un talento envidiable; sus recursos tienen una pureza de lenguaje que conmueve en su veracidad.

La decisión de colocar en el centro del relato a una familia de pequeños ganaderos tuareg (Kidane, su esposa Satima y su hija Toya) es muy inteligente: logra que la película tenga una estructura muy sólida.

Abderrahmane Sissako aspira al Oscar a la película en lengua no inglesa con esta coproducción franco-mauritana que retrata el secuestro de la ciudad de Timbuktú, en Malí. Si ganase a la polaca Ida y a la rusa Leviatán, yo no tendría nada que objetar.

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