No es país para viejos

Guionistas: Joel y Ethan Coen.
Intérpretes: Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Josh Brolin, Woody Harrelson, Kelly Macdonald, Garret Dillahunt, Barry Corbin, Stephen Root.
122 min.
Jóvenes-adultos. (VD)

TÍTULO ORIGINAL No Country for Old Men

DIRECCIÓN,

GÉNEROS

Frontera entre Estados Unidos y México. Una operación de narcotráfico ha terminado en río de sangre. Al lugar llega Lellewyn Moss, que encuentra un maletín lleno de dinero. La tentación de quedárselo es demasiado grande. Pero un sádico asesino, Anton Chigruh, le pisa los talones. Aun así afronta el riesgo de retener el botín: pondrá a salvo a su esposa, y aguantará en solitario la persecución. Al tiempo el sheriff local, Ed Tom, intenta dar con su paradero.

Extraordinaria película de los hermanos Joel y Ethan Coen, quizá la mejor de su filmografía, y prueba de la madurez que han alcanzado. No es que antes hubieran dejado de demostrar su talento, pero les podía su vertiente gamberra. En la obra adaptada de Cormac McCarthy han encontrado temas y tipos con los que identificarse. Y se benefician de la humanidad de los personajes de la frontera, lacónicos, habituados a la vida dura; al tiempo que depuran lo que en otros filmes resultaba exagerado.

Hablar de asesinos pasados de rosca (estupendo Javier Bardem, y en menor medida Woody Harrelson), y supervivientes natos (magníficos Josh Broslin y Tommy Lee Jones: a uno le atrae el dinero, pero tiene un código moral; el otro posee sentido de la justicia, pero está cansado), es hablar del universo Coen; y la aproximación por la senda McCarthy ayuda a la credibilidad. No sólo en los protagonistas, también en tipos humanos de la América profunda, a los que los Coen ya se habían acercado en títulos como Fargo.

Resulta fabulosa la caligrafía fílmica. La historia salta de uno a otro personaje con naturalidad, y la tensión del “duelo” entre Lellewyn y Anton alcanza niveles altísimos.

Hay violencia, dura e impactante, desagradable si se quiere, pero sin regodeo. Funciona la sobriedad de los personajes, e incluso el que se prestaba más al histrionismo, el de Bardem, está en su justo punto. Y se apuntan reflexiones sobre la libertad y la responsabilidad (esa moneda caprichosa de Anton no le excusa de su deliberada crueldad), el anhelo de un hogar tranquilo, la implantación de un orden justo que no llega y el universal deseo de encontrar a Dios.

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