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Mi querido Frankie

TÍTULO ORIGINAL Dear Frankie

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Directora: Shona Auerbach. Guionista: Andrea Gibb. Intérpretes: Emily Mortimer, Jack McElhone, Mary Riggans, Sharon Small, Sophie Main, Katy Murphy, Sean Brown, Jayd Johnson. Jóvenes. 105 min.

Pequeña gran película. De elaborada sencillez. Con pocos elementos, suministrados en dosis precisas, se construye un arranque intrigante que engancha al espectador. ¿Por qué esa mujer joven, con su hijo sordomudo de 10 años Frankie y su madre, huye de pueblo en pueblo? ¿Para qué esas visitas a la oficina de correos? ¿Qué busca la abuela en los anuncios por palabras del periódico?

Pero no, no es éste un film de suspense, sino más bien un drama doméstico con toques de comedia, en la línea de Billy Elliott o Los chicos del coro, que llega directo al corazón. Pronto sabemos de la ausencia del padre de familia, marino mercante, a quien Frankie escribe cartas con frecuencia. Y en torno a ese alejamiento, al que supuestamente obliga el trabajo, una madre sobreprotectora ha construido un escenario de falsedades que está a punto de venirse abajo. Pues Frankie ha sabido que el barco de su padre atracará dentro de pocos días justo en el pueblo al que acaban de mudarse. Con un esquema de simulación parecido al de la reciente «Good Bye, Lenin!», la ‘bola de nieve’ del fingimiento engorda, y vemos que las buenas intenciones no compensan el alejamiento de la realidad. Ya se sabe, sólo la verdad nos hace libres.

Con una puesta en escena sin complicaciones, la desconocida Shona Auerbach lleva a buen puerto la película. Las cartas de Frankie dan voz a su sordomudez, su presencia en off no cansa. Y sus silencios son más elocuentes que cualquier parrafada, nos recuerdan que hubo un tiempo en que el cine carecía de sonido. Los personajes están muy cuidados, la directora se toma su tiempo para que conozcamos sus inseguridades y temores (la madre, la abuela), su buen corazón (la amiga del bar, el desconocido marino) e incluso su crueldad (el compañero de clase). Poner el acento en las notas disonantes (la figura del padre, el desenlace que multiplica por dos el juego de las simulaciones) se me antoja injusto en un inspirado film, que rebosa humanidad por todos sus poros.

José María Aresté

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