El matrimonio es, siempre ha sido y siempre será una propuesta económica. Al menos así lo ve Lucy, una casamentera en Nueva York. Su trabajo consiste en “hacer matemáticas”. Cuantificar las características y requisitos de sus clientes, calcular y lograr el mejor match. En este mercado, el de las relaciones románticas, todo son números. Y la renta, el beneficio que todos buscan, es el sentirse valiosos. Lucy lo tiene todo claro: “el amor es fácil, pero el mundo de las citas es difícil”. Algo que comprobará cuando se encuentre a sí misma en medio de un triángulo amoroso.
La película cuenta con el estilo visual de las más clásicas comedias románticas. Desde los paisajes neoyorquinos captados insight, pasando por la banda sonora, el vestuario y el mundo aspiracional en el que se desarrolla, donde todos son guapos, especialmente las mujeres. Pero Materialistas no es una comedia romántica. Ni es muy graciosa, ni muy romántica (en el sentido cursi y tradicional del género). Es un análisis realista sobre cómo se ve el deseo más genuino y universal, el de amar y ser amados, en una sociedad en la que los seres humanos se entienden a sí mismos como productos.
Y la película logra retratarlo bien, aunque de una forma fría y en ocasiones plana. El guion sorprende en algunos momentos con líneas de diálogo bellísimas que exaltan la vulnerabilidad de los protagonistas. Pero, en otros momentos, falta fuerza. Una declaración de amor que, sobre el papel, está a la altura de las que escribió Jane Austen, se queda colgando en el aire, sin causar mayor efecto. Tal vez porque ha faltado química entre los tres actores protagonistas (Dakota Johnson, Pedro Pascal y Chris Evans). Tal vez porque Celine Song, guionista y directora, había dejado ya el listón muy alto con su anterior film: Vidas pasadas.
Pero, aunque le falte un poco de alma, Materialistas aporta una mirada novedosa, con intuiciones agudas sobre las relaciones románticas contemporáneas.