Nueva adaptación de la novela de Vladimir Nabokov sobre la enfermiza pasión de un maduro profesor de literatura hacia una provocadora colegiala. La versión de Stanley Kubrick (1962) era sobria, casi una crónica negra. Para Adrian Lyne, Lolita exige sensualidad e insinuación constantes y alguna escena explícita de alcoba. Kubrick aprovechaba bien el clímax; Lyne lo acerca a la bufonada. El director no aprueba la conducta de los protagonistas, pero ahí se queda. En una época en que causan pavor graves sucesos de pederastia, no debería sorprenderse de las reacciones que está provocando su película.
José María Aresté